José Carlos Rodríguez analiza el exitoso proyecto del chavismo, el socialismo del siglo XXI (el de toda la vida) en Venezuela, en su objetivo de obtener la igualdad para todos.
Artículo de El Subjetivo:
Carlos Garcia Rawlins / Reuters
Cuando Hugo Chávez llegó al poder en 1999, se propuso sustituir lo que quedaba de capitalismo en el país por el socialismo de siempre, aunque por darle algo de lustre se dijo que sería el del siglo XXI. Su éxito se ha retrasado, pero ha sido completo. Como un personaje de una tragedia griega, Chavez no ha podido ver su obra completa, privilegio que le ha correspondido a su sucesor Nicolás Maduro.
La Heritage Foundation lleva más de dos décadas intentando cifrar la libertad económica, aún siendo consciente de que el concepto se resiste a un calibrado preciso. En 1995, antes de la llegada de Chávez, el país tenía una puntuación de 59,8, ligeramente por encima de la media mundial. En la actualidad sólo le pueden conceder 27 puntos, y es la economía más reprimida del mundo, excepción hecha de Corea del Norte. Le ha llevado casi dos décadas, pero el chavismo ha acabado casi por completo con el capitalismo.
Los frutos podridos del socialismo están ahí: Es ahora la economía más pobre de Iberoamérica, por debajo incluso de Haití. La Encuesta Nacional de Condiciones de Vida muestra que ocho de cada diez familias viven en la pobreza, y la mitad en una pobreza extrema. La inflación, el latrocinio del gobierno, el fin de la cooperación económica por medio del comercio, todo ello ha llevado al desabastecimiento, la pobreza y el hambre.
El chavismo está sometiendo al pueblo venezolano a una carrera hacia la miseria, en la que el paso anterior a la muerte por inanición, habrá obtenido su éxito final: la perfecta igualdad económica en el cero absoluto.
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