lunes, 2 de octubre de 2017

El otro referéndum

Juan Pina analiza otro reciente referendum celebrado (no el catalán) y las dos lecciones políticas que hay que aprender de él. 

Artículo de Voz Pópuli:
El otro referéndum.El otro referéndum. EFE

Hace una semana, más de tres millones trescientas mil personas acudieron a las urnas en el Kurdistán iraquí y decidieron, con casi el noventa y tres por ciento de los votos, la independencia del territorio. Algo más del siete por ciento, unos doscientos mil ciudadanos, votaron en contra de la secesión respecto a Iraq, cuya constitución no prevé la opción ejercida por los kurdos. El referéndum fue ilegal conforme al marco constitucional iraquí.
La etnia kurda, repartida por los territorios de varios Estados pero asentada principalmente en la vecina Turquía, lleva siglos tratando de procurarse un territorio propio, un santuario donde prosperar libre de la opresión ajena. En persecución de su causa, los kurdos han recurrido a veces al terrorismo. En general, sin embargo, han perseguido sus fines de una forma tan pacífica y civilizada como cabe esperar en esa parte del mundo. Nadie alberga dudas de que ésta última ha sido la conducta de los dirigentes kurdos en la región autónoma que abarca una parte del Norte y Nordeste iraquí. El Kurdistán iraquí autónomo ya celebró en 2005 una consulta no vinculante, igualmente rechazada por Bagdad, y doce años más tarde ha optado por el referéndum unilateral ante la falta de avances en la negociación con Iraq. Sin embargo, la reacción del gobierno de Bagdad y de todos los Estados vecinos ha sido de la máxima hostilidad, al menos verbal, contra el presidente kurdo Masoud Barzani y su gobierno. O, en realidad, contra una etnia largamente despreciada por las lejanas élites capìtalinas de los diversos Estados con porciones del “problema kurdo” en sus respectivos territorios.
A mi juicio hay dos grandes lecciones políticas que aprender del plebiscito celebrado en el Kurdistán iraquí o, mejor dicho, ex iraquí. Cada una de ellas seguramente gustará a los mismos que rechazarán la otra. La primera lección es que toda apuesta política por la secesión —y cabría ampliarla a cualquier otra fórmula de readscripción territorial— requiere de un apoyo realmente amplio de la población correspondiente. A nadie se le ocurriría convalidar un proceso como el kurdo con una amplia fractura de la propia población concernida, con un empate técnico. La segunda es que, cuando realmente se cumple la premisa anterior, como sin duda sucede en el caso kurdo, el proceso es inexorable: cualquier otro obstáculo de orden político o jurídico resulta secundario. Puede patalear cuanto quiera el primer ministro iraquí Nour el-Maliki, pero los kurdos han hablado, cuentan con un territorio definido, han celebrado una consulta a todas luces válida en la que se ha respetado los derechos de la minoría discrepante, y han decidido masivamente coordinar sus soberanías individuales para desasociar políticamente de la República de Iraq el territorio que habitan, estableciendo en él otro Estado.
En principio, a Moscú no le interesa un Estado kurdo en ese enclave estratégico tanto a efectos militares como petroleros. Rusia, que ha patrocinado secesiones como las de Transdnistria, Abjazia y otras —e incluso se ha anexionado Crimea mediante un referéndum que, en el mejor de los casos, puede calificarse de apresurado y sin garantías por celebrarse bajo ocupación militar— pone en cambio el grito en el cielo cuando las secesiones no coinciden con sus intereses, como en el caso de Kosovo. Además de molestar a su tradiciónal aliado en la zona, Irán, la independencia kurda es un obstáculo en la nueva alianza que Putin está trazando con el régimen turco de Erdogan.
Sin embargo, el hecho consumado es a mi juicio definitivo y Moscú ya está flexibilizando mucho su postura inicial, y quizá esté tratando también de calmar a Ankara, a juzgar por la reunión de Putin y Erdogan de la semana pasada. Kurdistán va a ser un Estado independiente y tarde o temprano Iraq tendrá que aceptar esa realidad. Además, geopolíticamente resulta muy conveniente ese pequeño buffer entre las potencias medias regionales. Puede ser un país próspero que desempeñe un papel normalizador en la zona, que abrace el comercio y la libertad económica (al menos en comparación con sus vecinos), y que constituya un segundo punto de conexión con el mundo occidental, como Israel. Es normal que el Estado hebreo apoye con entusiasmo la independencia kurda, y también que los Estados Unidos, pese a su rechazo oficial, estén trabajando también entre bastidores para un escenario de consolidación del nuevo país, ya sea de facto o de iure. Los kurdos han desempeñado un papel fundamental en la lucha contra el Daesh y, dentro del contexto de la región y de la religión imperante, demuestran una vocación de modernidad y libertad que supera la de sus vecinos. Por ejemplo, la diversidad religiosa es particularmente alta y respetada, con más de medio millón de cristianos, zoroastrianos y yazidíes y con una pluralidad de expresiones dentro de la mayoría musulmana.
Turquía, Irán, Rusia y su Estado títere Siria deben aceptar la independencia kurda y trabajar por un proceso de secesión negociada con el gobierno de Bagdad bajo condiciones justas y aceptables para ambas partes. Y el nuevo país, aunque pueda acoger en el futuro cierta inmigración kurda de los Estados vecinos, debe renunciar a toda tentación expansionista o de desestabilización de los países vecinos por motivos étnicos. En todo caso, será una lección para Turquía, como lo es también ver hoy una Armenia independiente, un siglo después del salvaje genocidio al que la sometió. La comunidad internacional, que durante tantas décadas miró a otro lado mientras Turquía y otras potencias aplastaban a los kurdos, debe recibir por fin en su seno a esta pequeñísima parte del Kurdistán que ha logrado hacer realidad su viejo anhelo de independencia.

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