Daniel Rodríguez Herrera analiza la cuestión de Tabarnia y el desconcierto argumentativo que crea en los secesionistas.
Artículo de Libertad Digital:
Tabarnia
La idea de Tabarnia ha sido durante los últimos meses una broma que proponía que las comarcas costeras de Tarragona y Barcelona se unieran para formar una comunidad autónoma separada de Cataluña, de modo que pudiera constituirse en ella una mayoría estable de partidos no nacionalistas que acabaran con lo peor de esta ideología. Pero estas Navidades ha resurgido en redes sociales, recibiendo el apoyo –nunca es seguro si medio en broma o medio en serio– de políticos y periodistas que destacan por su oposición al nacionalismo catalán. Y ha tenido el efecto benéfico de poner de los nervios a muchos independentistas y hacerles caer en las más groseras contradicciones.
Los argumentos de los tabarneses para la secesión son serios; al menos tanto como los del nacionalismo. Argumentan que es la zona más próspera, urbana y cosmopolita y que, aunque no tengan nada en contra de los payeses, tienen distintas aspiraciones culturales y políticas. Protestan porque su voto vale mucho menos en las elecciones autonómicas. Se quejan de que Tabarnia padece una balanza fiscal mucho peor que la de Cataluña con el resto de España; de que no hacen otra cosa que subvencionar a la Cataluña rural para que luego voten independencia y provoquen la fuga de empresas y del turismo. Aducen que la gente de Gerona no entiende lo que sucede en Tabarnia porque no son de allí. Su ADN quedaría más cercano al de madrileños, parisinos y neoyorquinos que al de los demás catalanes, más cercanos a la genética de los campesinos del sur de Francia. La obligación de la Generalitat es permitir un referéndum, porque esto va de democracia y hay un claro mandato popular, como puede ver cualquiera que contemple los resultados electorales de las elecciones catalanas. Quien se niegue es un colono subvencionado, un facha. Barcelona is not Catalonia!
En definitiva, y con la salvedad de que los tabarneses no aducen tener soberanía propia separada de la española y reclaman el uso de medios legales presentes en la Constitución, los argumentos son los mismos que se emplean día sí y día también para defender la independencia. De modo que ante este inesperado ataque por el flanco, el nacionalista medio suele quedarse, cuando menos, desconcertado. Así que protesta diciendo que el Estatut no contempla esa posibilidad, aunque les importe bien poco que la Constitución no admita la secesión; que están inventándose fronteras y apoyando el nacionalismo étnico y el populismo económico; que se sostienen sobre agravios inventados; que son como la Liga Norte y su Padania, que siempre ha servido de modelo a los secesionistas; que el futuro de Cataluña deben decidirlo todos los catalanes; que no se pueden separar porque comparten idioma...
Tabarnia pone al independentismo ante el espejo de su pobre ideario. Porque sus fronteras, tan inventadas como las catalanas, tienen el mismo reconocimiento internacional que éstas. Porque los argumentos que usan para defender la independencia son aplicables a la secesión dentro de Cataluña. Porque demuestra sentido del humor, del que siempre huyen los fanáticos. Porque, al igual que la victoria electoral de Ciudadanos, destroza la ilusión de un-pueblo-unido-jamás-será-vencido. Y es que el movimiento secesionista no es un movimiento democrático, sino un proyecto para dejar sin derechos a la mitad de los catalanes, residentes en su mayoría en Tabarnia.
No hay nada más poderoso que una idea a la que ha llegado su momento. El único defecto del proyecto es que la nueva comunidad autónoma tendría que quedarse con el tabarnés Gabriel Rufián. Nada es perfecto.
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