Juan Rallo analiza la demagogia anti-neoliberal de Más País enfocándose en su primera medida, el "derecho al futuro".
Como bien demuestra, un ejemplo de cómo instrumentar la ecología para imponer la ideología, inventándose para ello un idílico pasado que nunca existió.
Nota: Inserto el vídeo, en el que Rallo desarrolla en mayor medida el artículo al respecto.
Como bien demuestra, un ejemplo de cómo instrumentar la ecología para imponer la ideología, inventándose para ello un idílico pasado que nunca existió.
Nota: Inserto el vídeo, en el que Rallo desarrolla en mayor medida el artículo al respecto.
Artículo de El Confidencial:
Más País se nos ha vendido como una formación de izquierda moderada, pragmática y desideologizada. Una propuesta verde que, desde la evidencia y no desde el prejuicio, quiere influir decisivamente sobre el rumbo del futuro Gobierno de España. Pero, como ya tuvimos ocasión de comentar, Más País es un calco programático de Unidas Podemos en todo aquello que destile aversión hacia las libertades individuales, especialmente dentro de la esfera económica. No se trata, además, de una formación alejada del dogmatismo ideológico y de la propaganda deshonesta, sino que recurre intensamente a ella como mecanismo para alcanzar y ejercer el poder.
Tomemos como ejemplo el encabezamiento de su primera propuesta electoral: el llamado 'derecho al futuro'. Más País nos informa de que “el neoliberalismo nos ha convertido en la primera sociedad de la historia humana que pone en peligro, de modo directo, la supervivencia de sus hijos. La transición ecológica debe ser un instrumento para restaurar el primero de todos los derechos: el derecho al futuro”. Uno puede ciertamente mostrar una profunda preocupación por los efectos sociales del cambio climático (y por la lenta mancomunación de esfuerzos para contrarrestarlo), pero lo que no debería hacer es distorsionar groseramente la realidad para subordinarla a sus obsesiones doctrinarias.
En primer lugar, resulta descabellado señalar que, por primera vez en la historia, la supervivencia de nuestros hijos está en riesgo y que, por tanto, hay que restaurar un pasado mitificado donde la humanidad vivía sin riesgos ni amenazas. Tan extraordinaria afirmación encaja fatal con la realidad: no en vano, uno de los indicadores clave para atestiguar el riesgo de no supervivencia de nuestros hijos es, obviamente, la tasa de mortalidad infantil, esto es, el porcentaje de niños que mueren antes de la edad de cinco años. No es que la tasa de mortalidad infantil sea una condición suficiente para que los individuos tengan un futuro, pero sí es una condición absolutamente necesaria para ello.
Si atendemos a esta tasa, comprobaremos que lo habitual en la historia de la humanidad era que aproximadamente un 40% de los niños no llegara a alcanzar la edad de cinco años: un porcentaje que solo comenzó a descender en Occidente con la Revolución Industrial y, en el resto del mundo, con el proceso de globalización posterior a la II Guerra Mundial. Hoy, esa tasa es inferior al 5% en el conjunto del planeta, y en algunas regiones desarrolladas como Europa y Norteamérica ni siquiera alcanza el 1%. Por consiguiente, no hay ningún pasado idílico al que regresar: el mundo pre-neoliberal (signifique lo que signifique 'neoliberalismo' para Errejón) no era un mundo próspero y ecológicamente sostenible, sino misérrimo, aun cuando esa mortífera miseria lo volviera ecológicamente sostenible.
Acaso los haya, empero, que quieran restringir el significado de 'neoliberalismo' al sistema político-económico posterior a la llamada 'revolución conservadora' de Reagan y Thatcher a comienzos de los ochenta. Parte de la izquierda nacional y extranjera, de hecho, suspira con regresar a un marco análogo al vigente en los años sesenta y setenta: los años de la hegemonía socialdemócrata (aun cuando la práctica totalidad de los Estados eran mucho más pequeños entonces que ahora).
Aun definiendo 'neoliberalismo' de ese modo, el argumento de Más País tampoco resultaría válido: en las décadas de los sesenta y de los setenta, el mundo era mucho más ineficiente energéticamente que hoy y, por tanto, también mucho más ecológicamente insostenible. No en vano, el mayor consumo histórico de energía por unidad de PIB se dio en las décadas de los sesenta y de los setenta: a partir de los ochenta, en cambio, la eficiencia energética empezó a mejorar y hoy consumimos prácticamente la mitad que entonces por unidad de PIB generada.
De hecho, en general, las emisiones de CO2 per cápita en los principales países desarrollados eran superiores en los sesenta y en los setenta que en la actualidad (España es una excepción, debido a la enorme pobreza del país en los sesenta: ¿es ese el pasado idílico y sostenible al que se desea regresar?).
Por supuesto, esta notable transición ecológica no se debe a la revolución conservadora y 'neoliberal' de los ochenta, sino al fuerte encarecimiento del precio del petróleo a partir de los setenta: los incentivos del mercado funcionan, lo que sugiere que si queremos acelerar el proceso, acaso debamos terminar de internalizar la totalidad de las externalidades negativas generadas por el CO2 a través de una contribución pigouviana). Pero en todo caso, se ha dado dentro de un periodo que la izquierda nos vende como 'neoliberal' y como el arranque de nuestra degradación ecológica.
En definitiva, Más País utiliza la ecología para azotar dogmática y prejuiciosamente al 'neoliberalismo' (es decir, a la 'derecha'), inventándose un idílico pasado anti-neoliberal que jamás existió: le pongamos la fecha que le pongamos al comienzo de la 'hegemonía neoliberal', lo que lo antecedió no fue en absoluto idílico, ni desde el punto de vista de la supervivencia humana ni de la sostenibilidad ecológica. Si queremos afrontar nuestros problemas futuros sin renunciar a nuestra calidad de vida, deberemos hacerlo desemponzoñando el debate de falsedades y manipulaciones ideológicas. Más País está siendo, de momento, un ejemplo de cómo instrumentar la ecología para imponer la ideología.
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