jueves, 4 de junio de 2020

Por qué da igual si los artistas son de derechas o de izquierdas

Alberto Olmos analiza la relación de la "cultura" y el artisteo con el poder, la cuestión de la política y lo que hay detrás de todo ello.

Artículo de El Confidencial:

Foto: El expresidente de Extremadura José Antonio Monago posa junto a José Luis Campuzano, 'Sherpa', fundador del grupo de rock Barón Rojo. (EFE)

Ahora que la señora de 70 años que toca la cacerola en camisón enfrente de mi casa es una peligrosa fascista y su nieto con rastas, un horrible comunista, y el hijo soltero de ella y tío del anterior, espantosamente equidistante —o sea, mucho más peligroso y horrible que ellos—; esto es, ahora que da gusto odiarse por elegir bando, por no elegir bando, por cambiarse de bando y por no saber cuáles son los bandos, debemos establecer algunas verdades sobre la relación entre cultura y política. La primera verdad es que en esta relación hay muy poco de política, y absolutamente nada de cultura.

Es abultado el debate sobre si la gente de la cultura es de derechas o de izquierdas, y he revisado estos días varios artículos sobre el asunto que mostraban conclusiones contradictorias. Bien es verdad que se trataba de disquisiciones de salón y que, por tanto, pueden resumirse fácilmente: la gente de derechas cree que la cultura (o sea, los profesionales del tema) es mayoritariamente de izquierdas, la gente de izquierdas cree lo mismo, y solo la gente que se cree más de izquierdas que los anteriores considera que la cultura es de derechas porque —ya saben— para ellos todo es fascismo, y también una señora en camisón de Carabanchel.

Lo cierto es que la mayoría de los escritores que yo he conocido se consideraban de izquierdas, y lo mismo debe suceder con los músicos o los actores. “El prestigio literario lo da la izquierda”, llegué a escuchar en una ocasión. Ocurre además, y esto resulta incuestionable, que aquellos escritores que manifiestan en público posicionamientos políticos demasiado conservadores se enfrentan a la marginación de sus colegas, pasan a ser apestados y son ignorados por el circuito de reconocimiento (prensa y premios, básicamente). Por ello, es más habitual que un escritor (o un actor o un músico) pavonee su ideología si es progresista que haga lo propio si vota al PP o peor. Esto debe significar que en realidad hay más artistas de derechas de lo que parece, pues quedarse en silencio es la acción preventiva de un creador con ideología liberal.

Lourdes Hernández, más conocida por su alias artístico de Russian Red. (EFE)
Lourdes Hernández, más conocida por su alias artístico de Russian Red. (EFE)

Según este esquema generalmente asumido, podemos entender la desaparición de la cantante Russian Red (Lourdes Hernández), que se declaró “conservadora” en 2013 en una entrevista, y solo por eso recibió inmisericordes críticas por parte de otros músicos (Nacho Vegas, recuerdo). Podemos también comprender el desconcertante chiste que se lanzó desde el escenario de la última gala de los premios Goya, donde alguien se burló de que 'El crack cero', de José Luis Garci, no tuviera ninguna nominación. Vi esta película hace poco (me gustó bastante, debo decir) y todos los actores que participaban en ella tenían como un halo de condenación sobre sus cabezas; eran como intérpretes descartados, orillados o que nadie se toma en serio, rescatados por Garci o necesitados de trabajar con Garci, o representantes de un circuito cinematográfico alternativo, secreto y pobretón. También nos sirve el marco establecido en el párrafo anterior para entender el desparpajo con el que Rosalía puede tuitear: “Fuck Vox” mientras Barón Rojo (su cantante, en concreto) 'sorprende' apoyando las caceroladas contra el Gobierno. O la tormenta de improperios que recibió Santiago Segura (el equidistante) la semana pasada solo por decir, también en Twitter, algo perfectamente obvio y que cualquier cabeza sensata debería suscribir: que el clima político y social ahora mismo en España resulta insoportable, cavernícola y muy peligroso.

De progresistas a conservadores

Sin embargo, las cosas con la cultura no son tan sencillas como acabamos de motejar. Noten, por ejemplo, que muchos intelectuales hoy considerados conservadores eran los progresistas de los años ochenta y noventa, desde el propio José Luis Garci (al que el PSOE dio su popular programa en TVE '¡Qué grande es el cine!') a Fernando SavaterFélix de AzúaAndrés Trapiello o Javier Marías. Todos ellos penan hoy la condición de señorones anticuados, rancios y, cómo no, si nos apetece hasta 'fascistas', cuando lo cierto es que siguen siendo personas cultivadas con opiniones elegantes de las que uno puede aprender mucho, o, cuando menos, discrepar sanamente. Algunos de ellos además vendrían a decirles que esta izquierda que tenemos hoy ni siquiera es izquierda, lo cual volvería complicado, por ambivalente, el propio concepto 'no ser de izquierdas'. También resulta llamativa la evolución de una figura como la de Juan Manuel de Prada, hasta hace poco el mayor marginado de nuestras letras por ultracatólico, pero que en los últimos dos o tres años ha visto refrendado su discurso por medios de izquierdas y hasta fue invitado por Pablo Iglesias a su programa de televisión.

Iglesias también entrevistó a Antonio Escohotado, icono contracultural del siglo pasado por sus estudios sobre drogas y ahora mismo faro intelectual de los jóvenes de derechas. O fíjense en el fracaso en taquilla de 'La reina de España' después de que Fernando Trueba, su director, afirmara algo tan propio de la izquierda como que “no se ha sentido español ni cinco minutos”, al tiempo que el excelente actor Guillermo Toledo ha desaparecido de nuestro cine justamente por ser demasiado de izquierdas. Por no hablar de Clint Eastwood, así en general.

Como ven, las represalias se suceden y contraponen, izquierda y derecha se confunden o amnistían puntualmente, y el silencio ni siquiera significa ser conservador: a veces significa que uno se debe a su público. Es lo que declaró Imanol Arias, imagen del PSOE en alguna de sus campañas electorales del pasado, en una entrevista sobre su actual asepsia ideológica. Si el público asocia tu nombre de inmediato a una militancia política, ¿cómo va a disfrutar o a creerse siquiera tu interpretación?

La cantinela

Hasta aquí, la cantinela intelectualel puro esgrima del pensamiento. Porque hay que señalar también sin tanta ambigüedad todo lo que hay en la cultura española, no ya de política, sino de escalofriante cálculo personal o amical, porque es muchísimo. La ambición y la competitividad explican casi todos los movimientos de los artistas, en realidad. Así, durante las primeras semanas de la crisis del coronavirus, varios escritores o músicos regalaron sus libros o canciones, dieron conciertos o recitales, dedicaron poemas a los sanitarios o firmaron manifiestos. Simplemente aprovechaban la ocasión para hacerse publicidad, no nos engañemos. Antes, pudimos observar cómo numerosas escritoras se declaraban feministas implacables para salir más en los periódicos, ser llamadas a los congresos o aumentar sus posibilidades de recibir un premio. Todos ellos, sin ninguna duda ni excepción, hubieran estado más que dispuestos a cantar para Franco, o a escribirle una décima al ministro de Turismo, si hubieran vivido en los años de la dictadura.

Porque la relación entre cultura y política es en realidad la relación entre los artistas y el poder, entendiendo que es el poder el que puede darte la gloria (o, al menos, bastante dinero). Así, no hay tanto artistas de izquierdas y artistas de derechas como artistas libres e independientes y artistas serviles y palaciegos, siendo estos últimos, como supondrán, los más numerosos. Si tomáramos el dinero público como medida de concreción política, idealmente encontraríamos que el artista de derechas no quiere dinero público para la cultura (que decida el mercado, el talento), mientras que el artista de izquierdas sí vería con buenos ojos toda ayuda económica del Estado a la creación (que el arte no dependa de las ventas, tampoco del origen social). Sin embargo, la realidad es que, tanto de un lado como del otro, todos desean hacerse con el dinero público, maniobran para conseguir subvenciones, becas o premios municipales para ellos o sus amigos (el tristemente clásico concurso de provincias desconocido y muy bien dotado que siempre ganan los mismos) y nadie (aquí apelo sobre todo a los supuestos escritores de izquierdas) se escandaliza o incomoda por todos estos tejemanejes, o por el dispendio que suponen determinados viajes en avión y determinados hoteles para que escritores completamente irrelevantes den charlas ante 10 personas en Chicago o Brasilia. Tengo más que acreditado que hay autores españoles que ya consideran el Instituto Cervantes su exclusiva agencia de viajes y que no han pagado un billete de avión o un gin-tonic en los últimos 20 años de su vida. Hubo uno que, disponiendo de una dieta de 100 euros al día para sus gastos durante uno de estos desplazamientos al extranjero, se quejó a la organización de que con eso “no tenía ni para taxis”. ¿Detectan ustedes algo de política aquí, algo de cultura? Yo no.

La cultura debería estar siempre dirigida a un público total, incluidos aquellos que aún están por nacer. Este destinatario universal define al artista, que no puede escribir, pintar o cantar para gustarle a la gente según el partido al que vote. Es lo que sucede con 'La metamorfosis', 'Ciudadano Kane' o 'Let it be': nadie tiene en cuenta si sus autores eran de derechas o de izquierdas. Por otro lado, la militancia de un artista es legítima y hasta interesante, pero deja de ser política si recibe una contrapartida inmediata, como un programa de televisión o un premio nacional. Entonces pasa a ser prevaricación. Finalmente, si la cultura no sirve para ser feliz sino para ser adoctrinado, si los propios artistas no respetan las opiniones políticas de otros artistas por ser contrarias a las suyas, si se confunden las buenas intenciones de una obra con su calidad o si vivir del dinero público es toda la aspiración de un escritor o de un director de cine, pensando además que se lo merece y estableciendo redes pseudomafiosas para acaparar en perjuicio de otros artistas todas las prebendas posibles, entonces, amigos, podemos darnos por acabados.

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