Llewellyn Rockwell expone en este excelente y estimulante artículo (supone un capítulo del libro en el que Robert Wenzel recopila 30 artículos de diferentes autores, "Libertario en 30 días") las razones de por qué todo lo que amas se lo debes al capitalismo.
Artículo de Mises.org:
[Artículo número 25 de la lista de lectura de 30 días de Robert Wenzel que te ayudará a convertirte en un conocedor libertario]
Estoy seguro de que habéis tenido antes esta experiencia o alguna similar. Estáis sentados comiendo en un buen restaurante o tal vez en un hotel. Los camareros vienen y van. La comida es fantástica. La conversación sobre diversos temas va bien. Habláis del tiempo, música, películas, salud, trivialidades en las noticias, niños y todo eso. Pero luego el asunto pasa a la economía y las cosas cambian.
No eres del tipo agresivo, así que no proclamas inmediatamente los méritos del libre mercado. Espera y dejas que hablen los demás. Su inclinación contra los negocios aparece de inmediato en la repetición de la última calumnia de los medios contra el mercado, como que los dueños de las gasolineras están causando inflación a aumentar los precios para llenarse los bolsillos a nuestra costa o que Walmart es, por supuesto, lo peor que le puede pasar a una comunidad.
Empiezas a ofrecer una puntualización, apuntando en la otra dirección. Entonces aparece la verdad en forma de un anuncio ingenuo aunque definitivo de una persona: “Bueno, supongo que en realidad soy en el fondo un socialista”. Otros sacuden la cabeza con aprobación.
Por un lado, en realidad no hay nada que decir. Estas rodeado por las bendiciones del capitalismo. La mesa del bufet, para la que tú y tus compañeros de comida solo tuvisteis que entrar en un edificio para encontrarla, tiene una mayor variedad de comida a un precio más barato de la que hubo disponible para ninguna persona que haya vivido (rey, señor, duque plutócrata o papa) en casi toda la historia del mundo. Ni siquiera hace cincuenta años esto habría sido imaginable.
Toda la historia se ha definido por la lucha por el alimento. Y esa lucha ha terminado, no solo para los ricos, sino para todos los que viven en economías desarrolladas. Nuestros antepasados, si hubieran visto esto, podrían haber supuesto que estábamos en el Elíseo. El hombre medieval imaginaba esas escenas solo en visiones utópicas. Incluso a finales del siglo XIX, el palacio más deslumbrante del industrial más rico necesitaba mucho personal y habría tenido inmensos problemas para siquiera acercarse a esto.
Debemos esta escena al capitalismo. Por decirlo de otra manera, debemos esta escena a los siglos de acumulación de capital en manos de gente libre que ha puesto a trabajar su capital para conseguir innovaciones económicas, compitiendo al tiempo con otros por el beneficio y cooperando con millones de personas en una red global de división del trabajo en constante expansión. Los ahorros, inversiones, riesgos y trabajo de cientos de años e innumerables personas libres se han utilizado para hacer posible esta escena, gracias a la siempre notable capacidad de una sociedad de desarrollarse bajo condiciones de libertad para alcanzar las más altas aspiraciones de los miembros de la sociedad.
Y aun así, sentadas al otro lado de la mesa hay gente culta que imagina que la forma de acabar con los males del mundo es mediante el socialismo. Ahora, las definiciones del socialismo de la gente difieren y estas personas probablemente se den prisa en decir que no quieren referirse a la Unión Soviética o algo parecido. Era socialismo solo en el nombre, me dirían. Y aun así, si el socialismo significa hoy algo en absoluto es imaginar que puede haber alguna mejora social resultante del movimiento político para tomar el capital de manos privadas y ponerlo en manos del estado. Otras tendencias del socialismo incluyen el deseo de ver el trabajo organizado siguiendo líneas de clase y de dar algún tipo de poder coactivo sobre cómo se emplea la propiedad de sus empresarios. Podría ser tan simple como el deseo de poner un tope a los salarios de los directivos o tan extremo como el deseo de abolir toda la propiedad privada, el dinero e incluso el matrimonio.
Sean cuales sean los detalles del caso en cuestión, el socialismo siempre significa hacer caso omiso de las libres decisiones de los individuos y remplazar esa capacidad por la toma de decisiones de un plan superior por parte del estado. Llevado lo suficientemente lejos, este modo de pensamiento no solo supondría en fin de las comidas opulentas. Significaría el fin de lo que todos conocemos como la propia civilización. Nos devolvería a un estado primitivo de existencia, viviendo de la caza y la recolección en un mundo con poco arte, música, ocio o beneficencia. Tampoco ninguna forma de socialismo es capaz de atender las necesidades de los seis mil millones de personas del mundo, así que la población disminuiría radical y rápidamente y de una manera que haría que todo horror humano parecería ligero en comparación. Tampoco es posible separar socialismo de totalitarismo, porque si piensas en serio acabar con la propiedad privada de los medios de producción, tendrás que pensar en serio en acabar también con la libertad y la creatividad. Tendrás que convertir a toda la sociedad, o lo que quede de ella, en una prisión.
En resumen, el deseo de socialismo es un deseo de maldad humana sin parangón. Si realmente entendiéramos esto, nadie expresaría un apoyo informal a este entre gente educada. Sabéis, sería como decir que realmente hay algo que decir sobre malaria y tifus y lanzar bombas atómicas sobre millones de inocentes.
¿Desea esto realmente la gente que se sienta al otro lado de la mesa? Indudablemente no. Entonces, ¿qué va mal aquí? ¿Por qué esta gente no ve lo que es evidente? ¿Por qué no puede la gente que se sienta en medio de la abundancia creada por el mercado, disfrutando de todos los frutos del capitalismo a cada minuto de su vida, ver los méritos del mercado y en su lugar desear algo que se ha demostrado que es un desastre?
Lo que tenemos aquí es una falta de comprensión. Es decir, una falta de relacionar causas con efectos. Es una idea completamente abstracta. El conocimiento de causa y efecto no nos viene simplemente por mirar en torno a una habitación, vivir en cierto tipo de sociedad u observar estadísticas. Podemos estudiar montañas de datos, leer mil tratados de historia o tabular cifras internacionales de PIB en un gráfico para ganarnos la vida y aun así la verdad de la causa y el efecto puede seguir siendo evasiva. Podríamos seguir esquivando la idea de que es el capitalismo el que da lugar a la prosperidad y la libertad. Podríamos seguir estando tentados por la idea del socialismo como salvador.
Dejadme que os lleva a los años 1989 y 1990. Fueron los años que la mayoría de nosotros recordamos como el momento en que el socialismo se derrumbó en Europa Oriental y Rusia. Los acontecimientos de aquel entonces iban en contra de todas las predicciones de la derecha de que eran regímenes permanentes que nunca cambiarían salvo que se los hiciera volver con bombardeos a la edad de piedra. En la izquierda, se creía de forma generalizada, incluso en aquel entonces, que estas sociedades realmente lo estaban haciendo bastante bien y acabarían sobrepasando a Estados Unidos y Europa Occidental en prosperidad y, según algunos cálculos, que ya estaban mejor que nosotros.
Y aun así se derrumbó. Incluso el Muro de Berlín, ese símbolo de opresión y esclavitud, fue derribado por el propio pueblo. No solo era glorioso ver derrumbarse al socialismo. Era emocionante, desde un punto de vista libertario, ver cómo los propios estados pueden disolverse. Pueden tener todas las armas y todo el poder y el pueblo no tener nada de esto y aun así, cuando el mismo pueblo decide que ya no quiere ser gobernado, al estado le quedan pocas opciones. Acaba derrumbándose en medio de un rechazo de toda la sociedad a seguir creyendo sus mentiras.
Cuando estas sociedades cerradas se convierten repentinamente en abiertas, ¿qué vimos? Vimos territorios que olvidó el tiempo. La tecnología estaba atrasada y rota. La comida era escasa y desagradable. La atención médica era horrible. La gente estaba enferma. Las tierras estaban contaminadas.
También era sorprendente lo que había ocurrido con la cultura bajo el socialismo. Muchas generaciones habían crecido bajo un sistema construido mediante el poder y la mentira y por tanto la infraestructura cultural que damos por sentada no estaba asegurada. Ideas como confianza, promesa, verdad, honradez y planificación para el futuro (todos los pilares de la cultura comercial) se habían distorsionado y confundido por la ubicuidad y persistencia de la maldición estatista.
¿Por qué me ocupo de estos detalles acerca de este periodo, que la mayoría sin duda recordáis? Sencillamente para decir esto: la mayoría de la gente no vio lo que visteis. Visteis el fracaso del socialismo. Es lo que yo vi. Es lo que vio Rothbard. Es lo que vio cualquiera que haya adquirido conocimiento de economía, las reglas elementales respecto de causa y efecto en la sociedad.
Pero esto no es lo que vio la izquierda ideológica. Los titulares en las propias publicaciones socialistas proclamaban la muerte del antidemocrático estalinismo y reclamaban la creación de un nuevo socialismo democrático en estos países.
Respecto de la gente normal no partidaria de la idea socialista ni educada en economía, podría haberle parecido nada más que una gloriosa derrota de los enemigos de la política exterior estadounidense. Construimos más bombas que hecho, así que por fin se rindieron, de la forma en que un niño dice “me rindo” en un parque. Tal vez algunos lo vieran como una victoria de la Constitución de EEUU sobre sistemas extraños y extranjeros de despotismo. O tal vez fuera una victoria de la causa de algo como la libertad de expresión sobre la censura o el triunfo de lo votos sobre las balas.
Ahora, si se hubieran transmitido las lecciones adecuadas del derrumbamiento, habríamos visto el error de todas las formas de planificación pública. Habríamos visto que una sociedad voluntaria superaría siempre a una coaccionada. Podríamos ver lo artificiales y frágiles que son en definitiva todos los sistemas de estatismo comparados con las robusta permanencia de una sociedad construida sobre el libre intercambio y la propiedad capitalista. Y hay otra cosa más: el militarismo de la Guerra Fría solo había acabado prolongando el periodo de socialismo al proporcionar a esos gobiernos malvados la posibilidad de estimular desafortunados impulsos nacionalistas que distraían a sus poblaciones nacionales del problema real. No fue la Guerra Fría la que mató al socialismo, sino más bien que una vez que la Guerra Fría se hubo agotado a sí misma, estos gobiernos se derrumbaron por su propio peso debido a presiones internas en lugar de externas.
En resumen, si el mundo hubiera aprendido las lecciones correctas de estos acontecimientos, no habría más necesidad de formación económica ni más necesidad de la mayoría de lo que hace el Instituto Mises. En un gran momento de la historia, el combate entre el capitalismo y la planificación centralizada se habría decidido de una vez y para siempre.
Debo decir que fue una sacudida más grande para mis colegas y yo de la que debería haber sido, que la mayoría de la gente se perdió el mensaje económico esencial. De hecho, supuso muy poca diferencia en el espectro político en absoluto. El combate entre el capitalismo y la planificación centralizada continuó como siempre e incluso se intensificó en el país. Nuestros socialistas, si experimentaron algún contratiempo, retornaron, tan fuertes como siempre, si no más.
Si lo dudáis, considerad que solo llevó unos meses a uno de estos grupos quejarse acerca de la terrible arremetida que se había producido por el desatamiento del capitalismo en Europa Oriental, Rusia y China. Empezamos a oír quejas acerca del auge de un espantoso consumismo en estos países, acerca de la explotación de trabajadores a manos de capitalistas, acerca de aumento de los estridentes superricos. Aparecieron montones de historias acerca de la triste situación de los funcionarios desempleados, que, aunque leales a los principios del socialismo durante toda su vida, ahora se veían en las calles arreglándoselas por sí mismos.
NI siquiera un acontecimiento tan espectacular como la fusión espontánea de una superpotencia y todos sus estados satélites fue bastante para impartir el mensaje de la libertad económica. Y la verdad es que no era necesario. Todo el mundo esta lleno de lecciones acerca del mérito de la libertad económica por encima de la planificación centralizada. Nuestras vidas diarias están dominadas por los gloriosos productos del mercado, que todos damos alegremente por sentados. Podemos abrir nuestros navegadores web y recorrer una civilización electrónica que creó el mercado y advertir que en comparación el gobierno nunca hizo nada útil en absoluto.
También estamos inundados diariamente por los fracasos del estado. Nos quejamos constantemente de que el sistema educativo está quebrado, de que el sector médico está extrañamente distorsionado, de que correos es irresponsable, de que la policía abusa de su poder, de que los políticos nos han mentido, de que se roba el dinero de los impuestos, de que cualquier burocracia con la que tengamos que tratar es inhumanamente indiferente. Advertimos todo esto. Pero muchos menos son capaces de conectar de alguna forma los puntos y ver las múltiples formas en que la vida diaria confirma que los radicales del mercado, como Mises, Hayek, Hazlitt y Rothbard tenían razón en sus juicios.
Es más, no es un fenómeno nuevo que solo podamos observar en nuestros tiempos. Podemos mirar a cualquier país en cualquier periodo y advertir que toda pizca de riqueza creada en la historia de la humanidad se ha generado a través de algún tipo de actividad del mercado y nunca por los gobiernos. La gente libre crea, los estado destruyen. Fue cierto en el mundo antiguo. Fue cierto en el primer milenio después de Cristo. Fue cierto en la Edad Media y el Renacimiento. Y con el nacimiento de estructuras complejas de producción y el aumento de la división del trabajo en esos años, vemos cómo la acumulación de capital llevó a lo que podría llamarse un milagro productivo. Aumento la población del mundo. Vimos la creación de la clase media. Vimos a los pobres mejorar sus condiciones y cambiar su propia identificación de clase.
La verdad empírica nunca ha sido difícil de ver. Lo que importa son los ojos teóricos que miran. Es lo que dicta la lección que sacamos de los acontecimientos. Marx y Bastiat escribían al mismo tiempo. El primero dijo que el capitalismo estaba creando una calamidad y que la abolición de la propiedad era la solución. Bastiat veía que el estatismo estaba creando una calamidad y que la abolición de la opresión del estado era la solución. ¿Cuál era la diferencia entre ambos? Veían los mismos hechos, pero los veían de formas muy distintas. Tenían una percepción diferente de causa y efecto.
Os sugiero que hay aquí una importante lección respecto de la metodología de las ciencias sociales, así como un programa y estrategia para el futuro. Respecto del método, tenemos que reconocer que Mises era minuciosamente correcto respecto de la relación entre hechos y verdad económica. Si tenemos en mente una teoría sólida, los hechos sobre el terreno proporcionan excelente material de ejemplo. Nos informan de la aplicación de la teoría en el mundo en que vivimos. Nos proporcionan anécdotas excelentes e historias reveladoras de cómo la teoría económica se confirma en la práctica. Pero con la ausencia de esa teoría económica, los hechos desnudos no son sino hechos. No conllevan ninguna información acerca de causa y efecto y no apuntan cómo seguir adelante.
Pensadlo así. Digamos que tenéis una bolsa de canicas que se dejan caer al suelo. Pedid su impresión a dos personas. La primera entiende lo que significan los números, los que significan las formas y lo que significan los colores. Esta persona puede dar una explicación detallada de lo que ve: cuántas canicas, de qué tipo, lo grandes que son y esta persona puede explicar lo que ve de distintas formas potencialmente durante horas. Pero considerad ahora la segunda persona que, podemos suponer, no entiende nada de número, ni siquiera de que existan como ideas abstractas. Esta persona no comprende nada de formas ni coloras. Ve la misma escena que la otra persona pero no puede proporcionar nada similar a una explicación de ningún patrón. Tiene muy poco que decir. Todo lo que ve es una serie de objetos al azar.
Ambas personas ven los mismos hechos. Pero los entienden de formas muy diferentes, debido a las nociones abstractas de significado que llevan en sus mentes. Por eso el positivismo como ciencia pura, un método de ensamblar series potencialmente infinitas de datos, es una tarea inútil. Los datos por sí mismos no conllevan ninguna teoría, ni sugieren conclusiones no ofrecen verdades. Para llegar a la verdad hace falta dar el paso más importante que podemos dar nunca como seres humanos: pensar. A través de este pensamiento, y con buenas enseñanzas y lectura, podemos armar un aparato teórico coherente que nos ayude a entender.
Ahora, tenemos un problema evocando el tipo de persona que no entiende números, colores o formas. Y aun así os sugiero que esto es precisamente lo que afrontamos cuando encontramos una persona que nunca ha pensado acerca de teoría económica y nunca ha estudiado en absoluto las implicaciones de la ciencia. Los hechos del mundo la parecen a esta persona como algo al azar. Ve dos sociedades, una junto a la otra, una libre y próspera y otra no libre y pobre. Ve esto y no concluye nada importante acerca de los sistemas económicos, porque nunca ha pensado en serio acerca de la relación entre sistemas económicos y prosperidad y libertad.
Simplemente acepta la existencia de riqueza en un lugar y de pobreza en el otro como algo dado, de la misma forma que los socialistas a la mesa asumían que el entorno y la comida de lujo resultaban estar allí, Tal vez lleguen a una explicación de algún tipo, pero sin formación económica, no es probable que sea la correcta.
Igualmente, tan peligroso como no tener ninguna teoría es tener una mala teoría que no siga ningún tipo de lógica sino una visión incorrecta de causa y efecto. Este es el caso de ideas como la curva de Phillips, que plantea una relación inversa entre inflación y desempleo. La idea es que puedes hacer que el desempleo sea muy bajo si estás dispuesto a tolerar una inflación alta o puede hacerse lo contrario: pueden estabilizar precios siempre que estés dispuesto a aceptar un alto desempleo.
Por supuesto, esto no tiene sentido a nivel microeconómico. Cuando aumenta la inflación, la gente no dice repentinamente, ¡vamos a contratar a más personal! Tampoco dicen: los precios que pagamos para nuestras existencias no han subido o han bajado. ¡Despidamos a algunos trabajadores!
Mucho de esto es cierto acerca dela macroeconomía: Se trata comúnmente como un asunto completamente independiente de cualquier conexión con la microeconomía o incluso la toma humana de decisiones. Es como si entráramos en un videojuego que mostrara terribles criaturas llamadas Agregados que luchan hasta la muerte. Así que tienes un criatura llamada Desempleo, una llamad Inflación, una llamada Capital, una llamada Trabajo y así sucesivamente hasta que puedas construir un juego divertido que es una completa fantasía.
Hace unos días tuve otro ejemplo de esto. Un estudio reciente afirmaba que los sindicatos aumentan la productividad de las empresas. ¿Cómo concluyeron esto los investigadores? Encontraron que las empresas sindicalizadas tendían a ser mayores y con mayor producción general que las empresas no sindicalizadas. Bueno, pensemos en esto. ¿Es probable que si cierras un trabajo a toda competencia, das a ese entorno laboral el derecho a utilizar violencia para hacer efectivo su cártel, permites a ese cártel obtener de la empresa salarios por encima del mercado y establecer sus propios términos en relación con las normas de trabajo y las vacaciones y prestaciones, es probable que esto sea bueno para la empresa a largo plazo? Tienes que haber abandonado toda tu sensatez para creerlo.
De hecho, lo que tenemos aquí es una simple mezcla de causa y efecto. Las grandes empresas es más probable que atraigan más un tipo de sindicalización inevitable que las más pequeñas. Los sindicatos apuntan a aquellas, con ayuda federal. No es ni más ni menos complicado que eso. Por la misma razón, la economías desarrolladas tienen mayores estados de bienestar. Los parásitos prefieren animales más grandes, eso es todo. Cometeríamos un gran error si supusiéramos que el estado de bienestar causa la economía desarrollada. Sería tan mentira como crear que llevar trajes de 2.000$ hace que la gente se haga rica.
Estoy convencido de que Mises tenía razón: el paso más importante que pueden dar los economistas y las instituciones económicas va en la dirección de la formación pública en lógica económica.
Aquí hay otro factor importante. El estado prospera en un público ignorante económicamente. Es la única forma en que puede salir impune acusando de la inflación o la recesión a los consumidores, o afirmando que los problemas fiscales del gobierno se deben a que pagamos pocos impuestos. Es la ignorancia económica la que permite que las agencias regulatorias afirmen que nos están protegiendo al negarnos elegir. Solo manteniéndonos a todos en la oscuridad puede continuar empezando una guerra tras otra (violando derechos en el exterior y aplastando libertades en el interior) en nombre de la expansión de la libertad.
Solo hay una fuerza que pueda acabar con los éxitos del estado y esa es un público informado económica y moralmente. De otra manera, el estado puede continuar extendiendo sus políticas maliciosas y destructivas.
¿Recordáis la primera vez que empezasteis a entender los fundamentos de la economía? Es un momento muy emocionante. Es como si la gente con mala vista se hubiera puesto gafas por primera vez. Puede ocuparnos semanas, meses y años. Leemos un libro como La economía en una lección y ojeamos las páginas de La acción humana y por primera vez nos damos cuenta de que mucho de lo que otra gente da por sentado no es verdad y de que hay verdades emocionantes acerca del mundo que necesitan divulgarse desesperadamente.
Por poner un solo ejemplo, fijaos en el concepto de inflación. Para la mayoría de la gente, se ve de la misma forma en que las sociedades primitivas podrían ver la aparición de una enfermedad. Es algo que aparece para causar todo tipo de daños. El daño es bastante evidente, pero no el origen. Todos echan la culpa a otros y ninguna solución parece funcionar. Pero una vez que entiendes la economía, empiezas a ver que el valor del dinero está más directamente relacionado con su cantidad y que solo una institución posee el poder de crear dinero de la nada sin limitaciones: el banco central, conectado al gobierno.
La economía nos hace ampliar nuestra mente para ver al comercio de una sociedad desde muchos puntos de vista distintos. En lugar de ver solo acontecimientos y fenómenos desde la perspectiva de un solo consumidor o productor, empezamos a ver los intereses de todos los consumidores y todos los productores. En lugar de pensar solo en los efectos a corto plazo de ciertas políticas, pensamos en el largo plazo y los efectos colaterales de ciertas políticas públicas. Esta es la esencia de la primera lección de Hazlitt en su famoso libro.
Por cierto, dejadme para aquí para hacer un magnífico anuncio. Este libro se escribió hace más de 60 años y sigue siendo el más poderoso libro de iniciación a la economía que pueda leerse. Aunque sea el último libro de economía que leas, te seguirá toda tu vida.
Es una herramienta enormemente importante y aunque estoy encantado de que siga imprimiéndose, no me ha gustado la edición que se ha estado distribuyendo desde hace tiempo. Hemos esperado mucho tiempo una versión en tapa dura de este maravilloso clásico que estuviera disponible a un precio bajo. Ahora la tenemos.
Para una persona que haya leído economía y asimilado sus lecciones esenciales, el mundo que nos rodea se convierte en vívido y claro y ciertos imperativos morales nos sorprenden. Sabemos ahora que el comercio merece ser defendido. Vemos a los empresarios como grandes héroes. Simpatizamos con el trabajo de los productores. Vemos a los sindicatos, no como defensores de derechos, sino como cárteles privilegiados que excluyen a la gente que necesita trabajo. Vemos las regulaciones, no como protección al consumidor, sino más bien como conspiraciones para subir precios cabildeadas por algunos productores para dañar a otros. Vemos el antitrust, no como una salvaguarda contra los excesos empresariales, sino como una porra utilizada por los grandes contra competidores más inteligentes.
En resumen, la economía nos ayuda a ver el mundo tal y como es. Y su contribución no va en la dirección de incluir cada vez más hechos, sino en ayudar a que estos hechos se ajusten en una teoría coherente del mundo. Y aquí vemos lo esencial de nuestro trabajo en el Instituto Mises. Es formar e inculcar un método sistemático para entender el mundo tal y como es. Nuestro campo de batalla nos son los tribunales, ni las elecciones, ni la presidencia, ni el parlamento ni ciertamente la infame arena del cabildeo y los sobornos políticos. Nuestro campo de batalla se refiere a un aspecto de la existencia que es más poderoso a largo plazo. Se refiere a las ideas que tienen los individuos acerca de cómo funciona el mundo.
A medida que nos vamos haciendo mayores y vemos las generaciones cada vez más jóvenes que nos siguen, a menudo nos sorprende la gran verdad de que el conocimiento en este mundo no es acumulativo en el tiempo. Lo que ha aprendido y asimilado una generación no es algo que pase a otra por genética u ósmosis. Cada generación debe ser enseñada de nuevo. La teoría económica, lamento decirlo, no está escrita en nuestros corazones. Hizo falta mucho tiempo para el proceso de descubrirla. Pero ahora que la sabemos, debemos transmitirla y, por tanto, es como la capacidad de leer o de comprender la buena literatura. Es obligación de nuestra generación enseñar a la siguiente.
Y ahora no estamos hablando del conocimiento por el conocimiento. Lo que está en juego es nuestra prosperidad. Nuestro nivel de vida. Es el bienestar de nuestros hijos y de toda la sociedad. Es la libertad y el florecimiento de la civilización lo que está en juego. O crecemos y prosperamos y creamos y florecemos o nos marchitamos y morimos y perdemos todo lo que hemos heredado, esto en último término depende de estas ideas abstractas que tenemos respecto de la causa y el efecto en la sociedad, Normalmente estas ideas no nos llegan por pura observación. Deben enseñarse y explicarse.
¿Pero quien o qué las enseña y explica? Este es el papel esencial del Instituto Mises. Y no solo enseñar, sino expandir la base de conocimiento, hacer nuevos descubrimientos, ampliar el alcance de la literatura y aportar siempre más abundantemente al corpus de la libertad. Necesitamos expandir sus defensores en todos los aspectos de la vida, no solo en la universidad, sino en todos los sectores de la sociedad. Es un programa ambicioso, que el propio Mises encargó a sus sucesores.
Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
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