Axel Kaiser analiza el doble estándar moral con el que se trata al comunismo y al nacionalsocialismo (nazismo), mostrando su posible causa, que "anula toda la credibilidad moral" de sus defensores.
Artículo de El Cato:
Imagine por un momento que usted va paseando por el centro de alguna ciudad y de pronto descubre un bar en cuya entrada figura la estrella soviética. De curioso entra y advierte que el lugar está enteramente dedicado a conmemorar a la Unión Soviética y especialmente, a su líder más emblemático, Joseph Stalin. Ahora, imagine el mismo caso, pero esta vez el bar está dedicado a la Alemania nazi y su infame líder, Adolfo Hitler. No es difícil idear cuál de los dos bares le causaría un shock más grande, y es evidente que el primero podría existir sin mayores problemas en una sociedad occidental típica y que el segundo sería quemado hasta el suelo.
Este ejercicio bien vale la pena hacerlo cuando se cumplen cien años de la revolución soviética, pues las ideas marxistas continúan siendo abrazadas, o al menos no condenadas, por sectores no despreciables de la élite política e intelectual de occidente.
La pregunta que cae de cajón a la luz de este experimento es por qué, si Hitler y Stalin fueron ambos líderes igualmente genocidas y criminales, el primero causa mucho más rechazo que el segundo. Del mismo modo, es interesante analizar por qué una ideología intrínsecamente criminal y genocida, como el marxismo, goza de una reputación y aceptación mucho mayor que otra ideología criminal y genocida, en parte derivada del mismo marxismo, como es el nacionalsocialismo.
A reflexionar sobre esa pregunta dedicó un artículo el filósofo de Princeton Peter Singer. Singer cuenta que, estando en Virginia, le tocó cenar en un restaurante donde precisamente se ensalzaba la figura de Stalin y de la Unión Soviética, recordando que en Nueva York también existe un bar celebrando a la KGB. Sería inimaginable, dice Singer, que algo similar ocurriera con el nazismo y Hitler. Y no porque el segundo haya sido peor que el primero. Según Singer, "los archivos soviéticos no permiten decir que los asesinatos nazis eran peores porque seleccionaban a la gente según su etnia o religión. Stalin también asesinó basado en esos criterios —no solo ucranianos, sino minorías étnicas de países fronterizos con la Unión Soviética". El filósofo agrega, además, que "las persecuciones de Stalin también afectaron a una cantidad desproporcionadamente grande de judíos". Al finalizar el artículo, Singer declara encontrarse totalmente perplejo por el evidente doble estándar moral con que se tratan ambos casos.
Tal vez podamos contribuir aquí a resolver el misterio que deja a Singer sin respuesta. Una hipótesis plausible es que la razón por la que el comunismo es mucho más aceptado que el nacionalsocialismo, pasa por las diferencias que existen entre ambas ideologías a nivel discursivo. Mientras el marxismo ofreció una utopía para todos y justificó sus crímenes y genocidios en nombre de un humanismo universal, el nazismo ofreció un paraíso solo para unos pocos y justificó sus crímenes recurriendo al concepto de la superioridad natural de unos sobre otros. En otras palabras, el marxismo ofrece un proyecto utópico inclusivo, donde los buenos y los débiles tendrán cabida una vez que se extermine a los responsables de la opresión y explotación. Se trata de un proyecto teóricamente libertador, que llevará directamente al paraíso, el cual bien vale ríos de sangre.
El nazismo, en cambio, postuló un programa excluyente que, lejos de representar a los débiles y oprimidos, proponía eliminarlos o someterlos brutalmente, para instaurar un infierno de opresión conducido por un pequeño grupo supuestamente superior sobre todos los demás. Visto así, no es sorprendente que el segundo genere un rechazo mayor al primero.
Un elemento crucial del éxito apelativo del marxismo es que su mensaje de lucha por los débiles y por la liberación del hombre para lograr la igualdad y fraternidad, sintoniza con aspectos centrales de la cultura cristiana, que también pone el énfasis en los más débiles, en los pobres y que resalta la empatía con el que sufre. Este elemento explica por qué muchos sacerdotes protestantes, católicos y de otras denominaciones, simpatizaron con el marxismo e incluso hoy continúan mostrando afinidad con discursos socialistas. En América Latina se llegó a desarrollar toda una teología llamada "de la liberación", que combinaba precisamente aspectos centrales de la ideología marxista con el cristianismo y el catolicismo.
Nada de eso ocurrió con el nacionalsocialismo. Este fue derechamente una reacción en contra del espíritu cristiano de solidaridad, aniquilando cualquier atisbo de empatía con el más débil e incluso, con el que era diferente.
De todo lo anterior no se sigue, como diría Singer, que haya un mínimo de superioridad moral del socialismo sobre su derivado nacionalista. Es más, con toda la evidencia que hoy conocemos, defender dictaduras socialistas o la ideología marxista anula toda la credibilidad moral de su defensor. A fin de cuentas, el asesinato de millones de personas, aunque sea en nombre de un paraíso humanitario imposible, no deja de ser tan atroz y criminal como el asesinato de millones de seres humanos para conseguir el reino del superhombre.
Este artículo fue publicado originalmente en El Mercurio (Chile) el 17 de octubre de 2017.
No hay comentarios:
Publicar un comentario