martes, 9 de diciembre de 2014

El ‘factor Chávez’ y Podemos: la fórmula para llegar al poder desde la antipolítica

El siguiente artículo muestra las semejanzas de discurso y estrategias entre Chávez en Venezuela y Pablo Iglesias en España para llegar al poder, destacando los ocho elementos que sintetizaban la "fórmula Chávez", de los cuales siete ya cumple Iglesias.


Artículo de El Confidencial:

“Lo que ha ocurrido en Venezuela, lo que está ocurriendo en América Latina, es una referencia fundamental para los ciudadanos del sur de Europa”.

Este es Pablo Iglesias hablando en Venezolana de Televisión (VTV) antes de que su partido le diera la primera puñalada al bipartidismo español en las pasadas elecciones europeas. Por eso todavía podía permitirse acudir al símbolo por excelencia del chavismo mediático sin que le cayeran “hostias como panes”, como reconoció ante Jordi Evolé cuando le preguntó por la escandalosa omisión de Caracas, meca de las revoluciones bolivarianas del siglo XXI, en su reciente gira sudamericana.

El líder de Podemos ya sabía que emular la táctica antipolítica del fallecido Comandante era –y es– un arma de doble filo. El “factor Chávez” –un outsider carismático para refundar una nación en crisis– fue decisivo en el tablero electoral de la región a principios de siglo. Algunos, como el indígena cocalero Evo Morales en Bolivia y el economista de izquierdas Rafael Correa en Ecuador, calcaron con total descaro y rotundo éxito la senda trazada por el militar venezolano. Para otros –como Andrés Manuel López Obrador en México u Ollanta Humala en Perú–, los paralelismos, reales e imaginarios, con el exmandatario socialista supusieron un “beso de la muerte” a pie de urna.

Muchos en España están jugando la carta del arrumaco bolivariano, confiados en que la sola metáfora del “Chávez Ibérico” hundirá a Podemos, especialmente ahora que la brutal crisis económica, política y social en Venezuela ha convertido al poschavismo en un aliado de alta toxicidad diplomática. Y no pasa día que no se lo recuerden, aunque hasta el momento esa simplificación temeraria le ha ayudado en las encuestas.

Los que tratan de moler al eurodiputado de moda con la distorsionada sombra del caudillo bolivariano de 2013 harían bien en compararlo primero con otro Chávez, el que 15 años antes devolvió la esperanza a una nación empantanada por la corrupción. Lo que pasó luego es otra historia. Los políticos venezolanos de entonces –como los españoles ahora– se dedicaron a atacar el síntoma, ignorando sus causas. Creyeron que era el líder y no el contexto. Les señalaron la luna y, extasiados, miraron su dedo. “¡Populismo, populismo, populismo!”, gritaron hasta reventar. Y reventaron.

“Mi país, España, está viviendo una crisis de régimen, se está produciendo una transición porque todos los consensos han saltado por los aires”, resumía el profesor de la Complutense en la televisión pública venezolana. “Y lo que está ocurriendo es que hay una alternativa”. Una alternativa cada vez más real. De los ocho elementos que sintetizan la “fórmula Chávez” para llegar al poder; a Pablo Iglesias sólo le falta uno.

Un joven simpatizante de Chávez durante el aniversario de su muerte en Caracas (Reuters).

Un joven simpatizante de Chávez durante el aniversario de su muerte en Caracas (Reuters).

Paso 1: Un caldo de cultivo con “pH antipolítico”

Con una de las democracias más sólidas de la región, Venezuela debió ser ultrajada durante décadas por un bipartidismo perfecto antes de decidirse a experimentar con la antipolítica. Su caso, como el de Bolivia o Ecuador, muestra que la crisis económica es condición necesaria pero no suficiente para que germine la semilla del outsider. El caldo de cultivo debe incluir, además, una suerte de quiebre moral. Una genuina frustración con el sistema que permitió el letal contubernio de empresarios, políticos y demás parásitos de la res pública.

La crónica roja se escribe a diario en papel salmón, los arcanos del mercado se cuelan en las conversaciones de sobremesa y los exóticos nombres de los casos de corrupción empachan los titulares. La pasmosa impunidad que reina sobre el festín de la cleptocracia va expulsando al electorado, poco a poco, lejos de su zona de confort. El pH ciudadano se vuelve más ácido con los políticos de todo pelaje, más suspicaz con las instituciones y más crítico ante el deterioro económico.
“Me dicen, ‘usted se alzó contra la democracia’. ¿Contra cuál democracia? Yo me alcé contra un Gobierno tiránico, despótico, genocida”, decía el dirigente venezolano en 1998, cuando convirtió su asonada golpista en el primer mitin de su sempiterna campaña electoral. “La democracia ha sido víctima de una deriva autoritaria. Nuestros países se han convertido casi en nuevas colonias, donde poderes que nadie ha elegido están destruyendo los derechos sociales", advertía Iglesias hace unos meses en el pleno de la Eurocámara.

Ahí comienza todo. La democracia, tal como la conocemos, bajo sospecha.

Paso 2: Cristalizar al líder carismático con el rayo catódico

Chávez tuvo que conspirar 20 años y dar un catastrófico golpe de Estado que naufragó en 48 horas para salir 90 segundos en televisión. Pero sólo necesitó eso, 175 palabras en vivo y una promesa: “Compañeros, lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados. (…) Yo asumo la responsabilidad de este movimiento militar bolivariano”. Aplicar el rayo catódico sobre un tipo “normal” con un toque iluminado puede tener consecuencias impredecibles. La figura de aquel espigado teniente coronel insurrecto que, en vez de asumir el fracaso, aparecía con gesto altivo y elocuencia hipnótica augurando un nuevo horizonte para la nación sudamericana cristalizó en el imaginario colectivo de una nación donde las palabras “asumir la responsabilidad” parecían sacadas de un libro de fábulas de Esopo.

Los entretelones de esa histórica escena de 1992 revelan un catastrófico error de cálculo de las autoridades, que permitieron a Chávez improvisar su apoteósico discurso ante las cámaras para apaciguar a sus camaradas alzados. Con la boina roja de comandante de paracaidistas calada, el uniforme impecable y sin esposas, donde querían que el público viera un gorila sanguinario, el fogonazo de los flashes mostró un justiciero decimonónico, aunque ese “por ahora” le costara la vida a una veintena de compatriotas. El romance con la televisión no hacía más que comenzar.

Al igual que Chávez, el líder de Podemos también es producto de un fallo del sistema. Un profesor melenudo que comenzó como “peón televisivo” para animar las tertulias políticas decidió dar su propio golpe mediático un buen 17 de enero lanzándose a las elecciones europeas. Puede que algunos en esas cadenas televisivas se arrepientan ahora de haber alimentado “al monstruo”. Pero ya no hay vuelta atrás. El elefante está en la cacharrería.

“Los partidos de la casta han tenido uno de los peores resultados de su historia. Pero debo decir que, por ahora, nosotros no hemos cumplido con nuestro objetivo de superarles”, avisó Iglesias el 25 de mayo con más de 1,2 millones de votos bajo el brazo. “Nacimos para ir a por todas y vamos a ir a por todas”.

El secretario general de Podemos durante un acto del partido en Madrid (Reuters).
El secretario general de Podemos durante un acto del partido en Madrid (Reuters).

Pase 3: Oxidar el radical libre resultante

“Entregaré el poder en cinco años”, “no nacionalizaré” y “Cuba sí es una dictadura”. El expresidente negó tres veces a la causa para ganar las elecciones de 1998, cuando recorría calles y platós echando pestes de izquierdas y derechas al alimón y propugnando una tercera vía “humanista” más allá del socialismo y del capitalismo salvaje. Para arropar semejante mejunje ideológico acuñó su propio signo ideológico, “el bolivariano”, con el que cualquier venezolano de bien se pudiera identificar.
Decidido a ganar las generales de 2015, Iglesias también ha tenido que comenzar a renegar de la hemeroteca para abrazar una doctrina más transversal: la del indignado. “Eso lo ha dicho usted. Si puede citar algún momento en el que yo la haya puesto (a Venezuela) como referente se lo agradecería”, le respondía cortante a una periodista.

Repotenciado con el influjo televisivo, el líder carismático se convierte en radical libre, un elemento con gran poder reactivo pero tremendamente inestable que hace cortocircuito con las mayorías moderadas que abren las puertas del poder. El objetivo es oxidarse lo suficiente como para aumentar masa crítica, pero no tanto como para diluirse. Y eso se nota, en el discurso y la imagen. Igual que el Comandante dejó el traje de verde oliva en el armario durante su primera campaña y se conformó con blandir su mítica boina roja como un amuleto, Iglesias accedió a quitarse el pendiente de la ceja a condición de exhibir con orgullo la coleta “marca de la casa”.

“Para ganar, la izquierda tiene que dejar de ser una religión y convertirse en un instrumento en manos de la gente. (…) Esto tiene que ver con la rabia de la gente, con la ilusión de la gente. Esto tiene que ver con llegar a gente que de otra manera nos vería como marcianos”. Así de claro lo dijo Iglesias en febrero.

Paso 4: Aplicar reactivos internos

Cúpulas, élites y cogollos. Oligarcas, escuálidos y pitiyanquis. Chávez, maestro del epíteto superlativo, explotó como nadie el maniqueísmo de la guerra de clasesel pueblo vs. la casta”. No hay mejor propaganda para la causa del underdog que el patético espectáculo de la plutocracia ardiendo en la pira del inmovilismo. El voto castigo esta vez es contra el sistema.

La reacción de AD (socialdemócratas centro-izquierda) y COPEI (democristianos centro-derecha), las dos siglas que se turnaron durante cuatro décadas el poder, fue el reactivo imprescindible para activar la fórmula de la antipolítica. Confiados en que se trataba de una fiebre del sistema que pronto remitiría, decidieron ignorar el fenómeno. Pero el mercurio de la antipolítica subió sin pausa y del menosprecio se pasó al terror sin tener en cuenta las muchas contraindicaciones de esta estrategia. La clase política parecía no se haberse dado cuenta de que sus miedos y los miedos de la gente hacía tiempo que no eran los mismos. O peor aún: que el principal miedo de muchos ciudadanos eran los propios políticos. Finalmente, ambos partidos se unieron en coalición para salvar las naves, confirmando la profecía del propio Chávez: son la misma… “Ya se habla en Venezuela de la Clase F. Este 85% de miseria es lo que espanta. Eso sí, es el miedo que yo cargo por dentro. No es el miedo a un candidato, no el miedo al futuro: es el miedo al presente”, sentenciaba el aspirante venezolano en 1998.

“Podemos es el resultado del fracaso del régimen de oligarcas. Permítanme que les dé un consejo: agitar el miedo es una mala estrategia”, recomendó Iglesias en su asunción como secretario general. “Lo que da miedo que acaben con los servicios públicos, que se cierren hospitales, que se cierren escuelas… Eso es lo que da miedo, no Podemos”.

Soldados imponen orden entre seguidores de Chávez agolpados para ver su cadáver (Reuters).
Soldados imponen orden entre seguidores de Chávez agolpados para ver su cadáver (Reuters).

Paso 5: Filtrar por el alambique imperial

“Nos honra como soldados rebeldes que no nos dejen entrar a territorio norteamericano”. El mal rollo se veía venir. Indultado en 1994, Chávez fue recibido en Cuba con honores de Estado por el propio Fidel Castro, pero su discurso “diplomático” era todavía prudente. Pocos años después, el antiimperialismo sería el perfecto alambique que utilizaría, una y otra vez, para filtrar su revolución.

Nada mejor que un buen coco feroz foráneo, imperial y malvado para mantener prietas las filas, justificar decisiones heterodoxas y soplar el ascua del nacionalismo, herramienta electoral formidable tan olvidada por nuestra izquierda patria. El poderoso enemigo extramuros, sea la Casa Blanca, Wall Street o Angela Merkel, alienta la épica del aspirante y le permite tener un chivo expiatorio a mano para zarandear en los momentos de crisis. El político nacional es tan sólo un títere de un sistema de control mucho más poderoso.

“Algunos de los gobiernos del sur de Europa se relacionan con Alemania y con la troika europea como si fueran gobiernos de Vichy. Nosotros los llamamos directamente casta. Esto no tiene que ver con la izquierda o la derecha, sino con amar a tu gente y defender tu país”. Perlas patriotas de Pablo Iglesias en el Hotel Ritz.

Paso 6: Esperar punto de ebullición óptimo

Inspirado en Napoleón, a Chávez le gustaba decir que para el insurgente había una hora histórica, un minuto estratégico y un momento táctico. “A nosotros nos sorprendió el minuto estratégico”, le confesó al colombiano Gabriel García Márquez en 1999, poco después de convertirse en el presidente más joven de la historia de Venezuela. Ese minuto había sucedido en febrero de 1989, cuando el presidente Carlos Andrés Pérez mandó sofocar a plomo los motines populares que se desataron por su paquete de austeridad económica patrocinado por el FMI. Chávez llevaba varios años conspirando en las Fuerzas Armadas, pero ese día, mientras miles morían en las calles, convalecía en casa con gripe. “El Caracazo fue la chispa que encendió la revolución bolivariana”, diría años después.

Sin duda, para Pablo Iglesias su minuto estratégico fueron los indignados de 2011, un click que le hizo reflexionar. “Deberíamos dejar de mirarnos el ombligo. El 15M mandó un maldito mensaje: la mayor movilización que se ha producido en este país no ha tenido que ver con una decisión política de las organizaciones de izquierdas. ¿Eso revela nuestra fuerza? No. Revela nuestra maldita debilidad”. Podemos busca ahora su momento táctico.

Fotos de Chávez a la venta en las puertas de la Academia Militar de Caracas (Reuters).
Fotos de Chávez a la venta en las puertas de la Academia Militar de Caracas (Reuters).

Paso 7: Proponer un nuevo paradigma

“Juro delante de mi pueblo que, sobre esta moribunda Constitución, impulsaré las transformaciones democráticas necesarias para que la República nueva tenga una Carta Magna adecuada a los nuevos tiempos. Lo juro”. Así cumplió Chávez su única promesa electoral de 1998. Ni programa económico, ni reformas políticas, ni orientación ideológica. Todo era convenientemente secundario ante “una asamblea constituyente para barrer con la corrupción” y poner fin a 40 años de desfalco y miseria.
El paracaidista acabó de enterrar a los partidos tradicionales atacando sus últimos bastiones de legitimidad: el Pacto de Puntofijo (1958) y la Constitución (1961). La transición venezolana, durante años considerada modélica, pasó de símbolo de la democracia a sospechoso chanchullo de elites.

Fue tal el éxito que cambiar la constitución pasó a formar parte del ADN del outsider latinoamericano. Por eso, Iglesias se esfuerza por acabar con el espíritu de los Pactos de la Moncloa y plantea un proceso constituyente para abrir “el candado del 78”. “La transición es básicamente el mantenimiento de unos privilegios de una casta política y económica”, la definió en 2013. “Y no es que sólo lo digamos los rojos”.

Paso 8: financiar el experimento

“Estuvimos en América Latina y mirábamos cómo hicieron aquí para ganar y pensamos que hemos dado con la fórmula mágica”. Así de seguro se mostraba Pablo Iglesias a mediados de año. Sin duda, pareciera tener todos los elementos para “tomar el cielo por asalto”. ¿Todos? Para ganar, Chávez tan sólo tuvo que poner una palabra en su programa económico: petróleo. Todas las promesas imaginables cabían en un nuevo y más justo reparto del botín saqueado durante cinco siglos por las oligarquías venezolanas e imperiales. Aunque lo llamó soberanía económica, las conquistas del socialismo del siglo XXI se forjaron en Wall Street con unos exorbitantes precios de los hidrocarburos que podían digerir cualquier entelequia.

El outsider ibérico también esgrime la soberanía como mantra económico, pero se ve obligado a improvisar peligrosos malabares dialécticos con impuestos, grandes fortunas, nacionalizaciones y deuda odiosa cuando le preguntan cómo financiará el santo grial de la equidad, la justicia y el empleo. El propio Pablo Iglesias lo dijo en una conferencia cuando relataba las angustias del expresidente estadounidense Bill Clinton para calmar los mercados de deuda. “Usted será el presidente de EEUU. Usted será el hombre más poderoso del mundo. Pero la viabilidad de su programa económico y de su reelección depende de un puñado de mercaderes de bonos. Esta es la realidad del poder político global”.

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