Vanesa Vallejo analiza a raíz del 1 de mayor, cómo las causas sindicalistas actuales perjudican precisamente a la mayoría de trabajadores y especialmente a las personas más necesitadas.
Artículo de Panampost:
El primero de mayo, miles de sindicalistas defenderán causas que en realidad perjudican a los trabajadores. (PCEML)
El primero de mayo se celebra el día del trabajador. Miles de sindicalistas en diferentes lugares del mundo salen a marchar para exigir mejores condiciones, denunciar atropellos y conmemorar esta fecha.
Congraciarse con el discurso sindicalista es bastante fácil. Después de todo, la mayor parte de lo que proponen parece, a simple vista, una lucha necesaria y valerosa. Sin embargo, no todo lo que brilla es oro y, sobre todo cuando se trata de economía y política, propuestas que parecen loables pueden llegar a ser, no pocas veces, regalos envenenados.
Pero resulta que las más conocidas banderas del movimiento sindicalista, aunque presentadas como necesarias, son en realidad un engaño que perjudica, sobre todo, a las clases más bajas y a los más vulnerables. Sin embargo, muchos de los sindicalistas y personas que los apoyan no son conscientes del terrible daño que ocasionan con su actuar. Hay discursos que parecen tan nobles que normalmente resulta difícil descifrar lo que esconden.
Se puede decir que la principal lucha de los líderes sindicalistas es la que tiene que ver con el salario mínimo. Y por supuesto muchos dirán que es una pelea de gran importancia, y que es necesario asegurarle a la gente por lo menos una mínima cantidad de dinero con la que puedan sobrevivir. Sin embargo, lo que en realidad sucede cuando por ley se impone un salario mínimo es que se condena al desempleo a los más pobres.
El empleador paga al trabajador el valor descontado de su productividad marginal. Cuando un gobierno, cediendo a las presiones sindicales y por congraciarse con el pueblo, impone por ley un salario mínimo, todas aquellas personas que aportan al proceso productivo un valor inferior a esa cantidad establecida quedan condenadas al desempleo y la informalidad. Y quienes normalmente tienen una productividad más baja que el salario mínimo son los más vulnerables: madres solteras, jóvenes sin experiencia, gente sin educación, inmigrantes, etc.
Así que la imposición de un salario mínimo perjudica, sobre todo, a quienes supuestamente beneficia: a los más pobres. Y resulta muy común escuchar a la gente diciendo que es triste que haya personas que tengan que vivir con menos de un salario mínimo. Pero, ¿no es aún más triste y cruel condenar al desempleo y a la miseria a quienes no tienen educación o experiencia? ¿No deberían ellos poder decidir si quieren o no aceptar un sueldo menor al establecido por la ley?
Otra de las luchas sindicales tiene que ver con la seguridad social. Los sindicalistas en Colombia, por ejemplo, se enorgullecen diciendo que el 68% del valor total que se paga a la salud lo aporta el empresario, y presentan este hecho como una conquista social. Sin embargo, no hay tal.
Ese 68% supuestamente sale del bolsillo del empleador, pero en realidad es descontado del salario del trabajador. En otras palabras, al empresario le daría igual darle el dinero de la seguridad social a su empleado en vez de entregárselo al gobierno. Pero el Estado, por ley, nos quita ese dinero que debería terminar en nuestras manos, ya que es parte de lo que nos hemos ganado con nuestro trabajo, y decide qué hacer con ese porcentaje.
Lo mismo sucede con la vacaciones pagadas, muchos creen que estas son un gran logro de los trabajadores. No se dan cuenta que cada día que pasamos en la playa nos lo descuentan de nuestro sueldo. En Colombia, supuestamente, los empleados tienen al año 15 días hábiles de vacaciones pagadas. Ahora bien, como en cualquier parte del mundo, lo que en realidad sucede es que durante el resto de días que el empleado sí trabaja le han descontado dinero para pagarle sus dos semanas de descanso. Es decir, señor trabajador, que sus vacaciones se las paga usted mismo.
De este modo, lo que los sindicatos muestran como conquistas sociales, terminan perjudicando justo a quienes se supone que deben beneficiar. Además son una violación de la libertad de elección que debería tener cada persona. Muchos jóvenes sin experiencia y sin educación estarían dispuestos a trabajar por menos del salario mínimo, y de esta forma tener un sustento y mientras intentan vincularse al mercado laboral. Pero no, no pueden elegir. Unos políticos y un gremio han decidido que no está bien que ellos trabajen por menos de cierta cantidad.
Y ¿cuántas personas no preferiríamos trabajar también esos 15 días de supuestas “vacaciones pagadas” y ganar más dinero para pagar nuestras deudas o ahorrar para lo que deseemos? De igual manera, muchos, si nos dieran la oportunidad, elegiríamos quedarnos con el dinero destinado a seguridad social y pagar con este un sistema de salud diferente o simplemente utilizar ese porcentaje de nuestro sueldo en otros asuntos. Pero no, los sindicatos y los políticos se han otorgado el poder de elegir por nosotros y de obligarnos a vivir como ellos consideran que es conveniente.
Ahora bien, no se trata de satanizar el sindicalismo en sí mismo, el cual surgió como una lucha válida y en ejercicio de un derecho legítimo: la libertad de asociación. En su inicio, los sindicatos se dedicaban a proveer servicios importantes a los trabajadores; eran grupos de personas que colaboraban entre sí, y que nombraban representantes que negociaran con los empresarios. Y tal objetivo es válido. Sin embargo, en la actualidad vemos un sindicalismo politizado que trabaja en perjuicio de los empleados.
Pero no todo es malo, poco a poco el mundo está entendiendo la falsedad y lo perjudicial de estas supuestas conquistas sociales. Países como Dinamarca, Suecia y Finlandia no tienen salario mínimo, y a pesar de ello sus salarios medios están entre los más altos y sus tasas de desempleo entre las más bajas de la Unión Europea. Y aunque cada tanto a algún político se le ocurre apelar a discursos populistas y proponer de nuevo un salario mínimo, en estos países ya han comprendido que tales luchas no son más que un regalo envenenado.
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