miércoles, 29 de agosto de 2018

Chistes

Rosa Belmonte sobre la cuestión de los chistes y la ofensa, que implica acabar con el humor. 

Artículo de ABC: 
Hace años, unos gitanos se quejaban en la tele de cómo los había tratado la policía en un desalojo: «Ni que fuéramos negros». Entonces me hizo gracia y me la sigue haciendo. Ahora no se pueden hacer chistes de gitanos, te meten en la cárcel de Little Offended. Aunque ese sucedido no es un chiste, es un hecho real. Como reales y chistosos eran otros gitanos que ocuparon la casa de una urbanización en Molina de Segura para ocuparla sólo los fines de semana (tenía piscina). Si fuera mía me reiría menos. Lo de que no se pueden hacer chistes de gitanos lo decía Rober Bodegas, miembro del dúo cómico Pantomima Full, en el monólogo por el que ha recibido 400 amenazas de muerte. «Ya no se pueden hacer chistes sobre gitanos… Yo trabajo en la tele y cada vez que alguien hace un chiste de gitanos llega una carta, sorprendentemente bien escrita, pidiendo que no se haga eso más. Y no se hace. Me parece bien. Ellos han pedido que no hagamos chistes y lo estamos cumpliendo. Nosotros hemos pedido que vivan acorde a nuestras normas sociales. Ellos supongo que necesitan tiempo». Risas en el auditorio. La comunidad gitana dice que el racismo no es humor nunca. Hombre. Todo puede ser objeto de humor. El racismo y mi madre muriéndose.
Lo peor es que Rober Bodegas, sin dejar de asumir que el humor supone provocación, ha pedido dos cosas: disculpas a los ofendidos y a Comedy Central que retire el vídeo. Desde fuera, con la tranquilidad que da no haber recibido 400 amenazas de muerte o 400 canciones de Diana Navarro, es muy fácil criticar esa cesión a las minorías que, como María Cristina, nos quieren gobernar. Que deciden de qué nos podemos reír. Ya lo decía Joan Rivers: «No pedimos disculpas por los chistes. Somos cómicos. Estamos aquí para hacerte reír. Si no te parece bien, no nos mires». Demonios, los humoristas también son una minoría oprimida.
Los chicos de Pantomima Full saben igualmente que no se puede bromear proponiendo un hipotético programa llamado «Gran Hermano VIH». Hicieron el chiste en «La resistencia», que ven cuatro gatos. Sugerían que te hicieran pruebas al salir si te liabas con alguien. «El formato es el mismo, lo que cambia es el título para sembrar la duda». Los límites del humor, esa horrible expresión sin sentido, no están en el mal gusto, están donde se pierde la gracia. Yasutaka Tsutsui, el autor de «Lo que vio la criada» (Atalanta), escribió sobre la epilepsia en un cuento y la Asociación de Epilépticos de Japón provocó su linchamiento en la prensa. Anunció que dejaba de escribir por la falta de libertad de expresión. Volviendo a los gitanos, hace poco tiempo Paula Echevarría cometió la torpeza de elogiar a la tal Dulceida poniéndose ella mal: «Es como comparar a Dios con un gitano». Joaquín Cortés se puso hecho una hidra. Mucho antes, Inda había dicho en «El programa de Ana Rosa» (¿volverá?) que Monedero era el Bárcenas de Pablo Iglesias. Y Ana Terradillos: «Es como comparar a Dios con un gitano». Protestó la Unión Romaní. Del Diccionario de la Real Academia quitaron la acepción de gitano «Que estafa u obra con engaño», pero añadieron «Trapacero». O sea, «que con astucias, falsedad y mentiras procura engañar a alguien en un asunto». Cachondos. Eso sí, se aclara que se usa como ofensivo o discriminatorio.


Después de suicidarse su marido, Joan Rivers fue a cenar con su hija. Al ver la cuenta soltó: «Si tu padre llega a ver esto se vuelve a pegar un tiro». Como la Rivers, y con la superioridad moral que da ser de Murcia, me río de lo que quiero. No reírse de alguien es ofensivo.

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