domingo, 1 de septiembre de 2019

El alarmismo climático, el mayor enemigo de la naturaleza

El alarmismo climático (y la instrumentalización política de ello para alcanzar otros fines) es el mayor enemigo de la naturaleza (y de la vida de los más necesitados). 

Artículo de Libertad Digital: 
Los profetas del ecologismo dominante yerran tanto en el diagnóstico como en las soluciones que proponen a los problemas relacionados con el cuidado y la conservación de la naturaleza. En primer lugar, porque, en términos generales, este movimiento no es más que una de las muchas vertientes que posee el socialismo y el comunismo, de modo que su fin último no consiste en la defensa de plantas y animales, sino en el derribo del capitalismo. Y, en segundo término, porque sus propuestas, lejos de alcanzar las metas pretendidas, no solo suelen fracasar de forma estrepitosa, sino que perjudican de forma muy sustancial a la población más débil y vulnerable de la sociedad.
Desde hace años, el mundo vive inmerso en una constante campaña de alarmismo y manipulación, tanto a nivel político como mediático, con el único fin de imponer una determinada agenda bajo el argumento de que el planeta está en riesgo y, con él, la propia supervivencia de la humanidad. La causa, en teoría, son las famosas emisiones de gases de efecto invernadero, especialmente el CO2, sin que, pese a ello, exista una sólida unanimidad científica acerca del origen antropogénico del calentamiento global. Sin embargo, esta operación, sostenida sobre la base de sustanciales intereses económicos y empresariales, es, sin duda, el mayor enemigo de la naturaleza.
Lo que los ecologistas no entienden -o se niegan a entender- es que el capitalismo, el sistema económico que quieren erradicar, es lo único que garantiza la sostenibilidad ambiental del planeta. Cuanto más rica es una sociedad, más preocupación e interés mostrará por la defensa de determinados valores postmaterialistas, como es el caso del medio ambiente. Una vez cubiertas las necesidades básicas de alimentación, salud y bienestar, y en la medida en que tal cobertura sea más amplia y elevada, mayor será la dedicación y esmero de la sociedad hacia tales problemas.
El capitalismo ha generado la época de mayor riqueza y desarrollo de la historia de la humanidad a lo largo de los dos últimos siglos. Como consecuencia, la pobreza extrema -vivir con menos de 2 dólares al día- se ha hundido desde el 90% a menos del 10% durante este período, posibilitando así la creciente atención que acaparan los problemas medioambientales. Combatir el capitalismo, por tanto, es atacar a la naturaleza. No es casualidad, por tanto, que Suiza, uno de los países más capitalistas del mundo, sea el más ecológico del planeta, o que las economías ricas, igualmente, lideren los indicadores internacionales de cuidado ambiental. Por el contrario, el anticapitalismo, bajo la tiranía comunista, fue el artífice, entre otros muchos frutos, de la desaparición del Mar de Aral, hoy convertido en un desierto, o el desastre nuclear de Chernóbil en Unión Soviética.
Pero es que, además, por si fuera poco, los ecologistas y sus aliados políticos también perjudican a los más pobres, ya que el grueso de sus medidas consiste en encarecer el coste básico de la vida, al tiempo que dificultan el desarrollo económico del Tercer Mundo. Valgan como ejemplos las energías renovables, más caras e ineficientes que otras fuentes tradicionales, cuyo fomento se traduce en una factura eléctrica mucho más onerosa, o la guerra al coche, que encarece los desplazamientos debido al alza de vehículos y combustibles. No contentos con ello, los ‘verdes’ apuesta ahora por elevar el precio de la carne y de los vuelos de avión, lo cual, más allá de perjudicar a las rentas más bajas, constituye un completo despropósito debido a su absoluta inutilidad.
No, la solución al calentamiento global de origen antropgénico, en caso de haberlo, al igual que al resto de problemas medioambientales, no son más impuestos ni más intervencionismo público, sino más y mejor capitalismo, único modelo capaz de garantizar el capital y la libertad suficientes para que el hombre, gracias a su innata creatividad, desarrolle nuevas fórmulas e innovaciones capaces de superar las dificultades y retos que surjan por el camino.

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