Elentir analiza los trucos del feminismo radical (hoy hegemónico) para vivir eternamente del dinero del ciudadano, mostrando las diferencias entre el feminismo de equidad y el de género (el actual), cómo surge, qué pretende, cuál es su raíz ideológica y a dónde lleva.
Artículo de Contando Estrelas:
Uno de los debates más candentes en nuestra sociedad es el referido a la igualdad entre hombres y mujeres, un concepto que se redefine constantemente para justificar un negocio millonario.
El feminismo de equidad y el feminismo de género
Para entender las trampas que se hacen en ese debate debemos remontarnos a 1994, cuando Christina Hoff Sommers, Doctora en Filosofía, publicó su libro “¿Quién robó el feminismo?”. “Me he animado a escribir este libro porque soy una feminista a la que a no gusta en que se ha convertido el feminismo“, declaraba la Doctora Sommers, que distinguía dos corrientes muy distintas dentro del feminismo: por un lado el feminismo de equidad y por otro el feminismo de género. ¿Qué diferencia a uno del otro? La Doctora lo explicaba así:
“El feminismo de equidad es sencillamente la creencia en la igualdad legal y moral de los sexos.Una feminista de equidad quiere para la mujer lo que quiere para todos: tratamiento justo, ausencia de discriminación. Por el contrario, el feminismo del ‘género’ es una ideología que pretende abarcarlo todo, según la cual la mujer norteamericana está presa en un sistema patriarcal opresivo. La feminista de equidad opina que las cosas han mejorado mucho para la mujer; la feminista del ‘género’ a menudo piensa que han empeorado. Ven señales de patriarcado por dondequiera y piensan que la situación se pondrá peor. Pero esto carece de base en la realidad norteamericana. Las cosas nunca han estado mejores para la mujer que hoy conforma 55% del estudiantado universitario, mientras que la brecha salarial continúa cerrándose.”
Explicándolo más brevemente, podríamos decir que el feminismo de equidad defiende la igualdad legal y de oportunidades, y el feminismo de género quiere igualdad de resultados. ¿Por qué en la actualidad hay muchas organizaciones feministas que se identifican con el segundo y se apartan cada vez más del primero? La razón es muy sencilla: los objetivos del feminismo de equidad se han cumplido en los países occidentales, y por eso el movimiento se ha diluido. Donde sigue existiendo, porque sigue siendo necesario, es en aquellos países donde la mujer no goza de igualdad legal ni de igualdad de oportunidades, especialmente los países islámicos, donde la mujer está discriminada legalmente hasta extremos grotescos. Sin embargo, el feminismo de género está más activo que nunca, intentando convencer a las mujeres occidentales de que son oprimidas por los varones e incluso de que éstos las matan por el mero hecho de ser mujeres.
‘Liberando’ a las mujeres de sus deseos, sus decisiones y su naturaleza
Una de las pioneras del feminismo de género fue la comunista francesa Simone de Beauvoir (1908-1986), sobre la que ya os hablé aquí. Beauvoir sostenía que la familia y la maternidad eran formas de opresión contra la mujer. La receta de esta comunista para “liberar” a la mujer consistía en acabar con el capitalismo: “cuando la sociedad socialista sea una realidad en el mundo entero, ya no habrá hombres y mujeres, sino solamente trabajadores iguales entre sí“, escribió. El problema es que el comunismo no ha significado más libertad en ningún país, sino más opresión. De hecho, Simone de Beauvoir parecía empeñada en “liberar” a las mujeres, contra su voluntad, de sus propios deseos y elecciones. En el citado libro de Sommers se hacía mención a una conversación entre Beauvoir y la también feminista de género Betty Friedan en 1975. En ella, la comunista francesa apuntó: “No se debería permitir a ninguna mujer que se quedara en casa para criar a sus hijos. La sociedad tendría que ser completamente distinta. Las mujeres no deberían tener esa opción, precisamente porque si existe tal opción, demasiadas mujeres la van a tomar“.
Así pues, Simone de Beauvoir pretendía una sociedad basada en el concepto socialista de igualdad, a costa de cercenar la libertad de las propias mujeres para decidir lo que quieren hacer con sus vidas. Estos planteamientos totalitarios fueron reafirmados en las décadas de 1960 y 1970 por otra comunista, la canadiense Shulamith Firestone (1944-2012), sobre la que también hablé aquí. En su libro “La dialéctica del sexo” (1970) proponía aplicar la tesis marxista de la lucha de clases a los sexos: “así como la meta final de la revolución socialista era no sólo acabar con el privilegio de la clase económica, sino con la distinción misma entre clases económicas, la meta definitiva de la revolución feminista debe ser, a diferencia del primer movimiento feminista, no simplemente acabar con el privilegio masculino, sino con la distinción de sexos misma: las diferencias genitales entre los seres humanos ya no importarían culturalmente”. Lo que no tuvo en cuenta Firestone es que las diferencias sexuales entre hombres y mujeres influyen notablemente en sus deseos y preferencias, al margen de las cuestiones culturales. Obviando esto, Firestone pretendía “liberar” a las mujeres de su propia naturaleza, sin tener en cuenta las consecuencias.
La válvula de escape para una ideología totalitaria tras su estrepitoso fracaso
Este feminismo de género, más conocido durante décadas como feminismo radical, ni siquiera fue tomado en serio por muchos comunistas hasta la caída del bloque soviético en 1989 y de la URSS en 1991. En ese momento los comunistas se vieron privados de sus principales referentes ideológicos y decidieron adoptar otras marcas políticas para continuar con sus objetivos de acabar con la sociedad capitalista. Las tesis del marxismo cultural de Antonio Gramsci ya habían puesto las bases para la infiltración de los comunistas en diversos ámbitos sociales. Tras la caída del Telón de Acero, los comunistas empiezan a colarse masivamente en movimientos ecologistas, indigenistas, pacifistas, LGTB y también feministas, usándolos como válvulas de escape para continuar con su activismo anticapitalista en otros frentes. En las décadas siguientes, consiguen que gran parte de la izquierda -incluso la más moderada- acabe asumiendo tesis hasta entonces sólo defendidas por la extrema izquierda. Es entonces cuando en el debate público empiezan a colarse expresiones como “perspectiva de género” o “violencia de género”, acuñadas por el feminismo izquierdista con el propósito de que toda la sociedad se pliegue a un discurso misándrico: el que culpa a los hombres -identificados como “patriarcado”- de todos los males de la mujeres.
Un negocio político alimentado por millonarias ayudas públicas
En muchos países occidentales ese feminismo de género consiguió una gran relevancia gracias a unas millonarias ayudas públicas. Con la excusa de defender la igualdad ante la ley y la igualdad de oportunidades para las mujeres -es decir, las metas del feminismo de equidad-, el feminismo de género empezó a convertirse en un extraordinario negocio político alimentado por todos los contribuyentes. Pero a diferencia del feminismo de equidad, que se marcó metas mensurables y alcanzables, siguiendo los pasos del comunismo el feminismo de género dice perseguir una meta imposible: la desaparición de toda diferencia entre hombres y mujeres, incluso las derivadas de los propios gustos y elecciones de ellas. Así, si hay muchas más mujeres que hombres que prefieren dedicarse a su familia en lugar de acceder a puestos ejecutivos en grandes empresas, las feministas de género lo atribuyen a un “techo de cristal” cuyo responsable es el “machismo”. Si hay más hombres que mujeres que desean ser policías, militares o bomberos, las feministas de género lo atribuyen a una educación “sexista”, y no al hecho de que por su propia naturaleza biológica, a las mujeres no les atraigan esas profesiones.
Una campaña masiva de odio contra el hombre
De igual forma, los asesinatos de mujeres por sus parejas son calificados como “terrorismo machista”, como si un montón de hombres sin ninguna conexión entre sí y con motivaciones muy diferentes para cometer esos crímenes (y a menudo con ingredientes como el alcoholismo o los problemas mentales) se hubiesen puesto de acuerdo para exterminar a las mujeres porque las odian. Es un completo absurdo que no resiste el más leve análisis crítico, pero a pesar de ello muchos políticos y muchos medios de comunicación han comprado ese discurso por miedo a ser señalados como “machistas”. Por el contrario, que haya muchos más hombres que mueren a causa de los suicidios, en accidentes laborales, en accidentes de tráfico, víctimas de homicidios o por enfermedades como el SIDA son datos sistemáticamente ignorados por esos mismos políticos y medios de comunicación. El objetivo es evidente: que el hombre parezca siempre el opresor y la mujer siempre la víctima. Es el mismo motivo por el que los asesinatos de hombres a manos de sus mujeres reciben un trato radicalmente distinto en los medios y nunca motivan minutos de silencio en las instituciones públicas: es una campaña masiva de odio contra el hombre.
Marcándose metas imposibles para vivir eternamente del cuento
Obvia decir que cuando un movimiento se nutre de cuantiosas ayudas públicas y se marca objetivos irrealizables, lo hace para estar viviendo eternamente a costa de nuestros impuestos. Aunque las mujeres dejasen de ser biológicamente diferentes que los hombres, aunque todas se decidiesen a abortar a sus hijos para renunciar a esa maternidad que la izquierda considera una opresión machista, aunque hubiese un 50% exacto de mujeres y hombres en todas las profesiones(incluso en esas tan desagradables para las que el feminismo progre nunca reclama la paridad ni cuotas de género: mecánica, construcción, recogida de basuras, etc.), las feministas de género ya encontrarían alguna excusa para convencernos de lo necesarias que son. De hecho, ya han empezado a profundizar en ese terreno acuñando el término “micromachismos”, mediante el cual intentan convencernos de que acariciarse la barba, sentarse con las piernas abiertas, lanzar piropos, ceder el paso a una mujer e incluso invitarla a tomar un café son expresiones de machismo. Para mucha gente estas cosas son, con razón, un motivo de risa. Al feminismo de izquierdas le va la vida en ello: depende de ese cuento para justificar las subvenciones que recibe. Si no lo hiciese, sus activistas tendrían que hacer lo mismo que el resto de los mortales: trabajar en algo útil.
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