Artículo de El Confidencial:
Un hombre posa con una televisión en una tienda. (EFE)
El estallido de la desigualdad ha sido uno de los rasgos más definitorios de la actual crisis económica dentro del imaginario colectivo: los ricos viven crecientemente mejor y los pobres expansivamente peor. La realidad, sin embargo, no encaja exactamente con este dogma.
Por un lado, es verdad que la desigualdad de renta ha aumentado en España desde 2007 (si bien desde 2014 viene reduciéndose lentamente), pero lo ha hecho no porque los pobres ganen menos y los ricos más, sino porque los pobres han visto reducir sus ingresos aún más de lo que también los han visto reducir los ricos: en concreto, la renta familiar del 40% de hogares menos favorecidos se redujo un 12,2% entre 2007 y 2015, mientras que la del 10% de hogares más favorecidos cayó un 6,5%. Hay más desigualdad, sí, pero no porque unos mejoren y otros empeoren, sino porque todos empeoran a distintos ritmos.
Por otro, cuando hablamos de desigualdad en la calidad de vida, no es adecuado emplear como indicador la desigualdad de renta: los diferenciales de calidad de vida dependen mucho más de las desigualdades en el gasto en consumo que de los diferenciales de ingresos. A la postre, dos personas que compren exactamente lo mismo (la misma comida, la misma ropa, la misma vivienda, el mismo automóvil, las mismas vacaciones, etc.) disfrutarán del mismo tren de vida aun cuando sus ingresos mensuales sean muy diferentes.
En EEUU ya tuvimos la ocasión de explicar cómo la desigualdad de consumo se había mantenido prácticamente plana durante los últimos 10 años (de hecho, también durante los últimos 40 años), a pesar de una creciente desigualdad de renta. Pero ¿ha sucedido lo mismo en España? ¿Cuál ha sido la influencia de la implacable crisis económica sobre los diferenciales de la calidad de vida de los españoles?
El BBVA Research nos acaba de proporcionar la respuesta hace apenas unos días: la desigualdad del gasto en consumo se redujo en España durante la crisis, a pesar del incremento de la desigualdad de renta. En particular, el 10% de familias más favorecidas recortó sus gastos mucho más (un 17,2% entre 2007 y 2015) que el 40% de familias menos favorecidas (un 7,6%). ¿Y por qué? Pues, en esencia, por el mayor margen de los hogares pudientes para meter la tijera en sus desembolsos en bienes de consumo duraderos (prendas de vestir, calzado, muebles, textil para hogar, electrodomésticos, menaje, compra de vehículos y electrónica) y en los bienes de consumo no duraderos y no esenciales (bebidas alcohólicas, tabaco, narcóticos, servicios médicos, seguros, postales y recreativos, alojamiento, cuidado personal y protección social). En cambio, tanto las familias más favorecidas como las menos favorecidas recortaron en un porcentaje similar sus gastos esenciales (alimentos, bebidas no alcohólicas, medicamentos, transporte y educación infantil y primaria). En suma, dado que las familias pudientes gastan relativamente mucho más en bienes no básicos, también lo tienen más fácil para recortar en lo superfluo cuando vienen mal dadas.
A su vez, y de acuerdo con el BBVA Research, otros dos factores podrían haber influido decisivamente en este estrechamiento de los diferenciales de la calidad de vida en España: por un lado, el tamaño de los hogares y, por otro, el nivel educativo de los cabezas de familia.
En cuanto al tamaño de los hogares, tanto las familias más favorecidas como las menos favorecidas han reducido el número medio de sus miembros entre 2007 y 2015: sin embargo, esa minoración del tamaño medio es superior entre las familias más pudientes que entre las menos pudientes. En la medida en que existan 'economías de escala' en el consumo de las familias (un televisor, por ejemplo, sirve tanto para una persona como para tres), los hogares con un mayor tamaño se verán forzados a recortar menos su consumo ante caídas de sus ingresos. Por tanto, la mayor segregación familiar de los hogares pudientes los ha forzado a minorar mucho más sus gastos a pesar de la menor contracción de sus ingresos.
En cuanto al nivel educativo del cabeza de familia, entre 2007 y 2015 se observa una mejora muy importante (superior al 60%) del número de hogares desfavorecidos cuyo sustentador principal cuenta con un título de educación superior. Esta mayor formación de los hogares menos pudientes podría haber contribuido a moderar las fluctuaciones de su gasto en consumo: y es que una mejor formación fomenta el ahorro durante las épocas de vacas gordas (para poder 'desahorrar' durante las vacas flacas), así como el endeudamiento durante las vacas flacas (con la idea de amortizar la deuda con cargo a los ingresos de la futura época de vacas gordas). Esto es, la mayor sofisticación financiera podría haber ayudado a los hogares más desfavorecidos a evitar un fuerte hundimiento de su gasto en consumo.
En definitiva, y sea como fuere, la desigualdad de la calidad de vida en España se redujo entre 2007 y 2015: las familias más favorecidas recortaron proporcionalmente sus gastos más del doble que las familias menos desfavorecidas, de modo que los diferenciales de vida entre ellas se estrecharon. La desigualdad de renta aumentó, sí, pero la de consumo disminuyó. He aquí, por cierto, un elocuente ejemplo de por qué una mayor igualdad no va necesariamente asociada a una mejoría del nivel de vida de los más pobres: antes de la crisis, las desigualdades de consumo eran mayores que ahora, pero todos vivían mejor; en la actualidad, las desigualdades de consumo son menores que entonces, pero todos viven peor. Nunca debemos olvidar que lo verdaderamente importante es reducir la pobreza, no la desigualdad.
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