Luís I. Gómez analiza la cuestión de la "justicia climática" a raíz de las huelgas (liderada desde la política y con objetivos políticos) estudiantiles contra el cambio climático.
Artículo de Disidentia:
Hacer novillos en nombre de la justicia climática. ¡Qué idea tan genial! ¿Cómo no se nos había ocurrido a nosotros antes? Bueno, antes teníamos otras cosas en la cabeza. La mayoría de nosotros venía de familias de trabajadores y todo lo que hacíamos tenía un objetivo claro: poder disfrutar de un mañana mejor que el ayer del que venían nuestros padres. La dictadura franquista daba sus últimos coletazos, la tan deseada libertad estaba a la vuelta de esquina y el panorama que percibíamos desde el otro lado de los Pirineos – la prosperidad- nos motivaba aún más. El sueño era cambiar el seiscientos (o, en algunos casos, el carromato o la bici) por un coche alemán, la estufa de gas por el suelo radiante, las paredes de adobe por otras de hormigón o, como en mi caso, la negra perspectiva de la mina de carbón por la matizada pero radiante luz de un laboratorio. Y, ¡oh sorpresa! ¡La mayoría de nosotros lo consiguió! La inmensa mayoría.
Los adecuadamente alimentados escolares de hoy, sin embargo, renuncian a sus horas de aprendizaje para reclamar, de manera inmediata, el abandono de los recursos fósiles como fuente de producción de energía, y por la instauración de la justicia climática. Basta con fijarse un poco para darse cuenta de un importante detalle: las huelgas estudiantiles de los viernes realmente no parecen ser una acción espontánea que surja de las aulas. Podríamos incluso sospechar que una ideología climática inhumana, mediante la instrumentalización de los escolares, y con el pretexto de lograr unas metas sociales, intenta a toda costa implantar su transformación ecológica global. Y que, al tratar de eliminar aquellos campos de la tecnología que no son deseables por razones de política climática, están construyendo una nueva economía planificada, desmoronando las bases de la economía de libre mercado. Porque, ya lo sabemos todos, la economía de libre mercado se basa en el ansia de lucro de los empresarios. Siempre será mejor una economía dirigida, sin errores, con fines sociales y ecológicos, que una economía de egoístas como la que nos ha sacado del carromato, el seiscientos, las estufas de gas o las escuelas de campaña. ¡No se puede comparar!
Y no basta con motivar a nuestros escolares, sacándoles a la calle a pedir justicia climática sin haber podido aprender qué es justicia, o cómo funciona el clima… impidiéndoles que aprendan matemáticas, o física, o biología (esas cosas que les ayudarían a entender mejor cómo funciona el planeta) no, al mismo tiempo han logrado movilizar grandes sectores industriales a golpe de subvención, financiando éstas precisamente con parte de los beneficios obtenidos por la maldita tecnología del carbono. Como en TODOS los casos en los que se ha intentado llevar a delante una economía intervenida y planificada, la probabilidad de volver al carromato y al brasero (ya saben, dicen que quemar madera es “sostenible”) es mayor cada año que pasa.
Como los escolares aún son aprendices y es posible que todavía no tengan una visión general completa de la historia cultural de la humanidad, estaría bien que el próximo viernes en lugar de hacer huelga, asistieran a una clase de evolución cultural de la humanidad, esa que finalmente nos trajo las bendiciones de nuestra era industrial. En esa clase les podrían detallar cómo la cantidad de energía per cápita disponible se ha ido incrementado dramáticamente en varios pasos revolucionarios, y todas estas transiciones se fueron desarrollado en competencia con el sistema preexistente:
- Edad de cazadores y recolectores. La cantidad de energía entonces disponible por cada uno de los humanos era ya entre 3 y 6 veces mayor que la que necesitaban. Construían monumentos megalíticos, cocinaban sus comidas, hacían frente al frío con hogueras.
- Edad de los agricultores y ganaderos. Comienzan a aparecer las primeras grandes culturas regionales. Estos parientes lejanos nuestros ya disponían de entre 18 y 24 veces más energía que la necesitaban para sobrevivir (además del fuego, aprendieron a usar la fuerza animal, el viento y el agua). Y gracias a ello pudieron hacer, entre otras muchísimas cosas, las pirámides egipcias o las ciudades mesopotámicas. Pero también las polis griegas, las civitas romanas y sus monumentos, los templos mayas o chinos, las catedrales europeas, carreteras, pasos de montaña, rutas marítimas, … Sí, guerras y conquistas también.
- Edad industrial. El mundo se globaliza (aquí les podríamos explicar la diferencia entre globalización y globalismo, pero hoy no toca), las distancias se reducen, podemos alcanzar cualquier punto del planeta en menos de 20 horas (hasta la llegada del tren la “velocidad media del transporte” era de 100 km al día… si uno se podía permitir un caballo rápido), el intercambio de productos y servicios se generaliza, lo que nos permite adquirir ordenadores, tablets y otras cosas FUNDAMENTALES en la vida cotidiana de cualquier escolar de hoy en día a precios asequibles. Esto que les cuento, y mucho más es posible porque hoy en día disponemos de entre 70 y 80 veces mas energía que la que necesitásemos si viviésemos únicamente en la cueva de unos arándanos y algún conejo distraído que pasase por ahí.
El carbón, y gracias a él la imparable revolución de la máquina de vapor y las tecnologías industriales asociadas, subyace al repentino progreso exponencial en el desarrollo social humano, no sólo en la población humana. Por fin habíamos logrado superar las limitaciones del trabajo muscular y animal y se hicieron accesibles cantidades masivas de energía útil, lo que condujo a la posterior multiplicación de la innovación tecnológica y el progreso. Las fábricas, el transporte, la urbanización … todo lo demás que constituyó la Revolución Industrial surgió a lomos del hoy denostado carbón.
El acceso barato a grandes cantidades de energía y la economía de libre mercado nos han permitido, en un período increíblemente corto de tiempo, alcanzar metas insospechadas hace apenas 100 años:
- La higiene y medicina modernas (agua potable, eliminación de aguas sucias, operaciones quirúrgicas, transplantes, …) contribuyen no sólo al aumento de la esperanza de vida, también a la mejora de la calidad de vida.
- Los modernos métodos agropecuarios son capaces de ofrecer cada vez más y mejores alimentos… ¡incluso carne! La ciencia ha contribuido a ello con tratamiento genético de mejora de especies, abonos artificiales, protección química de plantas, … Una vuelta a los métodos de producción “verdes” supondría la muerte de millones, el regreso de las hambrunas generalizadas.
- Nunca antes, en ninguna época, tuvo la humanidad un acceso tan generalizado y barato a la energía. Desde la máquina de vapor hasta la energía nuclear pasando por la gasolina, el transporte de bienes y personas y la calefacción/refrigeración ha contribuido globalmente al aumento de la esperanza de vida y a su calidad.
Pensando que todo lo relatado es cierto, ¿qué argumentos usan los ideólogos de la escasez ecologista para indoctrinar a nuestros hijos? Esencialmente dos:
El paraíso de una economía planificada subvencionada. Una economía planificada subsidiada no está sujeta a ninguna tensión competitiva, no necesita esfuerzo innovador frente a la competencia (inexistente) y ahorra el engorroso trabajo por parte del cliente de tener que tomar una decisión entre una amplia gama de productos. Aquí las soluciones son “buenas” o “malas”, en función de si atienden a los dictados del planificador, y sólo persistirán las “buenas” impulsadas mediante los subsidios: el comprador obligatorio queda liberado del engorro que supone tener que informarse y elegir.
PERO: Dado que un sistema económico basado en la planificación central y el subsidio elimina (entre otras muchas cosas) la bancarrota como factor regulador, todas las decisiones erróneas y los errores de planificación deberán ser compensados en el futuro con más subsidios, más impuestos, menor productividad. Este sistema económico conduce inevitablemente a una reducción en el suministro, la calidad y la innovación en lo producido, hasta que ya no puede satisfacer la demanda y culmina con el empobrecimiento de los así administrados.
El paraíso del valor añadido emocional. Debemos conservar nuestro planeta tal y como era. La participación activa en la implementación de este alto objetivo ecológico brinda a todos los participantes activos no solo seguridad económica (eso les prometen), sino también felicidad emocional. Después de todo, ¿quién quiere ser acusado de “matar al planeta”?
PERO: detrás de todo esto se esconde un principio tan antiguo como nuestros miedos. La protección del medio ambiente es apenas una disculpa, lo que queda demostrado viendo cómo la desaparición de un problema ambiental (los osos polares no están en vías de extinción, la biomasa vegetal del planeta aumenta en lugar de disminuir) o la determinación de que no había ningún problema (los bosques europeos no desaparecieron bajo la lluvia ácida) no supone renunciar a ninguna de las reglas, impuestos y restricciones que se habían impuesto a los ciudadanos para solucionar las consecuencias de los pecados cometidos. Todo es cuestión de educación. El hombre debe aprender a través de la realización regular de ciertos rituales y el pago de los mismos, que él es un pecador medioambiental que debe constantemente arrepentirse de los productos de su existencia. Se trata de obligar a la gente a rituales medioambientales innecesarios, para que no pierdan sus miedos y sentirse obligados a votar en las próximas elecciones a quienes puedan protegerles.
Si alguno de ustedes es maestro y sigue pensando que este breve análisis no es suficiente para, en lugar de bendecir huelgas inútiles, motivar a sus escolares en el pensamiento independiente y crítico, les recomiendo hacer su próximo viaje de estudios al Sahel, donde les encantará informarse in situ sobre la lucha diaria por la supervivencia desde la protección ambiental activa. En pocas palabras: desde la pobreza.
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