Fernando Díaz Villanueva sobre la propuesta de incrementar el gasto militar de Trump y el error que conlleva la creencia (compartida y llevada a cabo por las distintas administraciones sea del signo que sea y por muchos de los votantes) de que aumentar más el gasto público militar es bueno.
Artículo de su página personal:
Trump acaba de anunciar que aumentará el gasto en Defensa durante el próximo ejercicio. Lo hará, además, de un modo contundente: 54.000 millones de dólares más, un 9% de incremento sobre el año anterior. 54.000 millones es una cantidad tan mareante de dinero que nos cuesta hacernos a una idea de su magnitud pero, contextualizándolo para que lo entendamos, eso es lo que produce un país como Bulgaria o Uruguay en un año. Claro que, habida cuenta de que el gasto anual en Defensa de los EEUU ronda los 600.000 millones de dólares, ya no parece tanto. El aumento dice que no le va a costar nada al contribuyente ya que esa cantidad la detraerá de otros capítulos de gasto como la cooperación al desarrollo o la agencia de protección al medio ambiente. Ya veremos.
No me voy a poner estupendo diciendo que el gasto militar es malo y financiar ONGs es bueno. Creo que el gasto público es malo siempre y en casi en cualquier circunstancia. El gasto en Defensa no es una excepción. Sus defensores arguyen que es dinero bien empleado porque redunda en seguridad. Y sin seguridad no hay libertad. Cierto, pero a veces sucede que gastar más en armas no significa estar más seguro.
Si ponemos en perspectiva el gasto militar norteamericano lo primero que advertimos es que crece casi siempre. En los últimos 15 años se ha doblado. Todos los presidentes desde Clinton lo han hecho subir. Entre 1996 y 2000 creció un 14,2%, entre 2001 y 2008 un 107% y entre 2008 y 2011 un 3%. Solo a partir de entonces empezó a descender tímidamente, pero no olvidemos que tocó techo precisamente con Obama en 2010 con 720.000 millones. Podríamos concluir por lo tanto que hay una especie de consenso republicano-demócrata sobre este tipo de gasto centrado en la idea de que el gasto militar es bueno y que siempre es mejor acrecentarlo que aminorarlo.
Si nos vamos más atrás, medio siglo más atrás concretamente, nos encontramos con que aumentó en los 60 con Kennedy y Johnson y que se redujo ligeramente en los 70 con Nixon, Ford y Carter, pero sin llegar a ser tan bajo como a principios de la década anterior. Repunta con Reagan y empieza a caer con George Bush (padre). Clinton mantiene la tendencia a la baja hasta que en el 96 abre de nuevo la espita del gasto. Con George Bush (hijo) crece de manera muy acusada (solo en 2003 aumentó de golpe un 26%) y siguió por ese camino durante toda la década. De 2000 a 2010 el aumento es del ¡137%!
Dicho esto la pregunta sería: ¿es EEUU más seguro ahora que hace quince años?… ¿es el mundo un lugar más seguro ahora que antes de la guerra de Irak? Sinceramente no lo creo. Las amenazas de entonces persisten y han aparecido algunas nuevas. Podríamos incluso hacernos la misma pregunta pero con cien años de retraso. ¿Era el mundo de 1914 más seguro que el de 1870 después de un rearme masivo por parte de las potencias de la época? En absoluto, el mundo de 1914 era un polvorín y a los hechos me remito.
La situación de hoy es muy diferente, aunque solo sea porque potencia militar digna de tal nombre solo hay una. Ahora lo que tenemos es a los contribuyentes norteamericanos metiendo en el Pentágono miles de millones de dólares cada año que se pierden en infinidad de programas militares inútiles. Eso la mayor parte de contribuyentes no lo saben. Pagan y amén. Además, muchos de ellos creen que es dinero bien empleado porque más gasto es sinónimo de más seguridad. Al fin y al cabo con más fondos se pueden comprar más armas y entrenar a más hombres. Eso es cierto pero solo a medias. Es cierto, por ejemplo, en un estado de guerra sin cuartel, pero no lo es tanto en tiempos de paz.
Recurramos a una metáfora. Nuestra salud está directamente relacionada con la comida. Si no comemos primero enfermamos y luego morimos. Luego si yo digo “cuanta más comida más salud”, ¿estaría en lo cierto? Obviamente no. No se trata de comer mucho, sino de comer bien y la cantidad adecuada. Pues sucede lo mismo con el gasto militar y con gasto de cualquier tipo. A partir de cierto punto cada incremento en el gasto no se traduce en un incremento de la calidad. Lo vemos, por ejemplo, con las empresas públicas, que se tragan cada año una cantidad creciente de dinero sin que sus productos y servicios mejoren lo más mínimo. A veces incluso empeoran. Ahí tenemos el caso de Renfe. Pasa también en las empresas privadas, en las que tan malo es tener empleados de más como tenerlos de menos.
Gasto militar estúpido es, por ejemplo, el F-35, que trae un sobre coste de 150.000 millones de dólares y todavía no está desarrollado del todo. Trump ha hecho bien en cancelar el programa, quizá por eso no se entiende muy bien lo del aumento del gasto militar de ahora. El del F-35 no es el único caso. La marina tiene también su F-35 particular. Se llama LCS, acrónimo de Barco de Combate Litoral, un proyecto para crear un nuevo tipo de embarcación de combate para aguas costeras. Hasta la fecha ha engullido 30.000 millones de dólares y arrastra un gigantesco retraso. De la clase Independence (esos tan futuristas de tipo catamarán) solo están operativos tres de los 13 que se encargaron hace 14 años.
El problema con el Pentágono y, en general, con todo relacionado con la Defensa es que, por su peculiar naturaleza, es difícil o directamente imposible de controlar. Luego la cosa da pie a un sinnúmero de compartimentos estancos donde los problemas se enquistan y en los que nadie puede meter el ojo. Es el lugar ideal para gastar a discreción sin rendir una sola cuenta. Es decir, un sistema ineficiente y oscurantista que en cualquier otro área del Gobierno y, no digamos ya, del sector privado sería inaceptable. Para estrangular ese sistema no creo que la mejor idea sea inyectar más dinero, sino retirárselo. Cuando las aguas bajan es cuando toda la porquería acumulada en el lecho del río queda a la vista. Tienen que desecar el río, no ponerle más agua.
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