viernes, 8 de marzo de 2019

El capitalismo empodera a las mujeres

Juan Rallo analiza cómo el capitalismo empodera a las mujeres y cuáles son los elementos que la empoderan y en qué lugares se consigue mejor, elemento a tener muy en cuenta ante un  acto como el de hoy, en el que el feminismo hegemónico actual instrumentalizado por la izquierda se embadurna de anticapitalismo.

Artículo de El Confidencial:
Foto: Varias activistas sostienen el cartel 'Seguridad económica para las mujeres' durante una manifestación para acabar con la brecha salarial de género. (EFE)Varias activistas sostienen el cartel 'Seguridad económica para las mujeres' durante una manifestación para acabar con la brecha salarial de género. (EFE)
Uno de los principios sobre los que se asienta el liberalismo es el de 'igualdad jurídica', esto es, todas las personas poseen exactamente los mismos derechos, con independencia de su raza, religión, orientación sexual o sexo. En este sentido, bien cabría afirmar que el feminismo, tal como fue originalmente concebido, no era más que una rama del liberalismo: en concreto, la aplicación de los principios liberales a la condición jurídica de las mujeres. Pero, una vez alcanzada la igualdad ante la ley, el movimiento feminista evolucionó para reclamar no solo la equiparación de los derechos individuales entre hombres y mujeres sino también la igualdad socioeconómica efectiva entre el 'género masculino' y el 'género femenino': igualdad salarial, igualdad en acceso a cargos de responsabilidad, igualdad en el reparto de tareas domésticas, igualdad patrimonial, igualdad en estatus, etc.
A día de hoy, resulta incuestionable que todas estas reivindicaciones socioeconómicas del feminismo han sido totalmente tamizadas por el discurso ideológico de la izquierda. No porque solo la izquierda pueda reconocer su existencia o articular soluciones a tales problemas, sino porque ha sabido politizarlas en su favor. Tan es así que el manifiesto de la Comisión Feminista del 8-M está repleto de mensajes tradicionalmente izquierdistas imbricados dentro de la retórica feminista: por ejemplo, su denuncia contra las políticas 'neoliberales', su apuesta por los servicios estatales o su promoción de una economía “pública y comunitaria” enfrentada al “beneficio capitalista”. Por razonables que pudieran ser algunas de sus aspiraciones —por ejemplo, un reparto más igualitario de las cargas familiares o, al menos, la no presunción social de que deba ser prioritariamente la mujer quien cargue concentradamente con ellas—, la ideología anticapitalista con que las rebozan, así como los medios estatales que reclaman para materializarlas, convierten al actual feminismo hegemónico en un movimiento político enormemente alejado de todo aquello que no sea la izquierda.
Y ello a pesar de que el liberalismo no solo da soporte filosófico a la principal exigencia del movimiento feminista —la igualdad jurídica entre todos los seres humanos con independencia de su sexo— sino de que su sistema económico —el capitalismo— ha sido históricamente el principal motor del empoderamiento socioeconómico de la mujer. No en vano, los psicólogos Gijsbert Stoet y David C. Geary han mostrado en un reciente 'paper' que la calidad de vida de las mujeres está fuertemente correlacionada con el grado de desarrollo económico de las sociedades en que estas habitan. Y, no lo olvidemos, ese desarrollo económico pivota sobre la adopción de instituciones capitalistas.
Más en particular, Stoet y Geary construyen un índice básico sobre desigualdad de género con el que pretenden destacar de un modo muy elemental la desigualdad en la calidad de vida entre hombres y mujeres. Para ello, construyen el índice a partir de tres indicadores: la esperanza de vida, la tasa de escolarización preuniversitaria y el grado de satisfacción vital autoevaluada. La esperanza de vida nos indica cuántos años vive una persona; el grado de satisfacción autoevaluada nos muestra cuán felices han sido esos años, y la tasa de escolarización preuniversitaria ayuda a garantizar que los individuos han contado con educación suficiente como para escoger conscientemente entre sus distintas alternativas vitales para autorrealizarse. Es decir, una persona disfruta de calidad de vida si vive durante muchos años, si esos años son felices y si ha podido educarse para conocer las distintas alternativas disponibles para ser feliz: se descartan así las vidas largas pero infelices; las vidas cortas y felices, o las vidas largas y felices en la ignorancia.
Pues bien, una vez consideramos estos tres indicadores (fusionados en el índice básico sobre desigualdad de género), ¿cuáles son los países en los que la desigualdad básica de la mujer con respecto al hombre es más acusada? Los países pobres o subdesarrollados: en esas sociedades —fuertemente agrarizadas y donde la mujer permanece recluida en casa y fuera de las escuelas—, la posición socioeconómica de la mujer se halla fuertemente deteriorada con respecto a la del hombre en estos tres indicadores básicos. En cambio, en las sociedades más ricas y desarrolladas sucede justo al revés: es la mujer la que disfruta de una vida comparativamente mejor que los hombres (en esencia, porque viven durante más años y gozan de una tasa de escolarización ligeramente superior al hombre).
En el siguiente gráfico, podemos observar cómo a mayor desarrollo humano, más igualdad vital de la mujer respecto al hombre o, incluso, más desigualdad en favor de la mujer (viven relativamente más años de vida satisfactoria y educada respecto al hombre); asimismo, a menor desarrollo humano, menos igualdad vital de la mujer respecto al hombre (sobre todo, por su menor acceso a la educación).
Correlación entre desarrollo e igualdad de género.
Correlación entre desarrollo e igualdad de género.
En definitiva, la clave del empoderamiento social de la mujer ha sido en todo lugar y en toda época el desarrollo económico, pues este ha permitido fracturar la división sexual del trabajo de corte más tradicional y opresora, facilitando con ello que cada mujer explore vías para realizarse vitalmente distintas de dedicarse obligatoriamente al cuidado de su propia familia (sin que con ello quiera indicar que aquellas mujeres u hombres que a día de hoy optan por esta vía estén realizándose en menor medida que otras personas que abracen carreras profesionales extrafamiliares). Y la clave de ese desarrollo económico ha sido en todo lugar y en toda época el capitalismo. Recordémoslo este 8 de marzo, en el que el feminismo se embadurna de anticapitalismo.

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