Carlos Rodríguez Braun analiza la fatal arrogancia socialista, en la pretensión por parte de la izquierda de ser la que defiende los derechos de la mujer, centrándose en las declaraciones de María Silvestre, en El País.
Artículo de Actuall:
El posible o efectivo desplazamiento de la izquierda en diversos gobiernos en las distintas escalas de la Administración por parte de acuerdos varios entre PP, Ciudadanos y Vox ha sido objeto de severas críticas. Lógico, dirá usted, porque a los izquierdistas les preocupa quedarse sin sus chollos, enchufes, chiringuitos y demás canonjías copiosamente regados con dinero público.
Pero no han dicho eso. Lo que han dicho, pásmese usted, señora, es que lo que les preocupa son las mujeres, nada menos. Warren Sánchez, el hombre que tiene todas las respuestas, afirmó que iba a estar “muy vigilante” con el centro-derecha por si hay “retrocesos” en los “derechos de la mujer”.
Susana Díaz lo resumió así: “ni un paso atrás”. La libertad de las mujeres es lo suficientemente importante como para ponernos a todos en guardia frente a sus recortes. Como los antiliberales de todos los partidos tienen una larga tradición en haberlos acometido, es recomendable desmontar sus mitos, el primero de los cuales es precisamente ese, a saber, el presentarse como amigos de las mujeres cuando sus ideas y políticas apuntan sistemáticamente al quebrantamiento de sus derechos.
Un buen ejemplo lo dio un artículo en El País de la doctora María Silvestre, directora del Deustobarómetro de la Universidad de Deusto. Con referencia al pacto entre PP y Vox en Andalucía, la profesora Silvestre denuncia “un serio retroceso en materia de igualdad”. De entrada, el gasto público en España en protección de familias y de infancia es inferior a la media europea, es decir, que son recomendables las políticas que aumentan el gasto y por tanto que aumentan los impuestos sobre las mujeres. No explica por qué esto resulta particularmente progresista y feminista.
Añade que hay otras variables, además del castigo fiscal a las mujeres, que, como digo, aplaude sin justificación. Una es la “desmercantilización”, es decir, que las mujeres no dependan de sus esfuerzos para salir adelante en la sociedad civil, sino que dependan del poder político y legislativo, cuyo intervencionismo y coacción sobre las mujeres les “garantizan una vida digna”. Otra vez, elude razonar sobre por qué esto es así.
La siguiente variable que respalda la doctora es, atención al nombre, la “desfamilización”. Aquí el objetivo es un mayor intervencionismo político para que las mujeres no realicen actividades no remuneradas en el seno de la familia, y así “poder conciliar su vida personal, laboral y familiar”. Nuevamente, no explica la bondad de este recorte de derechos y libertades femeninas.
Sintetiza la condena a los malvados neoliberales y neoconservadores en que “sus postulados se centran en la defensa de los valores tradicionales del capitalismo: familia, empleo y patria”. Esto es muy interesante porque, como es sabido, nada ha habido más brutalmente machista que el anticapitalismo, lo que no es objeto de la más mínima reflexión por parte de la doctora Silvestre, que tampoco elabora sobre en qué medida es bueno para las mujeres atacar el empleo y la patria.
Por fin, lo peor para la profesora es la Consejería de Familia, porque lo realmente progresista son las “familias”. No vaya a ser que a alguien se le ocurra preguntar si esta disolución promueve el avance femenino.
Eso sí, repite el habitual mantra de los “años de lucha” para lograr el nivel actual de coerción sobre las mujeres, que le parece evidentemente muy bien, pero quiere más, sobre la base de cuestionar la maternidad, otra vez, sin explicar por qué eso conspira contra la “autorrealización personal de las mujeres”, ni por qué el mayor intervencionismo debe ser saludado por promover la “conciliación corresponsable”.
Insiste, en cambio, en que lo bueno es la “transversalidad de género” y lo malo es la “introducción de criterios morales”, nada menos, en el tema del aborto, que insiste en llamar “interrupción del embarazo”, como si el embarazo apenas se interrumpiera, y por tanto pudiese continuar después del aborto. Naturalmente, la profesora Silvestre no cree que haya que abordar consideraciones éticas en este tema, porque dichas consideraciones “prejuzgan a las mujeres que quieren interrumpir sus embarazos no deseados, sojuzgándolas y limitando su ejercicio de libertad”. No se pregunta por qué el aborto sin restricciones es tan evidentemente progresista, feminista y liberal.
En resumen, la fatal arrogancia socialista puede ser lo que efectivamente parece y lo contrario de lo que presume: un notable paso atrás, un grave retroceso para la igualdad, la libertad y el progreso de la mujer.
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