Un muy acertado análisis de McCoy de la mala previsión y análisis de lo que acontecía y está sufriendo España que harán inevitable nuestro rescate:
"El curso de los acontecimientos ha puesto la magnitud del mayor error que ha cometido Rajoy en su carrera política y que, paradójicamente, no se circunscribe a su tarea actual de gobierno sino que se produce en los meses inmediatamente anteriores a su aterrizaje en La Moncloa. De hecho, es en el periodo que media entre la victoria aplastante de las elecciones regionales de mayo del año pasado y las generales el 20 de noviembre donde se fragua -por incapacidad, dejación o una mezcla de ambas, solo el tiempo dirá- buena parte del fiasco que ha acompañado la acción de gobierno de los populares en el medio año que llevamos de legislatura. Un mundo parece ya.
Debimos quedar avisados con las primeras decisiones del gallego, subida sorpresa de impuestos incluida: no se habían hecho los deberes, no se habían previsto los peores escenarios ni medidas para su corrección, y España quedaba, por tanto, expuesta al mismo grado de improvisación que con Zapatero, pese al mayor lustre del nuevo gabinete. Si desastrosas habían sido las consecuencias de esta actitud con el socialismo en el poder, confiar en que los mercados se iban a comportar de manera distinta con el cambio de signo político implicaba un ingenuo desconocimiento de su dinámica. El castigo estaba servido. Y ha llegado con toda su crudeza.
Durante esos seis meses, cualquier dirigente con un poquito de sentido de estado habría analizado exhaustivamente las causas de la caída de Grecia, Irlanda y Portugal a fin de evitar sus mismos errores; se habría empapado de las cuentas de la Administración, con especial interés en las regionales y locales, las más problemáticas dado su modelo de financiación; habría mantenido contactos constantes con personas cercanas al Banco de España y al sistema bancario para delimitar la magnitud real, sin paños calientes, de su problema; habría dedicado todo el tiempo que fuera necesario a establecer un plan estratégico 2011-2015 para España, S.A. que fijara las prioridades y dotara de coherencia a la acción de gobierno; tendría decidido un ejecutivo en la sombra con las personas claves centradas en las áreas esenciales susceptibles de reforma o potenciación. En definitiva: hubiera sido consciente de la magnitud del reto y se habría puesto con antelación suficiente a prepararse para superarlo con nota.
Y, sin embargo, fueron casi 180 días tirados por la borda en un momento en el que esa acción preventiva se antojaba crítica. Prueba de ello, y siguiendo el orden de la enumeración no exhaustiva que acabamos de realizar, a España le han matado: la falta de credibilidad a la griega de sus cuentas públicas –con sucesivos aumentos de la cifra de déficit y unos planes irreales de corrección-, un agujero del sector financiero progresivamente aumentado al más puro estilo irlandés; y una elefantiasis de lo público que es una de las causas de la falta crónica de competitividad y dinamismo económico de los portugueses. Pese a estar avisados, hemos incurrido exactamente en las mismas causas de desconfianza, primero, e intervención, después. No solo eso, el hecho de que las primeras regiones en pedir un rescate –Valencia y ¿Murcia?- sean de gobierno histórico del PP y que la marea que ha dejado a la banca en pelotas se llame Bankia, el gran proyecto de los conservadores, pone de manifiesto hasta qué punto Rajoy o no sabía, mal, o no quería saber, peor, o se la han metido sistemáticamente doblada, el desastre.
Rajoy dilapida el intangible 'esperanza'...
Es evidente que buena parte de la tregua que la prima de riesgo concedió a España tras la victoria de Rajoy en las elecciones generales se basaba en la creencia de que el modelo de gestión español había cambiado y que alguien que tanto había repetido por activa y por pasiva que sabía lo que España necesitaba no iba a decepcionar. Había un intangible ‘esperanza’ de difícil cuantificación pero extraordinariamente receptivo al sacrificio y la reconducción política y económica de los excesos de nuestra incipiente democracia. Tanto dentro como fuera de España si nos atenemos a cómo reaccionaron los inversores internacionales con nuestra deuda. El diferencial de rentabilidad con Alemania cayó 150 puntos del tirón.
De hecho, si se hubiera acometido ese trabajo previo y se hubiera salido a la palestra con una descripción clara y crítica de la realidad, una enumeración de las verdaderas necesidades financieras del país, pecando por exceso y no por defecto, una batería de medidas destinadas a su corrección, incluida la propuesta de un nuevo esquema administrativo a debatir, o una cuantificación realista del problema de la banca y los mecanismos para remediarlo, los ciudadanos y los inversores, con casi toda seguridad, habrían aceptado los números, por grandes que fueran, como parte del comienzo de una nueva etapa que rompía con el oscurantismo pasado, tiraba por elevación en la cuantía necesaria e incorporaba un cierto colchón de seguridad. Me temo que nunca lo sabremos pero apostaría a que en ese supuesto habría habido financiación foránea y margen de maniobra interno.
Sin embargo se decidió incurrir en la condescendencia, no pisar callos con objeto de pagar favores pasados, en la procrastinación, retraso innecesario de los problemas a ver si se resuelven solos, y en conveniencia, paralizar un trabajo ya deslavazado pero con algunos gestos importantes, como la reforma laboral, con fines electoralistas. Un ejemplo. La misma tarde del medicamentazo, estando reunidos parte del equipo de El Confidencial con uno de los ministros más importantes del gabinete actual, a un servidor se le ocurrió preguntar el porqué no mejor una vez rojo que ciento ‘colorao’ a la hora de acometer las reformas. ‘Porque si las hiciéramos de una vez perderían fuerza política’ fue su lacónica respuesta. Boquiabierto me quedé. Ese día comprendí de modo definitivo el modo de pensar de la casta y cómo el rescate era seguro inevitable.
... y nos conduce a un rescate no necesariamente peor
Un rescate que, en contra de lo opinado por Daniel Lacalle en su columna de este fin de semana, no ha de ser necesariamente malo para España. La última oportunidad que teníamos de reconducir al país por la senda de la sostenibilidad por nuestros propios medios se ha quemado con la traición de Rajoy no solo a su electorado sino al conjunto de los españoles. La brecha entre gobernantes y gobernados es ahora abisal. El sistema está tan podrido, el cruce de intereses particulares es tan ingente que lo que venga de fuera, por malo que sea, al menos tendrá esa dosis de objetividad, de realismo sobre nuestras posibilidades, que tanta falta hace.
¿Peor que lo que tenemos? Miren una cosa: si me dan a elegir entre las ‘pastillas del doctor gustín’ que ofrecen nuestros políticos al más puro estilo gatopardiano, que todo cambie para que siga exactamente igual… para ellos, y un electro shock que reanime de una vez los órganos vitales de una economía colapsada como la nuestra, me quedo con lo segundo. No quiero seguir ni un minuto más en la ensoñación de quien aún cree que cobrará las pensiones o que el estado del bienestar es gratuito cuando se trata de un derecho de imposición, pagado con los impuestos de quienes declaran. Estoy harto. Prefiero saber la verdad, acomodarla a mi modo de vida, trabajar sobre ese escenario y luchar por un futuro que, si no se desvela hoy, será peor mañana. Con cinco hijos, el mayor de 11 años, la indolencia es un lujo que no me puedo permitir."
Fuente: Cotizalia
No hay comentarios:
Publicar un comentario