martes, 8 de marzo de 2016

Sobre el ‘donanatge’ (mujeraje) y el machismo hecho gramática

Rudolf Ortega analiza la nueva invención lingüística surgida en el Ayuntamiento de Barcelona. Los homenajes a las mujeres son mujerajes (donanatge en lugar de homenatge), una cuestión que causa indignación creciente entre lingüistas. 

Y es que el lenguaje es una de tantas cosas que surgen de la evolución de miles de años, y que no viene impuesto desde arriba por nadie, sino que se va consolidando por usos y costumbres. Claro que la formación de palabras tienen que ver con una cultura pasada con mayor preponderancia del hombre. Pero el lenguaje tiene que ser empleado para facilitar la comunicación, y no para lo contrario. Habrá casos que puedan ser entendibles ciertos cambios (como en el ejemplo) para precisamente facilitar dicha comunicación, y en ellos se podría buscar soluciones como dice, pero que dichos cambios no deben "destrozar el idioma ni dar vergüenza ajena". 


He traducido el artículo para facilitar su compresión a más gente. 
Artículo de El País: 
Piulada anunciant un 'donanatge' a Barcelona.

La indignación entre lingüistas y gente de la letra se propaga como un incendio enfurecido ante cada ocurrencia lingüística procedente del espectro ideológico de la izquierda. Al criticado y ridiculizado femenino "cupaire" (de la CUP) ha añadido estos últimos días un neologismo salido del servicio de prensa del Ayuntamiento de Barcelona que flirtea con el ridículo, al tratar de designar lo que sería un homenaje (homenatge) a una mujer con el término mujeraje (donanatgehome es hombre en catalán y dona es mujer). Las críticas han hecho toda la sangre posible de una expresión inventada que tenemos que aceptar que la yerra en el registro, pero que difícilmente habría sido tan zurrada si hubiera aparecido en poesía o en ludollengua. 

Sea el "donanatge" un exceso o no, hay que admitir la incomodidad que debe comportar convivir sistemáticamente con un masculino plural que actúe como género no marcado.
Quiero decir que esto de tener que hacer ir siempre el masculino aunque los hombres sean minoría en un grupo debe ser un auténtica estorbo para muchas parlantes (me invento el femenino conscientemente, supongo que por coherencia con el artículo), y hasta cierto punto entiendo los esfuerzos para emplear fórmulas alternativas. De hecho, yo mismo me he encontrado con dificultades comunicativas justamente debido a este uso masculino genérico, y he acabado empleando perífrasis ridículas para hacerme entender.

El ejemplo real tiene que ver con la palabra padres. Si digo una frase del estilo «los padres nos tenemos que implicar más en la escuela de los hijos», el masculino genérico fácilmente nos lleva a pensar que la implicación reclamada con la escuela incluye padres y madres, en el uso que el inglés resuelve con parientes. Y en cambio, en este caso concreto, yo me refería sólo a los padres (en inglés, fathers), en un plural que, en puridad gramatical, no debería generar ambigüedades, aunque igualmente nadie cae. Y acabas diciendo frases idiotas del estilo «los padres hombres o los padres padres nos tenemos que implicar más en la escuela de los hijos». Personalmente agradeceré, pues, la extensión en el uso de la expresión padres y madres a fin de poder recuperar el plural propio
Los lingüistas siempre aducimos, y con razón, que la lengua va como va, que no la hemos inventado nosotros, y que si la estrategia empleada por la misma lengua es servirse del masculino para el plural genérico, pues no podemos hacer nada. Pero también somos muy de recordar que una lengua condensa un modo de ver el mundo, y por tanto, nos guste o no, de alguna manera tendremos que aceptar que en esta formación del plural masculino genérico algo tiene que ver el sistema patriarcal de los últimos 5.000 años, que poco o mucho se ha incrustado en la lengua y ha acabado siendo etimológico. No es casual que patrimonio (riqueza, bienes, propiedad ...) venga de pater, y, en cambio, matrimonio (casa, familia, hijos ...) venga de mater.

No me parece pues nada descabellado suponer que este uso del masculino es fruto de una cultura en la que el hombre ejerce el control sobre la mujer, ni pensar que este machismo ha terminado gramaticalizado e incorporado al que consideramos un uso normal y lingüísticamente correcto. Y si bien, como ha señalado recientemente la lingüista Carme Junyent, pierden el tiempo los que creen que cambiando la lengua cambian el mundo, tenemos que admitir que el mundo está cambiando, y que estos cambios, poco o mucho, deben dejar su huella en la lengua. Ni se han de aplicar recetas arbitrarias que fuercen la gramática y los registros, ni se deben poner objeciones filológicas a cambios que se están produciendo ante nosotros mismos.

Quizás hay que llegar a un pacto intergèneros que encuentre soluciones que no        destrocen el idioma ni den vergüenza ajena. Pero todos moros o todos cristianos, o   todas moras o todas cristianas. Cada vez que hay una catástrofe " causada por la       acción del hombre», o bien un incendio forestal " provocado por la mano del hombre » , me pregunto : y la mujer qué?

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