martes, 19 de mayo de 2020

Hoy pijos, ayer kulaks: el horror que llegó tras la promoción comunista de la envidia

Elentir muestra los antecedentes históricos de la estrategia de división y generación de odio de clase por parte de los comunistas, reflejadas cada día en la estrategia política del gobierno (Unidas Podemos y PSOE). 


Dicen que quienes olvidan su historia están condenados a repetirla, y eso parece que está ocurriendo en Europa tres décadas después de la caída de la tiranía comunista.
Un gobierno socialista-comunista identificando a los díscolos como pijos y ricos
En España se están registrando protestas pacíficas contra el Gobierno socialista-comunista por su pésima y negligente gestión de la pandemia de coronavirus, que se ha saldado con decenas de miles de muertos, y contra el estado de excepción encubierto con el que se están vulnerando derechos fundamentales. Desbordado por un creciente descontento, el Gobierno y sus medios afines apelan a la envidia para intentar sofocar las protestas, tras haber fracasado en su intento de amedrentar a los descontentos enviándoles a la Policía. La consigna es tan evidente como burda: identificar a los díscolos como pijos, ricos, privilegiados y egoístas, a fin de redirigir contra ellos el cabreo social que ahora se dirige contra el Gobierno.
A esta rastrera campaña se han unido también algunos medios de comunicación y personas que no son de izquierdas. Eso indica, en parte, el éxito de la estrategia. Y es que uno de los propósitos de esa promoción de la envidia es que los señalados intenten hacerse perdonar el hecho de tener lo que otros no tienen. Nunca es agradable que otros deseen sus bienes, aunque te los hayas ganado con muchos años de esfuerzo. Por eso, la reacción habitual de muchos señalados es señalar a otros con una posición más elevada, a fin de cargarles a ellos con el odio ajeno.
Fomentar la delación: la salida fácil que ofrecen los totalitarios
Así, alguien de clase media señalado como “pijo” por la izquierda es normal que le cuelgue el muerto a otra persona de clase alta. Es una reacción torpe que no ataca la raíz del problema: el odio de clase, que es el equivalente comunista del odio de raza promovido por el nacional-socialismo En ambos casos el odio tiene la misma finalidad: señalar a un chivo expiatorio contra el que dirigir el odio de la masa y al que culpar de todos los males, incluidos los causados por los propios totalitarios.
Tan necio y perverso es eludir el señalamiento comunista acusando a otro de “rico”, como lo es señalar a otro como “judío” para evitar el odio antisemita. De hecho, y por si alguien aún no se ha dado cuenta de ello a estas alturas de la historia, lo que buscan los totalitarios es enfrentar a la gente y fomentar la delación en torno a los nuevos “delitos” (ser rico o ser judío), pues saben que en el entorno opresivo del totalitarismo, eso es más fácil y cómodo que negar que ser rico o ser judío sea algo malo.
El marxismo combinó en sus inicios el odio de clase y el odio antisemita
Hay que decir que en sus orígenes, el marxismo combinó tanto el odio de clase como el antisemitismo. En 1843 Karl Marx escribió un panfleto antisemita titulado “Sobre la cuestión judía”, en el que escribió afirmaciones que podría copiar cualquier nazi sin cambiar ni una coma: “¿Cuál es el fundamento secular del judaísmo? La necesidad práctica, el interés egoísta. ¿Cuál es el culto secular practicado por el judío? La usura. ¿Cuál su dios secular? El dinero”. Se da la paradoja de que el propio Marx tenía origen judío, pero su padre se convirtió al luteranismo para eludir el antisemitismo. Una vez más nos encontramos lo que ya os he señalado: la típica reacción del que redirige el odio contra otros para evitar que se dirija contra él.
Marx dirigió su odio también contra la clase media y los pequeños comerciantes
Marx era un hombre de una posición acomodada. A pesar de ello, en su “Manifiesto comunista” dejó plasmado el fundamento del odio de clase que ha venido promoviendo el comunismo con resultados desastrosos: “Toda la historia de la sociedad humana, hasta el día, es una historia de luchas de clases. Libres y esclavos, patricios y plebeyos, barones y siervos de la gleba, maestros y oficiales; en una palabra, opresores y oprimidos, frente a frente siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida”Con esta declaración, Marx convertía de hecho la envidia en el motor fundamental de su movimiento totalitario. Pero ese odio no lo dirigió simplemente, y como pueden pensar algunos, contra las clases altas y contra los grandes industriales. En esa misma obra señalaba como “reaccionarios” a los “elementos de las clases medias, el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el labriego”. Este señalamiento acabaría desencadenando un genocidio.
La primera matanza de «kulaks» en 1918 por orden de Lenin
Cuando los bolcheviques liquidaron la recién nacida democracia rusa con su golpe de Estado de noviembre de 1917, la nueva dictadura se lanzó a usurpar todas las propiedades agrícolas para ponerlas en manos del Estado, es decir, en manos de la casta comunista. Los bolcheviques aseguraban que de esta forma se conseguiría una sociedad igualitaria, en la que nadie tendría más que otro y donde no habría cabida para la envidia, una fantástica utopía para cuya consecución se exigía el sacrificio de ciertos derechos, como por ejemplo la propiedad privada. Lo que llegó fue lo que suele pasar cuando una dictadura te promete algo irrealizable a cambio de renunciar a tus derechos: primero el crimen y luego el desastre.
En el verano de 1918, en la región de Penza Gubernia hubo una rebelión de campesinos que poseían sus propias tierras: eran casi la quinta parte de la población, y se vieron asaltados tanto por la colectivización de sus tierras como por la confiscación masiva de grano ordenada por el dictador Lenin. Para liquidar esa rebelión, los comunistas identificaron a los revoltosos como “kulaks”, que era como se conocía en Rusia a los propietarios agrícolas más ricos. Intentaban, así, fomentar la envidia contra ellos no sólo del proletariado urbano, sino también de los campesinos más pobres. El 11 de agosto de 1918, Lenin envió un telegrama a los comunistas de esa región ordenando “la supresión despiadada de los kulaks de cinco distritos y la confiscación de su grano”La orden incluía ahorcar a “no menos de cien kulaks conocidos, hombres ricos y sucios, chupasangres”, además de tomar rehenes entre otros, una práctica habitual de los bolcheviques para evitar rebeliones y huelgas.
Provocando hambrunas con millones de víctimas para usarlas con fines políticos
Las colectivizaciones de tierras y las confiscaciones masivas de grano ordenadas por Lenin provocaron entre 3,9 millones y 7,75 millones de muertos por hambrunas entre rusos, kazajos y tártarosEl grano requisado se usaba a menudo para la exportación, a fin de obtener ingresos para el Estado, una práctica miserable que continuó durante la dictadura de Stalin. Como también está ocurriendo ahora, hubo una campaña de solidaridad hacia los hambrientos, que logró ayuda del exterior, pero Lenin ordenó difamar y acosar a sus promotores“Deben ser ridiculizados y acosados ​​de todas las formas posibles al menos una vez a la semana en el transcurso de dos meses”, ordenó por escrito a su brutal policía política, la Cheka.
Lenin quería aprovechar el hambre y la desesperación de la gente, provocadas en gran medida por él, para acumular todo el poder posible. En una carta dirigida al Politburó el 19 de marzo de 1922, cuyo original se conserva en la librería del Congreso de EEUU, el dictador comunista señaló: “Ahora y solo ahora, cuando las personas se consumen en áreas afectadas por la hambruna y cientos, si no miles, de cadáveres yacen en las carreteras, podemos (y por lo tanto debemos) perseguir la eliminación de propiedades de la iglesia con la energía más frenética y despiadada y no dudéis en sofocar la menor oposición (…) en ningún otro momento, además del hambre desesperada, nos dará ese estado de ánimo entre la masa general de campesinos que nos garantizaría la simpatía de este grupo, o, al menos, nos aseguraría la neutralización de este grupo”. En ese momento la Iglesia ortodoxa rusa estaba dirigiendo los recursos que le quedaban a socorrer a los hambrientos, por lo que la orden de Lenin era doblemente perversa.
La deportación de los kulaks y el genocidio ucraniano en la dictadura de Stalin
El ataque de Lenin contra los kulaks se repitió nuevamente durante la dictadura de Stalin, pero con unas dimensiones mucho mayores. Entre 1929 y 1932, la dictadura soviética emprendió una ofensiva contra esos campesinos, a los que había designado como “enemigos de clase”. Este nuevo ataque contra los propietarios agrícolas se plasmó en deportaciones masivas de campesinos que se saldaron con 6 millones de muertos, según señala Steven Rosefielde en su libro “Holocausto rojo” (2009). Las víctimas incluyeron a hombres, mujeres y niños. En 1932 se emprendió otra campaña más contra los campesinos de Ucraniaprovocando un nuevo genocidio, el Holodomor, con 3,9 millones de muertos, según estimaciones recientes de la Academia Nacional de Ciencias de Ucrania.
Muchas de las víctimas de aquella tragedia, incluidos muchos niños, murieron de hambre mientras el estado soviético exportaba cantidades ingentes de grano requisado para obtener ingresos. Entre las víctimas hubo mucha gente de clase media y campesinos pobres: así acabó lo que había empezado como un señalamiento contra los “ricos”. Cabe preguntarse si los comunistas, que nunca han condenado ese genocidio, pretenden ahora que se repita la historia.

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