Juan Rallo analiza los últimos datos de empleo, y la situación actual del mercado laboral, mostrando el grave error (liderado por la demagogia y el oportunismo político) de tratar de revertir lo logrado con un giro contraproducente de la normativa laboral.
Artículo de El Confidencial:
Feria Expo Empleo en el Palacio de Congresos de Madrid. (EFE)
El número de ocupados en el tercer trimestre de 2017 ascendió a 19,05 millones de personas: su nivel más elevado desde 2009. Simultáneamente, el número de parados se ubicó en 3,7 millones, su nivel más reducido desde 2008. La creación de empleo prosigue a buen ritmo: en los últimos tres meses, se han creado 236.000 puestos de trabajo, la cifra más elevada para un tercer trimestre desde 2005.
Este incuestionable dinamismo del mercado laboral español —que esperemos continúe durante mucho más tiempo— intenta ser desdibujado en demasiadas ocasiones mediante el argumento de que el empleo creado está siendo de muy mala calidad: puestos de trabajo temporales y con jornadas laborales reducidas. La realidad debería matizarse mucho más que ese simple brochazo: por ejemplo, desde que arrancara la recuperación, ya se han creado más de un millón de empleos no temporales y a tiempo completo.
Con ello, evidentemente, no pretendo negar la existencia de los graves problemas de alta temporalidad y de parcialidad involuntaria que ciertamente padecemos: no en vano, la tasa de temporalidad española se ubica en el 27,3% de todos los asalariados (la más alta de la Unión Europea, solo por detrás de Polonia) y los trabajadores a tiempo parcial que desearían disfrutar de un empleo a tiempo completo totalizan el 10% del conjunto de empleados por cuenta ajena.
Sin embargo, tales problemas no son nuevos, sino que están relacionados con la pésima regulación laboral que sufrimos desde hace décadas y, también, con el estallido de una crisis económica cuyas secuelas todavía no han sido superadas por entero. Ninguno de los dos problemas, de hecho, está vinculado con la reforma laboral de 2012 y con el tipo de recuperación que estamos experimentando desde 2014. Al contrario: la tasa de temporalidad sigue estando por debajo de la alcanzada en épocas similares pasadas y la tasa de parcialidad involuntaria lleva cayendo desde el inicio de la recuperación.
Comencemos con la tasa de temporalidad: como decíamos, actualmente se ubica en el 27,3% y viene incrementándose desde el mínimo del 21,9% que marcó a comienzos de 2013. En cierta medida, es lógico que haya aumentado desde entonces: la mayor parte del empleo destruido durante la depresión fue empleo temporal, de manera que este incremento de la tasa de temporalidad solo nos está regresando a la que durante décadas ha sido la “normalidad laboral española”. Pero ¿estamos peor que en otros momentos comparables del pasado?
No, actualmente la tasa de paro es del 16,38%; en el primer trimestre de 1991 fue del 16,33%, y en el tercer trimestre de 1999, del 15,29%. ¿Y cuál fue la tasa de temporalidad en esos trimestres comparables en cuanto a tasa de desempleo? Pues del 34,2% y del 33,4%, respectivamente. Es decir, España tiene un problema de temporalidad, sí, pero ese problema por desgracia no es nuevo y no es achacable ni a la reforma laboral ni al nuevo modelo productivo hacia el que está evolucionando España (es achacable a una regulación laboral que consolida un mercado laboral dual y que, en última instancia, excluye a la mayoría de jóvenes de contratos indefinidos).
Con respecto a los empleos involuntarios a tiempo parcial, han pasado de representar un máximo del 12,2% de toda la ocupación por cuenta ajena en el segundo trimestre de 2013 al actual 10%. La tasa, además, viene cayendo de manera continuada desde entonces y muy probablemente se ubicará durante los próximos meses por debajo del nivel alcanzado en 2011: conforme más empleo se crea, más oportunidades existen para encontrar empleo a tiempo completo. De hecho, el número total de horas efectivas trabajadas semanalmente aumentó en este trimestre hasta los 563 millones, un 0,75% más que hace un año.
Es verdad que todavía no hemos recuperado los 567 millones de horas trabajadas por semana durante el tercer trimestre de 2011 (pese a que tenemos 565.000 trabajadores más que entonces), pero una de las principales razones reside en que el número de personas trabajando más de 50 horas semanales ha caído muy intensamente desde 2011: en concreto, los trabajadores con jornadas de más de 50 horas semanales se han reducido en más de 300.000 desde el tercer trimestre de 2011, mientras que los que trabajan entre 30 y 49 horas han aumentado en 397.000.
O dicho de otro modo, España no está creando empleo porque un puesto de trabajo de jornada completa se haya dividido en dos empleos de jornada parcial (de hecho, en el tercer trimestre de 2017 había 234.000 trabajadores a tiempo completo más que en el tercer trimestre de 2011): lo que ha sucedido es que las jornadas laborales extralargas han caído de manera apreciable.
En definitiva, la EPA del tercer trimestre de 2017 nos sigue dejando buenos datos para el empleo en España. Que en menos de cuatro años se hayan creado 2,1 millones de puestos de trabajo sin ahondar en los desequilibrios macroeconómicos de España (sin iniciar un nuevo ciclo de sobreendeudamiento y de malas inversiones generalizadas) es un logro notable que, en todo caso, no debería hacernos olvidar los más que ciertos y graves problemas que sigue padeciendo ese mercado laboral (temporalidad y parcialidad involuntaria). Pero tampoco sería justo valerse de tales problemas para emponzoñar demagógicamente todo lo conseguido hasta la fecha y, sobre todo, para reivindicar un giro contraproducente y liberticida en la normativa laboral.
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