sábado, 22 de diciembre de 2012

Adiós a las armas. (Política, Economía. 1118)

Ante el crimen perpetrado en una escuela primaria del pueblo de Newtown (USA), donde murieron cercad de 30 personas, se ha intensficado el debate sobre la prohibición de armas.

La respuesta fácil, y que primer le viene a uno a la cabeza, y que parece más lógica es de Prohibir las armas. Como la prensa en general y las opiniones van siempre por ese camino, me haré eco de distintos artículos, estadísticas y opiniones que llevan a pensar justo lo contrario, mostrando el error de dicha prohibición, y :

"Fue el segundo peor ataque de su tipo en la historia moderna de los Estados Unidos, Adam Lanza, un joven de 20 años, asesinó a su madre y después se dirigió a una escuela primaria del pueblo de Newtown, donde, con precisión casi militar, asesinó a cerca de 30 personas, incluyendo niños, profesores y al director del plantel, antes de suicidarse cuando escuchó que la policía se acercaba.
La terrible tragedia enlutó a toda la unión americana y reavivó el ácido debate respecto al control de armas, a tan solo unos meses de que otro psicópata atacara a los asistentes a la premier de “Batman: El Caballero de la Noche Asciende”, causando alrededor de 20 muertes.

Los hechos son innegables y ante el dolor de las víctimas todos experimentamos la misma reacción emocional: prohíban las armas. Sin embargo, aunque dicha respuesta es perfectamente natural, eso no significa que sea correcta. Prohibir es la solución más “sencilla” pero en muchos casos resulta tan inmoral como contraproducente.

Vamos por partes. En el fondo del debate se encuentra el derecho a la autodefensa ¿pueden los ciudadanos proteger su propia vida, familia y patrimonio, o deben poner incluso estos bienes bajo el resguardo exclusivo del estado –léase, el gobierno-?

La respuesta decente es que sí. El podernos defender de un agresor violento es algo que ni siquiera deberá estar a discusión, es de básico sentido común; si alguien entra a mi casa o amenaza con lastimar a mis seres queridos resulta perverso que la burocracia me obligue a esperar, como oveja en el matadero, hasta que la policía llegue.

Prohibir a los civiles el uso de armas de fuego nos deja en la indefensión, convertidos en blancos fáciles para los delincuentes, que pueden actuar con total impunidad sabiendo que ante su agresión no tendremos forma de defendernos.

La siguiente pregunta sería entonces ¿por qué los gobiernos tienden regularmente a limitar este derecho elemental? La respuesta es que, en el mejor de los casos, quieren demostrar que están trabajando, y, en el peor, que al tener a la población desarmada, las burocracias pueden imponer sus caprichos con mucha mayor facilidad, sabiendo, al igual que los criminales –y muchas veces con las mismas intenciones- que no habrá quien pueda detenerlos.

En pocas palabras, una población sin armas está completamente a expensas de la buena o mala voluntad de quienes las posean, ya sea el gobierno o la delincuencia.

Por ello no es casualidad que los más grandes tiranos del siglo XX, desde Hitler hasta Stalin, Mao o Pol-Pot, enfrentados en tantos temas, hayan coincidido apasionadamente en su apoyo al control de armas. Todos ellos empezaron desarmando a sus ciudadanos, lo que les permitió después tener vía libre para asesinarlos.

Aproximadamente 170 millones de personas –incluyendo decenas de miles en México- fueron asesinadas por sus propios gobiernos durante el Siglo XX. Por si misma esa es una razón suficiente para guardar el rifle en casa, esperando la llegada del próximo tirano.

Más aún, incluso si usted confía ciegamente en que todos los gobernantes que lleguen al poder serán siempre unas damas de la caridad, el hecho es que tener un arma para autodefensa funciona también contra la delincuencia común. Tan solo en los Estados Unidos se registran cada año más de un millón de casos donde la abuelita, la mamá, el tio o el cuñado salvan su vida e impiden un crimen gracias justamente a sus pistolas y rifles.

Es un hecho, la tasa de asesinatos se reduce cuando la gente puede poseer y llevar consigo armas para defenderse y este efecto es particularmente claro en el caso de las mujeres. Los delincuentes lo saben, una mujer armada no es presa fácil.

Pero qué hacer ante hechos como el de la escuela de Connecticut ¿no demuestran acaso que es necesario controlar más el acceso a las armas? La respuesta es: no.

En todo caso la pregunta es por qué ni el guardia (que solo pudo dar la voz de alarma), ni nadie más, tenía armas a su disposición, pues de otro modo lo hubieran podido detener, como ya ocurrió en un par de ocasiones durante eventos similares, cuando civiles armados impidieron que el tirador siguiera disparando mucho antes de que llegara la policía.

Asimismo, para no ir más lejos, las leyes de control de armas ya existen y estaban en efecto el día de la matanza. Teóricamente el joven Lanza no debió entrar a una escuela armado, eso era ilegal; sin embargo, y esto es algo que a políticos y plañideros se les suele olvidar: los delincuentes y los psicópatas tienden, cosa curiosa, a no cumplir la ley.

Ya existen legislaciones prohibiendo el homicidio, pero obviamente en estos casos no funcionan y por ello resulta ilógico pensar que una nueva ley haciendo ilegales las armas vaya a surtir efecto en los “chicos malos”. En la vida real, lo único que esos unicornios legislativos provocan, cuando son aprobados, es más violencia y más crimen.

¿Por qué? Porque cuando las armas se vuelven ilegales la gente decente las entrega, pero los malosos no. Es algo obvio y, por eso, prohibirlas no solo es inmoral, es francamente una tontería.

Para prueba tenemos nuestras ciudades en México, donde se han registrado cerca de 100 mil ejecuciones en los últimos años, a pesar de las “rigurosas” leyes que solo le permiten a los ciudadanos la posesión de bajo calibre (seguramente los narcotraficantes no se han enterado de la prohibición y por eso utilizan hasta lanzagranadas).

Particularmente claro resulta el caso del Reino Unido, que en 1997 prohibió a sus ciudadanos el poseer armas de fuego y el resultado fue que la violencia relacionada con estas, al contrario de disminuir, se elevó en un 40%, mientras que en Australia, tras la aprobación de una ley similar, los asaltos aumentaron en más de un 51% y no es de sorprender, pues los delincuentes se vuelven más atrevidos cuando saben que sus víctimas están indefensas.

En pocas palabras: prohibir las armas no es correcto y no funciona: deja sin resolver el peligro de los lunáticos (que usan armas del mercado negro o cualquier otro artefacto explosivo), eleva la delincuencia, desprotege a los ciudadanos, fortalece a los criminales y deja campo abierto a los tiranos. Decirle adiós a las armas suena políticamente correcto, pero es un error, y puede ser fatal."

Fuente: Zona Franca

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