Pedro Fernández Barbadillo analiza y hace un repaso histórico al fenómeno de la esclavitud, que deja en evidencia el eurocentrismo propio de los "buenistas" actuales antioccidentales (que pretenden derrumbar el sistema occidental desde dentro por varios motivos), echando por tierra sus reivindicaciones y pretensión de mostrar a Occidente como opresor y esclavista (la lucha de clases marxista llevada a todos los ámbitos, en este caso las sociedades, donde Occidente pretenden otorgarle el papel de opresor, y el resto del mundo, de victima explotada).
Otro nuevo caso de mezquindad, ignorancia, demagogia, clientelismo electoral, soberbia, sentimentalismo barato con el que se mira el pasado, con el que Podemos hace gala (la extrema izquierda en general) con su proposición en el Congreso (que incluye adoctrinamiento, revisionismo sesgado y captación de rentas en beneficio propio).
Otro nuevo caso de mezquindad, ignorancia, demagogia, clientelismo electoral, soberbia, sentimentalismo barato con el que se mira el pasado, con el que Podemos hace gala (la extrema izquierda en general) con su proposición en el Congreso (que incluye adoctrinamiento, revisionismo sesgado y captación de rentas en beneficio propio).
Artículo de Libertad Digital:
Los baños del harén | Wikipedia
Los moderaditos, los centraditos y los cristianitos creían que la memoria histórica se iba a aplicar sólo a Franco y a sus generales. De esa manera, ellos podrían ceder, de nuevo, ante la izquierda; a continuación se retirarían algunas placas; y la derechita podría seguir dedicada a sus siestas y sus negocios.
Pero la memoria histórica no se detiene. Como ya he dicho otras veces, la izquierda (y los nacionalistas) pretende que no se pueda honrar a nadie en las ciudades y los libros españoles sin su permiso. Después de Franco y sus camaradas, le ha tocado el turno a las víctimas de la izquierda, como José Calvo Sotelo, y sacerdotes y monjas. Luego han seguido la batalla de Bailén, el almirante Cervera, el marqués de Comillas, varios monarcas y hasta personajes a los que difícilmente se les puede atribuir colaboración con el franquismo, como Lope de Vega y Miguel de Cervantes.
Pero tampoco aquí se va a parar la depuración. En verano, como hacía la dictadura franquista, la diputada de Podemos Rita Bosaho (sobrina de Enrique Gori, procurador en las Cortes franquistas por Guinea Ecuatorial y primer parlamentario español negro) ha presentado una proposición no de ley en el Congreso para obligar al Gobierno a pedir perdón por la esclavitud, a honrar a los descendientes de la población africana y darles dinero, a modificar los libros de texto (los niños son el objetivo de todos los totalitarios) y, por supuesto, a retirar calles, estatuas y placas a los españoles que, de alguna manera, se beneficiaron de la esclavitud.
¡Pobre Blas de Lezo, ahora que empezaba a ser reconocido por sus compatriotas, ya que defendió un sistema político y social en el que existía la esclavitud!
Una institución universal
Si nos bajamos del pedestal hecho de sentimentalismo y soberbia con que nuestra época mira todo el pasado (o sea, más atrás de 1968), veremos que la esclavitud ha sido una institución que ha acompañado a la humanidad desde sus albores, como la guerra, el mercado, la moneda, el poder o la religión. Y, para escándalo de los guerreros del bien, empezó a desaparecer gracias a la Europa cristiana.
Lo primero que hay que decir es que la esclavitud solía ser una alternativa a la muerte. Los pueblos vencidos por otros si no eran esclavizados eran pasados a cuchillo. Lo hacían los chinos, los cartagineses, los persas, los romanos, los germanos, los incas, los polinesios… Hasta en el Antiguo Testamento hay algún ejemplo de ello por obra de los judíos. O muerte o esclavitud. Así de cruel era la vida entonces.
Como ejemplo de la suavización de las costumbres que introdujo el cristianismo, se puede citar la carta a Filemón de San Pablo, en la que el apóstol pide al destinatario que libere a un siervo huido, Onésimo. En el mundo antiguo marcado por el cristianismo, la esclavitud fue reduciéndose a los prisioneros de guerra y con las obligaciones para sus dueños de cristianizarles y tratarles como seres humanos en vez de como a cosas.
Negreros árabes de Guinea a Escandinavia
La situación cambió con la irrupción del islam. La esclavitud se convirtió en una industria muy rentable por obra de la yihad del siglo VII, tal como explica el profesor francés Olivier Pétré-Grenouilleau, en su libro Les traites négrières: essai d’histoire globale (no traducido al español). El Corán prohibía esclavizar a los musulmanes, por lo que los negreros extendieron sus tentáculos por el centro y sur de África, y también por Europa. Ahí comenzó el gran tráfico de esclavos.
Almanzor debía su popularidad entre los musulmanes cordobeses a que suministraba todos los años cientos de esclavos capturados en la España cristiana en sus razzias. Y Verdún fue en la Alta Edad Media el centro de un lucrativo tráfico de esclavos, de niños y jóvenes europeos blancos de ambos sexos (secuestrados y comprados) que los comerciantes trasladaban a Al-Andalus y otros lugares.
Los indios nunca fueron esclavos
El descubrimiento de América implicó la primera prohibición de la esclavitud. La dictó la reina Isabel de Castilla en favor de los nativos de las tierras recién descubiertas. Las Leyes de Burgos (1512), promulgadas por el rey Fernando como gobernador de Castilla, ampliaron las prohibiciones y aumentaron los privilegios legales, como la primera baja maternal de la historia.
El establecimiento de los europeos en el Nuevo Mundo supuso la instauración de un tráfico transatlántico de esclavos negros para las plantaciones de azúcar, algodón y tabaco y las minas. En el caso de las Trece Colonias británicas también abundaron los esclavos blancos hasta la revolución americana (1776): irlandeses y escoceses rebeldes, niños, delincuentes…
La Corona española levantó en 1738 en Florida el fuerte de Gracia Real de Santa Teresa de Mosé, cerca de San Agustín, el primer asentamiento legal de negros libres en lo que hoy es Estados Unidos, al que acudían muchos esclavos negros huidos de Georgia y Las Carolinas.
El tráfico transatlántico (existió otro en el África Oriental, en el océano Índico, uno de cuyos centros era la isla de Zanzíbar, controlada por el sultanato musulmán de Omán) habría sido imposible sin la colaboración de reyezuelos africanos que no dudaban en vender a sus enemigos e incluso a sus súbditos a los negreros blancos.
Pétré-Grenouilleau calcula que el tráfico transatlántico afectó a once millones de esclavos; el tráfico interafricano, a catorce millones; y el comercio entre África y el mundo islámico, a diecisiete millones. Esta última cifra fue tan alta porque muchos de los desdichados enviados a los países musulmanes no tenían fines reproductivos: por un lado, eran eunucos (además, la castración mataba a muchos), que no podían procrear, y por otro lado, eran mujeres destinadas al placer de los poderosos (en Medina Azahara, Abd-al-Rahmán III llegó a gozar de 6.000 mujeres).
Europa comienza la abolición
Las primeras sociedades abolicionistas y campañas para la prohibición de la esclavitud surgieron en Inglaterra, el mismo país que había impuesto a la España vencida en la guerra de Sucesión la concesión del asiento de negros (la venta de esclavos en las Indias) por un período de treinta años. La pérdida de las Trece Colonias reforzó a los abolicionistas. La Revolución francesa, que tantos genocidios cometió, manumitió a los esclavos en sus colonias del Caribe; pero Napoleón restauró la institución.
Cuando se independizaban de España, las provincias americanas solían incluir en sus Constituciones la abolición de la esclavitud. Ésta fue una de las causas de la rebelión de los colonos anglosajones en Texas, entonces territorio mexicano.
En el proceso abolicionista, España destaca lamentablemente por ser de los últimos países europeos en prohibir la esclavitud. Aunque se dictó una ley en 1837, se mantuvo mediante salvedades y subterfugios hasta que otra ley de 1886 la prohibió por completo en Cuba. En Brasil, la promulgación en 1888 de la Ley Áurea por la princesa Isabel de Braganza (acto que le premió el papa Pío IX con la Rosa de Oro) causó tal enfado entre la oligarquía dueña de esclavos que condujo al derrocamiento del Imperio y la instauración de la república.
En el siglo XX se produjeron las últimas aboliciones formales, en los países de África y Asía, a pesar de lo cual se calcula que el número de esclavos ilegales oscila entre los 20 y los 30 millones en todo el mundo. Los principales países con esclavos son India, China, Pakistán, Nigeria, Etiopía, Congo…; en Mauritania casi el 4% de su población está sometida a un régimen de esclavitud; y en Arabia Saudí es muy frecuente que muchas familias ricas dispongan de esclavas de Filipinas o Bangladesh. Pero como en estos países los dueños no son occidentales blancos, los guerreros del bien no ven las cadenas.
Paradójicamente, la insistencia en centrarse en la esclavitud únicamente en Europa y América, olvidando la islámica y la africana, implica una visión eurocéntrica de este fenómeno, como si los africanos y los árabes no fueran sujetos de la historia, sino meros objetos.
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