jueves, 31 de octubre de 2019

Cómo hacer la ciencia y la academia menos hipócritas y más ecológicas

Martín López expone la hipocresía de la ciencia y la academia al respecto de sus discursos morales para el resto del mundo y de su propia actuación, mostrando cómo hacer la ciencia menos hipócritas y más ecológicas adaptando su comportamiento a sus prédicas (si es que de verdad creen en ellas). 

Artículo de Disidentia: 
La ciencia y la academia en general no solo son una fuente de conocimiento, sino también una guía sobre cómo la razón puede construir una sociedad mejor. Aunque la mayoría de los profesores e investigadores no tienen la intención de predicar explícitamente una ética para la humanidad, sí debieran ser un ejemplo de conducta a seguir para el resto de la población, ya que simbolizan la sabiduría de nuestra época. Sin embargo, en la actualidad observamos que el progreso científico y tecnológico, lejos de ser una solución, está impulsando uno de los principales problemas de la humanidad: la crisis ecológica.
En un artículo referente a Suecia se afirma que las universidades y colegios representan las mayores emisiones de dióxido de carbono entre los empleados del Estado debidas a los desplazamientos aéreos. Más de la mitad de sus 100 mil toneladas de dióxido de carbono (CO2) lanzadas en 2017 provienen del Ministerio de Educación. La razón de tanto viaje es clara: los investigadores hoy en día tienen muchos contactos internacionales y viajan frecuentemente en avión, principalmente para asistir a conferencias. Al consultar al investigador (un físico) con el mayor número de vuelos en una universidad de Suecia (78 vuelos en 2018, equivalente a un 26 toneladas de CO2 liberadas en un año solo por este individuo) sobre la necesidad de tantos vuelos y cómo las restricciones afectarían su trabajo, respondió que la cooperación internacional es esencial para el trabajo de investigación, que no se pueden hacer las cosas de otra manera y que la cantidad de vuelos solo se puede reducir en aproximadamente un 20% como máximo.
Paradójicamente, los científicos dedicados al estudio del clima tienden a volar mucho. Por ejemplo, los asistentes a una reunión anual de la Unión Geofísica Americana de un fin de semana, cuyos científicos estudian el impacto que el calentamiento global está teniendo en la Tierra, han regalado al planeta con sus viajes una emisión estimada de 30 mil toneladas de CO2. La macroconvención de París sobre soluciones para el calentamiento global en 2015 produjo en torno a 300 mil toneladas de emisiones de CO2. Resulta de una gran hipocresía ser parte de esa academia jet-set, que se cuenta entre los mayores contaminantes mientras ejerce su autoridad moral para exigir en nombre de la lucha contra el cambio climático que sacrifiquen su propio bienestar económico las personas en grupos menos privilegiados de nuestra sociedad, como mineros del carbón, equipos de trabajo en oleoductos y trabajadores dependientes de la minería.
Hay muchas fuentes de emisiones de CO2, y los vuelos producen solo del 2 al 3% de las emisiones globales, alrededor de mil millones de toneladas del total de 40 mil millones de toneladas por año (en promedio en todo el mundo, cinco toneladas/persona/año). Sin embargo, esta contaminación está creciendo rápidamente (un aumento del 70% entre 2005 y las emisiones esperadas en 2020) y proviene principalmente de los países más ricos, encabezando nuestros científicos la contaminación per capita. Si en promedio en todo el mundo cada persona contamina 0,1 toneladas de CO2 en transporte aereo, los científicos y académicos en general lo hacen en una proporción decenas o centenares de veces mayor. Por ejemplo, los astrónomos estadounidenses en promedio viajan en avión unos 37 mil km/año, similar a los empresarios de altos vuelos, mientras que el ciudadano promedio estadounidense viaja alrededor de 6 mil km/año, y los estadounidenses están muy por encima de la media mundial en materia de emisiones.
Los investigadores tienen varios motivos para volar con tanta asiduidad, siendo la principal asistir a conferencias celebradas a grandes distancias de su lugar de trabajo. ¿Son estos congresos, simposios, talleres, escuelas y reuniones tan importantes para el desarrollo de la ciencia? Como se dice en la sección 3.5 de The Twilight of the Scientific Age (El ocaso de la era científica): “En las primeras décadas del siglo XX, cuando se estaban produciendo descubrimientos de máxima importancia para el desarrollo de la física (por ejemplo, la relatividad o la física cuántica) a una velocidad de vértigo, tales reuniones ocurrían de Pascuas en Ramos, para celebrar los avances más importantes. (…) Hoy en día, solamente en el área de la Física, hay miles de congresos internacionales cada año, aparte de pequeñas reuniones locales o nacionales, con cientos de participantes mediocres en cada uno. Incluso hay macro-reuniones con miles de investigadores. Lo más triste del asunto es que el nivel conceptual de desarrollo de la física actual está muy por debajo de lo alcanzado a principios del siglo XX. (…) Las vacaciones pueden ser una razón para asistir a congresos. Muchos de ellos se llevan a cabo en destinos exóticos o turísticos, lo que permite a los líderes científicos y a sus amigotes disfrutar de unas vacaciones con fondos públicos. (…) Todo para atraer la atención de una audiencia que se pierde entre las toneladas de información; información prescindible ya que hay poco que decir en cada congreso, meros detalles técnicos sin demasiada relevancia. La batalla del científico no está en encontrar ideas importantes y novedosas, sino en encontrar la manera de vender ideas mediocres y sin gran valor. El marketing es más importante que las herramientas científicas”.
¿Vale la pena la elevada contaminación atmosférica por la comercialización de una ciencia que sirve más bien de modus vivendi de algunos? Incluso, en la actualidad, con tantas plataformas de comunicación virtual existentes, ¿es totalmente necesario celebrar tantas conferencias para difundir unos resultados científicos que vienen a decir lo de siempre con algunos incrementos menores? Nuestra impresión es que no hay necesidad de tal.
Sin embargo, una cosa está clara: aquellos que asisten a conferencias y gozan de los beneficios del prestigio que les reporta publicitarse en las mismas y la creación de redes de contactos obtienen mayores recompensas en sus carreras que aquellos que no lo hacen. Por lo tanto, cualquier medida tomada con respecto al problema debe tomarse globalmente para toda la comunidad científica porque, como en todas las soluciones ecológicas, los sacrificios de una minoría bien intencionada no salvarían al planeta, sino que en este caso perjudicarían las carreras de esta minoría. Precisamente por eso, recomendar disminuir su número de vuelos a académicos e investigadores que se consideren gente de bien (especialmente de los dedicados a las ciencias de la Tierra) está condenado al fracaso. La aprobación de leyes que restringen los vuelos tiene mejores perspectivas entre tales propuestas, pero no es lo suficientemente restrictiva. Algunas otras sugerencias para introducir tasas adicionales en los vuelos para compensar el daño causado por las emisiones de CO2 solo beneficiarán a las universidades e institutos de investigación más ricos que pueden pagarlos.
No, para una ciencia que aspira a ser digna representante de la sabiduría y la razón en la Tierra, solo cabe una solución aceptable para la situación actual: la eliminación de las conferencias. No una mera leve reducción, sino una supresión total o casi total (> 95%) del número de estos eventos. Y esto debe hacerse no apelando a la buena voluntad de los científicos y académicos, sino introduciendo reglas/leyes para regular el número de conferencias. Los gobiernos, los administradores y los políticos, deberían pensar seriamente sobre tal. Beber cerveza con los colegas y alimentar el narcisismo de algunos investigadores en las conferencias es un lujo que no podemos permitirnos en tiempos de crisis climática.
La vida es dura en esta realidad a la que nos toca enfrentarnos, y no es hora de proponer soluciones optimistas que brinden falsas esperanzas infantiles a las personas sobre el calentamiento global mientras mantienen sus estilos de vida burgueses. Hasta una colegiala puede entender el problema que tenemos, mientras que las mejores mentes de nuestro tiempo siguen haciendo el ridículo con sus propuestas abocadas al fracaso o su ausencia de tales. No hay una buena solución, excepto hacer grandes sacrificios a gran escala y obligar a nuestra comunidad a aceptar estas soluciones, porque con nuestro egoísmo individualista nunca las aceptaremos.
No es de esperar que esta eliminación de las conferencias suceda en un futuro a corto o medio plazo. Quizás se pueda adoptar esta solución en el futuro lejano, cuando el desastre del calentamiento global afecte a una gran parte de la población mundial. Lo que tenemos por el momento son una ciencia y una academia tan indignas como la política actual. En lugar de ser un foro para resolver los problemas del planeta y las personas, es una mera lucha por el poder y los beneficios del planeta y las personas. Ciertamente, el negocio hoy en día tiene muchos aspectos positivos, pero también hay otros negativos, como señalamos en este artículo. Una ciencia y una academia más preocupadas por el prestigio individual de presentar charlas en conferencias que por la salud del planeta son inmorales.

Nota: traducción del artículo publicado en inglés por Martín López Corredoira y Beatriz Villarroel en: Real Clear Science, 13-5-2019.

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