Juan Rallo analiza la enorme hipocresía de los bancos centrales, que se quejan de los efectos de sus propias políticas.
Artículo de su página personal:
Los bancos centrales constituyen en todas partes un monopolio legal sobre la emisión de dinero, el cual administran a través de su política monetaria. Para escoger qué política monetaria implementar, estas autoridades financieras toman el pulso a la coyuntura macroeconómica y, en función de la misma, adoptan sus decisiones. En ocasiones, los oráculos de la banca central aceptan compartir sus perspectivas con el resto de los mortales, ya sea efectuando declaraciones ante la prensa o publicando las actas de sus reuniones. Recientemente, hemos tenido ocasión de conocer cuál es la visión sobre la situación económica global de dos de los principales bancos centrales del planeta, el de Japón y el de la Eurozona, y sus opiniones ilustran nuevamente cómo estas instituciones se han aficionado a generar incendios de los que luego se desentienden por entero.
Tomemos el caso de Japón: el presidente de su banco central, Haruhiko Kuroda, alertó este pasado viernes de que los bajos tipos de interés y el exceso de liquidez existente en los mercados estaban sentando las bases de una nueva crisis; acaso se le olvidó recordar que su institución es la principal responsable de semejante laxitud monetaria. O vayamos con el Banco Central Europeo: según las actas de su última reunión en enero, los miembros del BCE manifestaron su inquietud hacia la escalada proteccionista que está protagonizando Trump en EEUU, Le Pen en Francia o ciertos sectores del Brexit en Reino Unido. Y, ciertamente, existen hondos motivos para preocuparse al respecto. Sin embargo, no debería ser el BCE quien se llevara las manos a la cabeza por este incipiente proceso político de desglobalización: desde el año 2015, nuestro banco central ha venido ejecutando una política monetaria similar a la del banco central japonés con el objetivo de depreciar el euro frente al dólar, lo que ha cebado las tensiones internacionales propias de toda guerra comercial. Si de verdad el BCE apostara por el libre comercio global, jamás hubiese impulsado un deterioro semejante del valor del euro, sino que habría reiterado la necesidad de liberalizar la economía europea para que el aumento de nuestras exportaciones respondiera a un incremento de nuestra productividad y no a una manipulación del euro.
En definitiva, tanto el Banco de Japón como el Banco Central Europeo hacen gala de una extraordinaria hipocresía analítica: contribuyen a causar el desastre y luego se quejan de él como si no fuera con ellos. Bomberos pirómanos.
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