miércoles, 10 de junio de 2020

¿‘Black Lives Matter’?

Marcel Gascón analiza la reacción y protestas internacionales por la muerte de Floyd y la supuesta tesis aceptada al respecto. 

Artículo de Libertad Digital: 

En pocos países puede un negro vivir en libertad y cumplir sus aspiraciones como en los Estados Unidos.Barack Obama | Cordon Press

Centenares de miles de personas en todo el mundo occidental han salido a la calle estos días en protesta por la muerte del afroamericano George Floyd a manos de un policía blanco en Estados Unidos. La muerte de Floyd, dicen quienes se manifiestan y quienes les apoyan en los medios, no es un incidente aislado, sino la enésima muestra del racismo institucionalizado al que se enfrentan los negros en Estados Unidos. De este modo, las protestas no son tanto por el caso en particular de Floyd como contra la marginación y la humillación sistemática que sufren los ciudadanos de raza negra en la nación más poderosa del mundo, particularmente a manos de la policía.

Esta tesis que la mayoría de periodistas y formadores de la opinión pública aceptan como una obviedad que no merece el menor debate ha sido desmontada por Mario Noya en su artículo de este domingo sobre el tema. Yo me ocuparé de evaluar la sinceridad de esta "ola de indignación contra el racismo [que] se extiende por todo el mundo", por aprovechar la fórmula utilizada por El País para titular su crónica global sobre las manifestaciones.

En primer lugar, sería conveniente definir qué es lo que preocupa a los manifestantes y a quienes fuera de Estados Unidos secundan su acción a menudo violenta y destructiva para la integridad y los intereses materiales de los propios estadounidenses negros.

¿Es la discriminación por razón de raza? ¿Es el bienestar, la dignidad, la seguridad física y la vida de las personas negras, como parece indicar el lema, Black Lives Matter, del movimiento catalizador de la protesta en Estados Unidos? ¿Son las dos cosas?

Si lo que ha generado esa corriente de indignación internacional es el racismo en general, ¿por qué no ha provocado una reacción similar la política china, esta sí sistemática y activa, de discriminación racial contra los cientos de miles de uigures enviados a campos de reeducación por el mero hecho de pertenecer a un grupo étnico distinto y ser musulmanes? Si lo que denuncian las masas que salen a la calle en Londres, París o Madrid es el racismo contra los negros, ¿por qué no desató una movilización comparable el trato vejatorio y, aquí sí, claramente premeditado y discriminatorio que China dispensó a los africanos que viven en su territorio durante la pandemia?

Son solo dos de los muchos ejemplos de racismo mucho más evidentes, sistemáticos e institucionalizados que existen en el mundo y apenas han soliviantado a la parte de la opinión pública global que se echa a la calle ante el trágico asesinato de Floyd, como si fuera un atropello sin parangón en el mundo y en la época en que vivimos.

La credibilidad de estas protestas entre airadas y compungidas es igualmente dudosa si consideramos que tienen su razón de ser en el derecho a la vida de los negros, como sugiere el manido Black Lives Matter. ¿Por qué las vidas de los negros solo importan cuando los negros mueren a manos de blancos, si las estadísticas que traía Mario Noya demuestran que la criminalidad negra es, con diferencia, la primera causa de muerte violenta entre la América negra? ¿Por qué, si lo que les importan son las vidas de los negros, se ceban en uno de los mejores países del mundo para ser negro y callan ante la brutalidad de las muchas tiranías que sobreviven en África a costa de la dignidad y de la vida de millones de negros?

Sin ir más lejos, durante esta pandemia que parece que empezamos a dejar atrás en Europa han muerto en Sudáfrica 11 personas presumiblemente negras a manos de policías y militares que hacían cumplir el confinamiento. Han pasado semanas de algunas de esas muertes sin que el partido que gobierna Sudáfrica haya manifestado el menor pesar o emitido la menor muestra de condena a la acción criminal de las fuerzas de seguridad, pero esos muertos, por lo que parece, no importan demasiado a los entusiastas internacionales del Black Lives Matter, que además suelen quejarse de que se margine del debate internacional a los países de África, Latinoamérica y Asia.

Permítanme un pequeño paréntesis sobre Sudáfrica que ayuda a entender el tema que nos ocupa. La vida de los negros de Sudáfrica ha dejado de importarle al mundo desde que los que se la hacen imposible no son aquellos afrikáners de derechas que, con todas sus torpezas y contradicciones, levantaron una potencia. A propósito del apartheid y de la abrumadora condena internacional abanderada primero por la URSS y después por la Europa democrática, cabe destacar que aquella Sudáfrica era, en muchos aspectos, un régimen mucho menos terrible y arbitrario para la población negra (basta leer las memorias de Mandela para entenderlo) de lo que lo fue el Mozambique comunista recién liberado para los mozambiqueños o el Zimbabue de Mugabe para sus compatriotas. El problema no era el sufrimiento del oprimido ni la magnitud de su tragedia. Sino la identidad del opresor.

Volviendo al huracán desatado tras el asesinato de Floyd, por el que, no hay que olvidarlo, el responsable ya ha sido castigado y responderá por sus hechos ante la Justicia: todos estos porqués formulados más arriba no tienen más que una respuesta, y hay que buscarla en el objeto último de la ira organizada que tiene el favor de la práctica totalidad de los medios y las multinacionales del establishment. El sujeto último de la ira son Estados Unidos y la idea de libertad bajo el imperio de la ley que representa. Y con ellos su más desacomplejado representante en estos tiempos esquizofrénicos de penitencia suicida en Occidente, que es Donald Trump.

Estados Unidos es el único país del mundo occidental mayoritariamente blanco que ha elegido por sufragio universal un presidente negro. Estados Unidos tiene la clase media negra más numerosa y pujante del mundo, y en pocos países puede un negro vivir en libertad y cumplir sus aspiraciones como en los Estados Unidos.

Pero nada de esto importa al Black Lives Matter y a sus aliados en todo el mundo, porque su preocupación primordial no es el racismo ni la dignidad de los negros, sino confirmar sus prejuicios y sabotear el modelo político y económico que odian, que es el que ha dado a la humanidad, incluida la humanidad negra, las más altas cotas de libertad y prosperidad que conocemos.

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