Carlos Rodríguez Braun analiza las delirantes ideas del filósofo Santiago Alba sobre el capitalismo, mostrando hasta que punto se puede deformar, manipular, desconocer y mentir sobre la realidad, para tapar sus propias vergüenzas.
Artículo de su blog personal:
He revisado las ideas sobre el capitalismo en Ser o no ser (un cuerpo), del filósofo Santiago Alba Rico.
Dice, por ejemplo: “La victoria provisional sobre el hambre se llama ‘consumo’; es decir, destrucción de recursos como condición de la supervivencia”. Como los antiliberales ya no pueden proclamar que el capitalismo provoca hambre, y entonces alegan que la mejora es sólo provisional y que ha venido a costa de la destrucción: consumir es destruir. Sin embargo, el consumo no es destrucción, y los recursos no están limitados en el tiempo: si así fuera no podrían haberse reducido el hambre y la pobreza en el mundo de modo tan espectacular mientras que al mismo tiempo aumentaba la riqueza y el consumo a unas cifras récord.
Pero el pensador no se arredra. Define así el mercado: “su propia naturaleza lo hace indiferente o incluso hostil a todos los compromisos”, como si no naciera de los contratos. Subraya el dogma progresista de que estamos dominados por las finanzas, en “procesos casi automáticos en los que la política poco puede intervenir”, como si los Estados no fueran los mayores de la historia, como si no hubiera intervención en las finanzas, como si los impuestos hubieran bajado.
Repite más ideas absurdas: “el capitalismo no puede ni quiere distinguir entre una mula y un hombre…la mafia es el estadio superior del capitalismo…Bajo el capitalismo todo progresa salvo los hombres, varados en el Neolítico…detrás de la riqueza capitalista hay un ejercicio de violencia original, prolongado en la actualidad, que no puede negarse…el capitalismo, incompatible con la democracia, es sobre todo incompatible con la supervivencia de la especie humana”.
Si es tan malo el capitalismo, ¿qué pasará con el no capitalismo? Habla el filósofo de “las cloacas policiales [con] comunistas, homosexuales y delincuentes”; como si en los países comunistas no hubiera cárceles, no fueran cloacas, y como si allí trataran bien a los homosexuales. Condena a Stalin, es verdad, sólo faltaba que lo canonizara, pero lo sitúa pulcramente entre Hitler y el fundamentalismo islámico. Aparte de eso, todo lo malo realmente se limita al capitalismo, a los nazis (como si no hubieran sido socialistas), nunca a los comunistas; el malo es Pinochet, nunca Fidel Castro. En otra oportunidad cita a Stalin junto con Hitler para condenar los crímenes…nazis.
Todo culmina en una antigua manipulación que, ante la imposibilidad de negar el horror del socialismo real, recurre a la mixtificación de igualarlo con el capitalismo real. Así, recupera el mito de que lo malo del socialismo es el liberalismo, y sin rubor identifica a Stalin con ¡Henry Ford! Dice: “el modelo soviético de los años treinta no se distingue en nada del estadounidense, salvo por sus efectos políticos colaterales”. Hay que filosofar muy profundamente para realizar esta equiparación, y para llamar “efectos políticos colaterales” a lo que distinguió a Rusia de Estados Unidos, a saber, los millones de trabajadores asesinados por los anticapitalistas.
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