Álvaro Vargas Llosa analiza el peligro en el que se encuentra Ecuador, ante la vorágine populista que trata de que descarrille en su intento de transitar (y todo dentro del mismo partido en el poder) hacia una república razonable, alejada del populismo "correísta".
Artículo del Instituto Independiente:
Fuente: ABC
Una medida indispensable, la eliminación de unas subvenciones a los combustibles que beneficiaban a los ricos a costa de los pobres, ha servido de pretexto para una operación con tufo golpista en Ecuador. Aunque en las protestas hay quienes actúan por la libre, algunos incautos que no entienden la medida y gente con reclamos legítimos, grupos correístas con respaldo venezolano (Nicolás Maduro y Rafael Correa han pedido la caída del presidente Lenín Moreno) han convertido los hechos en una asonada antidemocrática. Organizaron, por ejemplo, la toma de la Asamblea Nacional y de la Contraloría, de donde han sido sustraídos documentos relacionados con la miliunanochesca corrupción del anterior Gobierno populista.
Asistimos a un enfrentamiento al interior del partido del Gobierno, Alianza País. Una parte acompaña a Lenín Moreno en su intento de «descorreizar» el Estado ecuatoriano y transitar hacia un modelo republicano razonable; la otra, sujeta a Correa, quiere el poder que perdió cuando el actual mandatario, en un espectacular giro, dio la espalda a su antecesor y otrora mentor. Es además el enfrentamiento entre un Ecuador que aspira a la modernidad y otro que ansía la barbarie populista. Varios líderes de oposición, especialmente Guillermo Lasso, que perdió ante Moreno unas elecciones que muchos creen que ganó, han respaldado al actual mandatario, mientras que otros, como el socialcristiano Jaime Nebot, han tenido actitudes veleidosas.
El Estado ecuatoriano no puede financiarse. De allí que recurriera a organismos internacionales para obtener más de 10.000 millones de dólares hace unos meses y, luego, emitiera deuda por otros 2.000 millones. El autoritario Gobierno anterior logró, durante la bonanza petrolera, financiar temporalmente su delirio estatista (casi seis de cada diez dólares que se invertían en el país provenían del Estado). El gasto público llegó a equivaler al 40 por ciento del PIB, pero como los informales no pagan impuestos, el peso que recaía sobre el sector privado representaba un 65 por ciento del PIB. Todo dependía de que el Gobierno siguiera recibiendo chorros de petrodólares (aun así, el clientelismo mantenía las cuentas de Correa en números rojos). Una vez que los precios del crudo cayeron, las orejas del lobo asomaron. De allí que Moreno, el sucesor, intente eliminar absurdos como una subvención a los combustibles que no había cómo seguir pagando, que beneficiaba a los transportistas ricos, obligaba a subir compensatoriamente el IVA que padecen los ecuatorianos de a pie y facilitaba un contrabando tolerado por la propia refinería estatal. Moreno prefiere gastar en educación o salud y ha acompañado la medida con la eliminación de ciertos aranceles y la rebaja de ciertos impuestos a fin de desatorar una economía atragantada de demagogia.
La superación de la herencia populista es, junto con el combate contra la corrupción y el derrocamiento de las dictaduras supérstites, el gran asunto del hemisferio occidental. Ecuador lo prueba.
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