jueves, 18 de junio de 2020

Europa: lo peor está por llegar

Jesús Manuel Pérez analiza un problema del que vengo haciéndome eco durante años, mostrando la equivocada estrategia de la ocultación y manipulación mediática que trata a los ciudadanos como niños, esquivando y ocultando los problemas (mientras además se inflan con sus políticas y medidas al respecto) en lugar de confrontarlos y debatirlos con seriedad. 
Y esto, como bien expone el artículista, acaba estallando socialmente con el paso de los años agravando la situación que se trataba de negar y ocultar, por no afrontarla con seriedad, madurez y responsabilidad desde el principio. 

Desde hace tiempo veo que se repite un fenómeno en Europa. Encuentro una fuente de información de dudosa reputación alertando de un problema tremebundo en algún país. Ese problema me resulta totalmente novedoso porque los medios tradicionales no hablan de él. Y me surge la duda de cómo puede ser que algo tan tremebundo no esté siendo tratado por los medios. La explicación más sencilla es que se trata de un bulo porque la información encaja perfectamente en la narrativa apocalíptica de esa fuente de información. Es lógico que si fuera verdad, si estuviera pasando algo tan grave en Europa, los medios estarían abordándolo para que hubiera un vivo debate público sobre el tema y las autoridades competentes se hicieran cargo. Es más, para tranquilizarnos los medios tradicionales publican de vez en cuando algún artículo donde se menciona el problema pero se identifica como un bulo creado por partidos políticos radicales y medios de comunicación marginales, todos con dudosas intenciones.
Tiempo después, el fenómeno estalla. Y descubro que el problema era real. Entonces, los medios tradicionales abordan el asunto desde la más absoluta perplejidad porque les cuesta creer que algo así suceda en la próspera y democrática Europa. Los opinadores profesionales alertan entonces del peligro que supone para la democracia europea los partidos políticos que ofrecen soluciones contundentes y simplistas a problemas complejos.
El ciclo se ha repetido varias veces. Así descubrí que si uno quiere conocer la realidad de determinados fenómenos en Europa no puede acudir a los medios de comunicación tradicionales. Los medios de comunicación europeos ocultan la realidad y tergiversan la realidad. Y en ocasiones, directamente inventan la realidad. Creo que hacen todo eso porque llegaron en su momento a la conclusión de que la opinión pública europea no es suficientemente madura para enfrentarse a ciertos problemas sociales y es preciso orientarla hacia las ideas correctas.
La falta de credibilidad de los medios de comunicación no es algo que yo haya descubierto porque dedique mucho tiempo a informarme en Internet. No hay de especial en ello. Lo sabe todo el mundo. Los medios de comunicación se han convertido en un chiste, vendiendo personajes como Greta Thunberg, recomendando a la gente que no tenga hijos para evitar el calentamiento global y presentando como tendencias de moda prácticas que reflejan la precariedad laboral y los pocos ingresos de las nuevas generaciones.

El resultado es que, tal como reflejan las encuestas, la gente se forma de manera creciente una opinión sobre la realidad a partir de las cosas que comparte su círculo de contactos en redes sociales. Abundan los medios alternativos, los creadores de opinión en Twitter y las páginas de Facebook que pretenden contar todo eso que “lo que los medios de comunicación no quieren que sepas”. Y abundan las noticias y las historias falsas. Trump ganó las elecciones en Estados Unidos con toda la prensa escrita, a excepción del National Enquirer, en contra. La campaña de Bolsonaro se vio impulsada por informaciones sensacionalistas que circulaban por Whatsapp. Por supuesto, los mismos medios de comunicación que dejaron de cumplir su papel fundamental en las sociedades democráticas publican columnas de opinión y organizan debates sobre la democracia en crisis.
En la ciudad de Dijon la unidad especial RAID de la policía francesa ha desplegado sus blindados MRAP 6×6 Nexter Titus y los más pequeños Panhard PVP, como si una zona de guerra se tratara. Todo comenzó con la paliza que un checheno de 16 años recibió a manos de una banda argelina y desde la ciudad de Niza se organizó una caravana de vehículos para tomarse la venganza, lo que degeneró en disturbios que duraron varios días. Las bandas implicadas se congregaron en Dijon con armas de fuego como fusiles AK y AR-15, además de escopetas y armas cortas, sin que se pueda confirmar cuántas eran reales y cuántas eran réplicas detonadoras o de airsoft. Sí circulan vídeos de columnas de humo elevándose sobre Dijon con el sonido de tiros de fondo.
Según el periodista Vincent Glad, ambos bandos emplearon profusamente las redes sociales para convocar a los suyos y lanzar mensajes de amenaza al contrario, pero sin que hubiera verdaderos choques frontales al quedarse todo al final en demostraciones de fuerza. Su recuento parece tener sentido, porque de haber ocurrido batallas campales tendríamos un número elevado de muertos y heridos. Por su parte, la investigadora Yéléna Mac-Glandières explicaba cómo el sentido de identidad chechena y los códigos morales tradicionales actuaron para que el llamamiento a la venganza fuera respondido por una colectividad amplia. Como curiosidad, esto último, por lo visto, generó simpatías en cierta ultraderecha francesa cuya postura es habitualmente contraria a las minorías inmigrantes musulmanes.
Me he encontrado noticias como la siguiente del diario barcelonés La Vanguardia: “La crisis de orden público pone en jaque al Gobierno francés”. El enfoque de la noticia es que lo sucedido en Dijon no es preocupante que suceda en un país desarrollado y democrático por sí mismo. Es preocupante porque deja en mal lugar al gobierno y refuerza la narrativa de cierta oposición, especialmente el de fuerzas políticas como la que dirige Marine Le Pen. Como ven, el principal problema para la intelligentsia europea es evitar que la gente piense mal y vote al partido equivocado. Supongo que así seguiremos los próximos años. Hasta que nada tenga remedio.

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