jueves, 12 de mayo de 2016

El infierno blanco

Alberto Illán analiza la situación del sector lácteo español y el enorme daño que le ha producido las constantes políticas de subvenciones (los denominados incentivos perversos), que se evidencian cuando los recursos gratis del contribuyente se acaban (es decir, cuando los recursos se gestionan eficientemente yendo a dónde son más necesarios y donde satisfacen más necesidades), eliminando la sobreoferta y la sobrecapacidad artificial, generando beneficios reales y sostenibles a los productores e incentivando la innovación y la mejora de procesos. 


No, no voy a hablar del Real Madrid, sino de la leche. Hace aproximadamente un año y un mes, la Unión Europea dio por finalizada la cuota láctea que llevaba vigente desde abril de 1984 y que había dotado a los ganaderos españoles, cuando entramos en la Unión, de una cuota a repartir de 4,5 millones de toneladas. El sistema creó mucho descontento en algunos que pretendían producir mucho más, y menos descontento en otros, que tenían que comprar cuota: en el mundo agrario español nadie está contento, nunca.
Un año después de la desaparición de la cuota, la situación no puede ser más esperpéntica. Y es que, si en España no estamos muy acostumbrados a los beneficios que nos otorga la libertad política y económica, en el campo español, mucho más habituado a precios fijos, a mercados cautivos y a planificaciones más o menos acertadas, esta ligera liberalización (dicho sea con todos las precauciones posibles) no ha resultado especialmente bienvenida.
Como era de esperar, las explotaciones menos rentables se han visto con el agua al cuello y han sido las que más han protestado, ya que antes tenían asignadas unas cantidades que ahora no saben producir a precios actuales y comercializarlas. Los bajos precios les han afectado y apenas pueden hacer frente a los gastos. Este descontento es normal; si yo estuviera en una situación similar, acostumbrado a un sistema económico intervenido no durante décadas, sino durante siglos, también estaría pensando que la liberalización es un infierno.
En Castilla y León, hay 130 ganaderos que ya se han retirado del negocio y otros 1.300 ven que los acuerdos a los que llegaron con el sector industrial y de comercialización, con intermediación de Ministerio y Consejería, no han sido suficientes. Los ganaderos aseguran que necesitarían que les pagaran 0,32 céntimos por litro, mientras que en no pocos casos sólo están recibiendo 0,25. Salvo que haya otros elementos ajenos, está claro que hay un exceso de oferta. También puede ser que llegue a esas industrias y supermercados leche de otros orígenes y a precios más baratos, con lo que los castellanoleoneses no serían tan “necesarios” como ellos piensan.
Supongo que ahora se darán cuenta del error que fue para el sector lechero español que se potenciara la leche esterilizada frente a la pasteurizada, ya que ésta segunda, que dura tres días en el frigorífico, habría favorecido a los ganaderos más cercanos a los lugares de consumo; podían estar tan equivocados como los que pensaron que no merecía la pena invertir en sistemas higiénico-sanitarios, pues al fin y al cabo, la esterilización del proceso industrial lo mata todo… incluido el mercado local.
Una de las estrategias del campo español es la de quejarse y esperar que las administraciones públicas le saquen las castañas del fuego, mientras realiza una serie de huelgas y protestas para llamar la atención de los medios, que muestran al agricultor y al ganadero como una víctima del sistema. Los ganaderos se quejan ahora de que el final de la cuota les ha dejado a merced de la industria. Puede ser, pero se lo han ganado a pulso. Durante todo este periodo, han podido adaptarse al entorno, crear cooperativas, líneas de productos que usen su materia prima, mejorar las instalaciones y la cabaña, buscar distintas salidas a su empresa… Y un periodo de adaptación de casi 30 años no se me antoja escaso. Es mucho más sencilla la queja o el victimismo.
Si la industria presiona para que los precios sean más bajos, quizá quiera decir que pueden conseguir la leche en otras partes a esos precios. Si no fuera así, sería la industria la que estaría “vendida” a los ganaderos. Está claro que son éstos los que no están en la realidad del mercado, sino en el mundo virtual de una ayuda… que ya ha desaparecido. Y es que, al final, enquistamos sectores enteros en la subvención y la ayuda, despojando a los contribuyentes de sus recursos.
Cuando hace ya muchos años se creó la Unión Europea, los franceses la concibieron para proteger a sus agricultores de los más competitivos/baratos mercados externos y porque, en plena posguerra, el pensamiento “único” de esa época era la planificación y la protección de lo propio. El resultado es que una burrada del presupuesto de la UE se dedica, incluso ahora, a mantener el campo: con el 38% del presupuesto se “mantiene” el 5% de la población. Cuando se eliminan los incentivos perversos de las ayudas, los recursos económicos van donde son más necesarios, donde pueden ayudar más, según las necesidades y los deseos de los ciudadanos, y donde los empresarios, incluso los ganaderos, satisfacen estos deseos consiguiendo beneficios. Al agro castellano no parece gustarle esta idea.

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