José M. García analiza la constante degeneración social, que ha dado un nuevo paso con el último proyecto de ley educativo.
Artículo de El Club de los Viernes:
La decadencia social sigue su curso, evidenciada en uno de sus principales indicadores, la educación.
Y tenemos lo que queremos como sociedad. La infantilización de los ciudadanos sigue su curso, acabando con todos los valores que permiten a una sociedad prosperar: El esfuerzo, la independencia, el compromiso, el trabajo, las obligaciones, el aprendizaje, la cultura, el afán de superación…
Finalmente, ya no hará falta, cómo no,aprobar la ESO para obtener el título, pudiendo además pasar con dos asignaturas suspensas, que pretendía erradicar la LOMCE. Qué mejor forma de acabar con el fracaso escolar que aprobando a todo el mundo y reduciendo el listón y nivel educativo hasta el suelo.
Es el autoengaño placentero.
Y todos a darse palmaditas en la espalda por no resolver nada, sino precisamente agravarlo.
Todo esto no es más que el resultado de la instalación estructural de la demagogia, del electoralismo y rentismo, del privilegio personal lobbista a costa de terceros (los alumnos y contribuyentes directamente y el conjunto de la sociedad indirectamente), en definitiva de la politización de la educación, herramienta básica del político para manipular mentes, adoctrinar, obtener votos y moldear futuros votantes en su interés particular, conseguir clientes políticos, distribuir privilegios y alcanzar y mantener el poder.
La educación está constituida hoy por élites extractivas (término célebre a raíz de la muy recomendable obra “Por qué fracasan los países”, de Acemoglu y Robinson), que velan por su propio interés, en el intento bajo coacción institucional y sindical y presión lobbista de crecientes privilegios, enarbolando la bandera para justificar (y manipular) a la sociedad con dichas exigencias, de la lucha por la educación de los ciudadanos, argumento que se desmonta rápidamente observando el desorbitado incremento del coste educativo sin mejora de resultados década a década, dónde va a parar dicho gasto, el impresentable fracaso escolar, la constante rebaja del nivel educativo, la persecución del éxito y la meritocracia en pos de una destructiva igualdad hacia abajo, la pésima preparación y notas de acceso del profesorado y su nula voluntad para aceptar su evaluación laboral ni los salarios de productividad, la exigencia de más por menos, la eliminación de exámenes, de deberes, de memorización alguna, la exigencia de menos horas laborales por más salario, la ausencia de obligaciones, primando los mal llamados derechos…Eso sí, la frase “por una educación de calidad” no falta en ninguna manifestación educativa o propuesta política al respecto.
El colmo de la contradicción o de la hipocresía.
Ambos son válidos.
Una deriva que impide el desarrollo de uno de los factores más importantes para el desarrollo de una sociedad, para la creación de riqueza y de prosperidad: El capital humano. Este es un elemento indispensable en toda sociedad desarrollada, elemento diferencial en un mundo global.
Un mayor y mejor capital humano implica mayor producción, mayores exportaciones, mayor consumo per cápita, mayor satisfacción de necesidades y bienestar, mayor número de empresas y de mayor tamaño, mayores salarios, más empleo, mejor formación, más oportunidades para TODOS, menor pobreza y paro…
Esta es otra consecuencia más de lo que implica el monopolio educativo en manos de los políticos y burócratas (la educación pública es un monopolio por definición y la política mediante sus asfixiantes, abusivas y hasta absurdas regulaciones afecta dramáticamente a la educación privada, absolutamente encorsetada), que anula, restringe, coarta e imposibilita la libertad educativa y un acceso a la educación mucho más económico imposibilitando mejoras disruptivas de la misma.
Sin embargo, esta hipócrita e infantilizada sociedad, dependiente del poder político, aplaude, exige y fomenta las causas que nos llevan al abismo mientras se queja (pidiendo más de lo mismo) de las consecuencias que produce (fracaso, irresponsabilidad, mayores impuestos, despilfarro público, menores libertades, menor independencia del ciudadano, menor autorrealización y oportunidades para salir adelante, mayor paro y menores salarios…).
Desgraciadamente, estamos instalados en la cultura de la queja, la de la polítización de todas las parcelas sociales, la de las soluciones mágicas y simplistas a realidades complejas, la del creciente populismo y demagogia, la de la sentimentalización de los hechos en detrimento de la razón para conseguir fines políticos, y en el que desmontar cualquier tinglado burocrático y clientelismo político es harto dificil o imposible por los intereses que hay en juego sin un cambio en la mentalidad de los ciudadanos, y que impiden día a día que esto no ocurra.
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