martes, 17 de mayo de 2016

El 26J no es ninguna broma

J. Benegas analiza la complicada situación política en España ante las próximas elecciones, que efectivamente, no serán ninguna broma...

Artículo de Voz Pópuli: 
Si algo traen debajo del brazo las grandes crisis es el desorden, el caos del pensamiento, de la lógica y hasta del sentido común. No hay escenario más provechoso para que los jugadores de ventaja vendan su mercancía averiada que cuando todo parece desmoronarse. El orden, la dislocación de causa y efecto y hasta la más elemental jerarquía de las cosas sucumben ante la avalancha de malas noticias, la corrupción y la degradación institucional. Entonces, las ideas viejas, las soluciones más descabelladas, hasta las subculturas más ridículas pueden convertirse en alternativas.
Un ejemplo. Por más que se haya aderezado con una suerte de pseudociencia económica, el estancamiento de la economía se ha interpretado de forma conspiranoica y maniquea. Al final la conclusión siempre es la misma: la crisis es fruto de un oscuro conciliábulo, un cuento de buenos y malos. El reduccionismo alcanza cotas extraordinarias. Y la irresponsabilidad es mayúscula. Se propone la salida del euro, incluso de la UE, para evitar el empobrecimiento, cuando precisamente lo que nos ha evitado males mayores ha sido que desde Bruselas nos pintaran unas líneas rojas que aquí habían desaparecido.
Es evidente, a qué negarlo, que la UE no es un dechado de virtudes. Pero en comparación con nuestros gobernantes, es la quintaesencia de la sabiduría. Piensen qué habría sido de España si los Zapatero, Montoro & Cia. no hubieran estado tutelados por los gendarmes de Europa, ¿hasta dónde habrían llegado sus desafueros? Ahora eliminen de la ecuación al rajoyismo y sustitúyanlo por el podemismo, sus confluencias, animalistas incluidos, y separatistas asociados e imaginen una España al margen del control europeo… No es necesario que contesten, es una pregunta retórica.
Que los grandes partidos sean incapaces de establecer una hoja de ruta reformista no significa que los oportunistas que aspiran a sucederles vayan a dar en el clavo, porque, como su propia naturaleza indica, lo más seguro es que intenten darnos gato por liebre. De hecho, con la inestimable colaboración de los turnistas que nos desgobiernan, han tenido bula para denostar a las maltrechas instituciones. Ya saben, el recurrente “no nos representan” y su particular síndrome de Antígona. Una llamada a la beligerancia, al levantamiento con el que no sólo quieren expulsar a quienes hoy las ocupan, sino demoler las instituciones mismas. Dicho más directamente: no aspiran a reformarlas sino a derribarlas. Si lo consiguen, las reconstruirán a su imagen y semejanza; nos traerán su democracia, que en realidad es la centralización del Poder. Después, y ya sin freno, irán a por esas otras instituciones, las informales, que vertebran el orden social espontáneo. Declararán proscrito lo que ellos llaman el “heteropatriarcado”, abolirán la propiedad privada, prohibirán el capitalismo y enterrarán los restos de los derechos individuales. Y en un abrir y cerrar de ojos estarán decidiendo si debemos comer carne o pescado. El puritanismo izquierdoso es esto.
Hace tiempo que desde estas página venimos advirtiendo que prohibir la crítica al Régimen del 78 y convertir en tabú su reforma, lejos de contener los problemas los agravaría. Cuando el debate se rehúye, se cede todo el terreno al adversario, que rápidamente lo ocupará y se hará fuerte. Precisamente eso es lo que ha estado sucediendo durante estos nueve años de crisis. El populismo de izquierdas, en sus formas casi infinitas, ha aprovechado la incomparecencia de sus adversarios para acaparar el espacio reformista y hacerse fuerte. Esto no significa que la suerte esté echada, pero es evidente que llevamos casi 10 años jugando con fuego… y al final saldremos escaldados. Es cuestión de tiempo, puro cálculo de probabilidades.
Abordar las reformas que el modelo político español necesita tiene costes, especialmente para quienes gozan de más privilegios, pero no hacerlo supondrá costes aún mayores para todos. Recuperar el terreno perdido y poner pie en pared para detener la revolución cultural que se nos viene encima requiere no sólo un cambio radical en los partidos que se llaman a sí mismos constitucionalistas, también es imprescindible el compromiso de esas élites que representan la parte del león de la economía y la influencia en España. No se lo tomen a guasa: el 26J no es ninguna broma, por más que estemos hasta la coronilla. Si los prohombres del Régimen piensan que podrán seguir manteniendo el control de sus negociados contemporizando e, incluso, confraternizando con la tropa populista, se equivocan. El escorpión tiene su naturaleza. No sean idiotas.

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