viernes, 15 de diciembre de 2017

La hispanofobia vuelve a matar

Daniel Rodríguez analiza la cuestión del delito de odio, y del juego al que pretenden jugar algunos solo cuando les interesa. 

Artículo de Libertad Digital: 
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Cada vez que tiene lugar un atentado islamista, se suceden las proclamas de periodistas y políticos pidiendo que no tenga lugar una respuesta islamófoba. La lupa nunca se pone en esa parte de los musulmanes que nos quiere matar por infieles occidentales, y países como Canadá han hecho leyes y hasta tribunales paralelos para condenar a quienes critican el islam. El mundo siempre está en vilo a la espera de una respuesta que nunca llega, lo que no impide que la reacción sea esencialmente idéntica en París, en Nueva York o en Barcelona, un atentado tras otro. En nuestras autonomías se aprueban leyes contra la homofobia que ponen serios vetos sobre la libertad de expresión en el país del mundo con mayor aceptación de la homosexualidad, y aunque es cierto que desgraciadamente aún sigue habiendo agresiones, no hay víctimas mortales. Hasta esos reyes republicanos del victimismo que son los independentistas hablan de catalanofobia para referirse a quienes los despreciamos a ellos y al desprecio supremacista con el que hablan de los demás españoles y, sobre todo, de los catalanes que no comulgan con sus ruedas de molino.
Pero si de "odio o antipatía intenso por alguien o algo" tenemos que hablar, el más extendido en nuestro país es sin duda la hispanofobia. De eso nadie habla. Nadie condena a quienes muestran su odio a España día sí y día también. Hacemos diputados a hispanófobos, hispanófobos gobiernan comunidades autónomas, se celebra a hispanófobos en el mundo de la cultura. Durante décadas, una banda terrorista mató a españoles en nombre de su odio a España. Y ahora la hispanofobia ha vuelto a matar. De forma rastrera y cobarde, de un golpe por la espalda con una barra de metal, con remate final de patadones cuando la víctima se encontraba ya moribunda en el suelo. Por ser española. Por amar a España y exteriorizarlo. Algo que ni el nacionalismo ni la mayoría de la extrema izquierda a la que pertenece Rodrigo Lanzas están dispuestos a perdonar.
No soy amigo de legislaciones de excepción. No creo que deban penarse los llamados delitos de odio ni que deban instaurarse normas específicas que permitan o no decir según que cosas. Pero aquellos que, como los de Podemos, defienden incluso que los funcionarios puedan destruir libros que consideren homófobos también deberían, en pura coherencia, defender que hagan lo mismo cuando se fomenten otro tipo de odios, no sólo los que estiman políticamente convenientes. Y especialmente cuando hablamos del odio que más víctimas mortales ha provocado en nuestra España democrática. Pero no, claro. Porque eso supondría que tendrían que apoyar la censura de buena parte de la literatura que ellos mismos escriben, de muchos de sus mítines, de sus tertulias, de sus intervenciones en televisión. La hispanofobia es parte integral de su ideario y siempre lo ha sido.
La teoría es que propagar una doctrina del odio debería ser ilegal porque si no se expande y se incrementa la violencia a ella asociada. Pero si realmente nos tomamos en serio esa tesis, todos los nacionalistas, casi todo Podemos y buena parte del PSOE deberían estar procesados. Pero quien decide qué es un delito de odio y qué no, quien decide a qué se le llama fobia y a qué no, quien decide qué odios son respetables y cuáles no nunca va a usar el término hispanofobia para hablar del odio a España, nunca va a apoyar leyes que la condenen y nunca va a expulsar de la sociedad civilizada a quienes nos desprecian por sentirnos españoles. Es una de las razones por las que estoy contra los delitos de odio y me disgusta que se juzgue a un hispanófobo por organizar una pitada al himno. Pero si esas son las reglas del juego a partir de ahora, igual deberíamos jugar todos y no sólo quienes odian a España.

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