Jorge Vilches analiza el movimiento estratégico del PSOE para formar el gobierno y diezmar a sus oponentes políticos.
Artículo de Voz Pópuli:
Sánchez y Rivera, en el Congreso. EFE
Esta es la jugada del sanchismo. El discurso del PSOE tras el 26-M va encaminado a atrapar el poder allí donde pueda con los únicos socios posibles: todo aquel que no sea PP y Vox. Sin embargo, la estrategia, la dirección e intensidad del pacto, es general y equilibrada. Esto significa que es preciso ver los pactos como un todo, no uno a uno, porque el objetivo es que los acuerdos se puedan apilar sin que tambalee la escalera a La Moncloa. Es más; esos pactos no están guiados por el deseo de gobernabilidad local, sino para confirmar la posición de Sánchez y su táctica electoral.
En concreto el PSOE de Sánchez se ha empeñado en la absorción de Podemos desde su regreso. Era la víctima propiciatoria por el fracaso del proyecto de Iglesias, su cuestionamiento, su debilidad, la mala imagen y la división del menguante “partido de la gente”. Los socialistas han ido quitando a los podemitas un porcentaje importante de votos en cada convocatoria electoral. La politización de la vida privada y pública que tan feliz se le presentaba a los populistas solo ha beneficiado al PSOE por la irrupción del fantasma “trifachito”.
El sanchismo, además de quedarse con el impulso que inició Podemos, pretende utilizarlos para tener el poder local y autonómico. Lógico, sí, pero ahora, además, los usa con el objetivo de mostrarse ante la opinión pública como una opción gubernamental progresista torpedeada por la ambición de cargos de la gente de Iglesias. “¿No basta un programa? ¿Queréis moqueta, cargos, coche oficial?”, se oye. Eso alimenta el gran error de Iglesias: que se ha convertido en aquello mismo que combatía.
Unidas Podemos -da igual el nombre que se den- es un juguete cómico en las manos de Sánchez. Que si no entran en el Gobierno, que si luego ceden a uno de cooperación, después filtran una reunión, y ahora que si conceden una ristra de cargos menores. Y en todos los casos se encuentran a un Iglesias balbuceante cuyo desconcierto profundiza su tumba política. Sánchez no quiere un Gabinete con los podemitas. ¿Para qué? ¿Para dar aire a quien intenta ahogar desde 2016, cuando votó en contra de su investidura?
Las supuestas condiciones de Iglesias para formar un Ejecutivo con Sánchez son inducidas por los sanchistas. Es una marioneta de los chicos de Moncloa, un actor de la gran parodia que pretende presentarnos a un hombre de Estado, el de las gafas de sol en el Falcon, que lo intentó todo con los de su izquierda, pero que no pudo ser por su cerrazón ambiciosa. “Haz que pase”, recuerden.
Al tiempo, la presión sobre Albert Rivera para que se acerque a Sánchez es parte de la jugada. La inversión de los papeles tiene un claro sentido: presentar el posible acuerdo como una concesión de Sánchez a regañadientes, por responsabilidad y sentido de Estado. Responder a los gritos de la noche electoral, esos de “¡con Rivera, no!”, con un gesto presidencial, teatral, de rey de opereta. Tendría así Sánchez una posición envidiable ante la opinión pública y de cara a la negociación con Ciudadanos porque habría sido Rivera quien tomó la iniciativa.
Un mínimo gesto por parte del jefe de Cs pondrá en marcha la segunda fase de la jugada: contar que la Unión Europea, la opinión, las encuestas, el decoro y el orden constitucional empujan a un nuevo ‘Pacto del Abrazo’; es más, habría que impedir que los golpistas se burlen de España a través de un pacto de Sánchez con ERC.
De llegar a ese nuevo pacto, piensan en Moncloa, Ciudadanos se habría convertido en un apéndice centrista del PSOE desplazado de su estrategia absurda de sustituir al PP, pillado a contrapié su líder, con una fractura interna, con pactos locales contradictorios a izquierda y derecha, y en caída libre en Cataluña. A esto hay que añadir una situación: si Rivera pacta con Sánchez, el PSOE inocula el germen de la discordia en todos los ayuntamientos y comunidades en los que Cs ha pactado con el PP.
La pose de Sánchez es de estadista, pero el fondo es de irresponsable. El cálculo partidista por encima del sentido de Estado, ese mal que hundió a tantas democracias en crisis interminables, está asentado con fuerza en su PSOE. Y para esto no cuentan las excepciones en alguna comunidad o ayuntamiento porque eso forma parte de esa estrategia global de la que hablaba.
Un gobernante puede equivocarse, pero no ser irresponsable a conciencia. Estamos en el momento más complicado de la democracia, de mayor desafección a las formas y a las instituciones, con un ambiente violento peligroso. La jugada sanchista para desestabilizar en una sola maniobra a Podemos y a Ciudadanos calculando tiempos, manipulando al adversario y usando a algunos medios es de listo, no de inteligente, y menos de hombre de Estado. Acabará pasando factura.
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