lunes, 19 de agosto de 2019

Dejen en paz a esa niña

Miguel del Pino analiza la miserable instrumentalización de una niña en la cuestión del alarmismo del cambio climático, para lo que todo vale (como también se vio con Al Gore). 

Es miserable que los políticos y autoridades utilicen a Greta Thunberg como nuevo icono ecologista del cambio climático.



Greta Thunberg | Cordon Press

Desde el ya remoto 1992 en el que se celebró la primera Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro, a la que tuve el placer de asistir, el planteamiento de la necesidad de luchar contra la contaminación industrial ha sido aderezado con mensajes catastrofistas y apelación a respuestas emocionales, dejando en segundo término los planteamientos puramente científicos.
El cambio climático ha sido el gran mantra bajo cuyo palio se ha pretendido justificar el cambio de modelo energético, con destierro del empleo de combustibles fósiles, que se dice imprescindible nada menos que para "salvar nuestro planeta". Este es el núcleo de los últimos mensajes que, como lluvia fina, pretenden calar en la opinión pública con pretendida justificación en el llamado "consenso científico".
No cabe duda de que atravesamos unas décadas calurosas, si se quiere especialmente calurosas, pero del reconocimiento de esta realidad a pretender medidas demoledoras para la economía de los más débiles tomando como iconos publicitarios a los osos polares flotando sobre fragmentos de hielo, se abre un verdadero abismo.
Hace apenas una semana, la ONU, es decir su instrumento el IPCC (Panel Intergubernamental para la lucha contra el Cambio Climático), nos instaba a consumir menos carne, lo que ha hecho correr ríos de tinta en pro y en contra de la sugerencia, pero a este mensaje se unía otro aparentemente menor, pero de una enorme importancia: la sugerencia de que consumamos sólo (los ricos naturalmente) productos agrícolas de proximidad, para evitar transporte motorizado y disminuir la huella de carbono.
Muy bien, pues si en lugar de suprimir aranceles a los países menos desarrollados (y muchas veces lejanos) y comprarles sus productos, aumentamos las barreras ya existentes, en este caso por servidumbre a la "lucha para salvar el planeta" no nos extrañemos de que vengan hacia nosotros tratando de encontrar soluciones a su miseria y a sus hambrunas: el "cambio climático" todo lo justifica.
Volviendo a la Cumbre de Río 1992, la primera a la que asistieron Jefes de Estado, hay que recordar que se mezclaban en ella las grandes dosis de ilusión, sin duda altamente positivas, con el naciente fantasma del catastrofismo. Uno de los iconos que fueron portada del Diario de la Cumbre, y que se publicó en numerosos idiomas, era el Cristo del Corcovado entronizado sobre una gran montaña de chatarra y portando la siguiente pancarta: "El hombre ya me crucificó una vez, ahora vuelve a hacerlo con la contaminación".
Si de verdad el planeta empezaba a tener fiebre, el antipirético necesario era la investigación científica, pero en lugar de fomentarla y de dedicar a ella los necesarios recursos los próceres que se erigieron en salvadores del planeta optaron por la adoración al ídolo de silicio: los superordenadores, capaces de proporcionar modelos del funcionamiento de algo tan complejo como el sistema climático global de la Tierra.
La necesidad de cambiar todos los modelos de consumo energético, con asunción de cuantas medidas que para ello fueran necesarias, cayese quien cayese, sobre todo si quienes caían eran como casi siempre los desheredados de la fortuna, fue asumida como dogma; un dogma que pretendía contar con el "consenso" de los científicos.
En aquel arrollador primer asalto el IPCC contaba con un "apóstol" intocable, nada menos que el vicepresidente norteamericano Al Gore, después desacreditado por su papel de gran consumista, pero tras haber recibido las más altas distinciones internacionales. El equipo propagandístico de Al Gore recaló en España pretendiendo que sus emisarios impartieran conferencias en los Centros escolares para difundir los dogmas de la nueva creencia.
Los elegidos por la apisonadora Al Gore fueron los que por aquellos finales de siglo llamaba la izquierda española "gente de la cultura", o lo que es igual artistas de cine y teatro, escritores progres y demás "entendidos en ecología". Esta iniciativa se acompañaba de unos videos llenos de falsedades que los promotores de la desdichada LOGSE, o algo parecido, porque ya se pierde uno en el maremágnum de signos con que se simbolizó la destrucción de nuestra antes prestigiosa Enseñanza Media, pretendían distribuir con carácter obligatorio por todos los Centros de Enseñanza pública.
Permítaseme la auto-cita de que en el Instituto de Enseñanza Media Eijo y Garay, donde yo impartía mi Cátedra de Ciencias Naturales, ni dieron los legos lecciones a los alumnos ni se distribuyeron tales videos supuestamente didácticos, porque no lo consentí en ejercicio de mi autoridad docente. El tiempo dio la razón a mi supuesto puritanismo cuando poco después Al Gore quedo identificado como uno de los grandes consumistas de su época y cuando los citados vídeos fueron retirados al identificar en ellos los verdaderos expertos al menos diez errores garrafales. Bastantes años después de que el ídolo de barro norteamericano quedara a los pies de los caballos, los apóstoles del cambio climático han encontrado un nuevo icono al que orgullosamente pasean por medio mundo para "enseñar" a los científicos y a los políticos cómo salvar el planeta. No viaja en avión, para hacer menor su "huella de carbono", pero lo hace en yate de lujo tripulado por seis marineros, que, tras depositar a su pasajera en las reuniones que "asesora", vuelven los seis en avión a su base. ¿Es que nos hemos vuelto todos locos?
Pero la incongruencia anterior carecería de la gravedad que creemos que tiene todo esto si el "icono ecologista" elegido ahora no fuera ¡una niña!: pues así es, se trata de una adolescente sueca de 16 años llamada Greta Thunberg que va para Nobel de la Paz como mínimo ante la complacencia y pleitesía de no pocos líderes de la política internacional.
Me guardaré muchísimo de dedicar a Greta ningún comentario desagradable, no sólo por el respeto que le debo como persona, sino también como profesor de tantas criaturas de su edad; no digo lo mismo de quienes la manejan, y no sólo hablo de los políticos, también lo hago de sus profesores y de las autoridades docentes suecas que lo consienten, de su señor padre y de todo el que esté implicado en la irresponsable creación de lo que amenaza con convertirse pronto en un "juguete roto".
Los adolescentes sensibilizados por la protección de la naturaleza suelen formar parte de los mejor de sus generaciones: es nuestra obligación formarlos como futuros científicos y sobre todo como buenos ciudadanos y contribuir a que sean felices. Utilizarlos como nuevo reclamo, cuando otros poco a poco se van agotando, es sencillamente miserable.
Como profesor, que sigo siendo aunque jubilado, pues esta profesión imprime carácter, exijo que dejen en paz a esa niña y no interrumpan su proceso de formación y maduración; pronto podríamos tener en ella una eminentemente científica, pero de momento es nada menos que toda una niña.
Y por poner un punto de esperanza informamos de que el pasado 30 de julio un eminente equipo formado por 83 científicos italianos ha publicado un manifiesto en el que osan dudar de que el calentamiento que venimos sufriendo las últimas décadas tenga como origen exclusivo la actividad antropogénica. Se refieren en sus estudios a los ciclos solares y a los sesenta años con que los mismos vienen manifestándose a lo largo del registro, incompleto y referente a siglos recientes, de que disponemos. Insisto: hagan el favor de dejar hablar a los científicos y respeten a la infancia como merece: niños y niñas son nuestra esperanza para el futuro y con ellos, ni se juega ni se comercia-.

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