José Carlos Rodríguez analiza el último fracaso de la vieja izquierda, acontecido en Alemania, y del que no se hecho eco alguno los medios españoles.
Artículo de Disidentia:
En marzo de este año, Sarah Wagenknecht dimitió de todos sus cargos en Die Linke. La noticia no hizo temblar las redacciones de los medios de comunicación españoles, y con razón. En España no nos interesa lo que ocurra fuera. Y de Alemania no sabemos de ningún político por debajo de Angela Merkel. Tampoco por encima, ¿recuerda usted el nombre del presidente de la República Alemana?
Pero esa dimisión es mucho más relevante de lo que parece en un principio. Wagenknecht dimitió porque el movimiento que ella y otras personalidades de la izquierda han liderado ha fracasado contra todo pronóstico. El mío incluido, vaya eso por delante.
Recibía el nombre de Aufstehen, literalmente, “ponte en pie” o “levántate”. Tiene todas las marcas de la izquierda más tradicional, incluida una que ha caído en el olvido, aunque no de todo el mundo: las críticas a la inmigración, que hoy achacamos en exclusiva a lo que llamamos, y acaso sea en ocasiones, ultraderecha.
Ultra será en función de cómo se sitúe uno en el tablero, pero lo que no se puede afirmar es que Aufstehen sea de derechas. Tanto Wagenknecht como su marido, Oscar Lafontaine, son dos destacados dirigentes de Die Linke, que contiene los restos del naufragio comunista en Alemania, más algún elemento netamente socialista desgajado del SPD. Les acompañan el sociólogo Wolfgang Streeck y el dramaturgo Bernd Stegemann.
Sarah Wagenknecht no ha dejado lugar a dudas sobre el sentido de su mensaje: el objetivo de todo movimiento de izquierdas ha de ser “representar a los desfavorecidos”, y eso pasa por controlar la llegada de quienes “compiten por los recursos escasos en las escalas más bajas de la sociedad”.
Defender que no haya barreras a la entrada de inmigrantes “es lo opuesto a ser de izquierdas”, y es más propio de un “capitalismo de Goldman Sach”.
Streeck, una figura intelectual respetada en su país, crítica que desde el gobierno de Merkel y desde el resto de la izquierda se defienda una “expropiación moralmente obligatoria” del dinero de los alemanes para el realojo de cientos de miles de refugiados. Y Wagenknecht señala que “el cosmopolitismo, el anti racismo y la protección de las minorías son reclamos buenistas para esconder una brutal redistribución de abajo arriba”.
Con todo, lo más interesante es lo que señala la “eminencia gris” de Aufstehen, Bernd Stegemann. A su juicio, nuestro tiempo está crucificado por dos tablas: el “neoliberalismo”, espantajo de quienes quieren cambiar un mundo que no entienden, y el “posmodernismo”. Ese posmodernismo ha arruinado la conciencia de clase, que ha sido sustituida por unas identidades de raza, sexo y orientación sexual. Junto con el neoliberalismo que, entre otras cosas, favorece la libertad migratoria, supone la mayor amenaza al Estado de Bienestar.
Tras una exitosa campaña de hastag e iPhone, en la que llegaron a recabar 170.000 e-mails a los que distribuir sus mensajes, el movimiento que pretendía renovar la izquierda está viniéndose abajo. AfD monopoliza el mensaje de alerta ante la inmigración, las manifestaciones de Pégida desaparecieron, y palidecen ante las que se convocan en favor de los refugiados. La izquierda instalada no compra lo que ofrece Aufstehen, y el movimiento se desvanece.
Alemania es el país de nacimiento de Karl Marx y de adopción de Rosa Luxemburgo, y la cuna de la social democracia. El éxito de Ferdinand Lassalle fue tal que condujo al régimen de Bismark a realizar lo que impropiamente llamamos políticas sociales y son simplemente estatales. “El Estado es Dios”, decía Lassalle; por cierto, uno de los antecedentes del nacional socialismo. Siempre intelectualmente feraz, ha aportado líderes intelectuales en la izquierda. Y hay quien no renuncia a todo ese bagaje.
Pero en Alemania, precisamente ahí, ha fracasado este intento por recuperar las claves tradicionales de la izquierda, con la lucha de clases como motor de la historia y clave del análisis económico y de la propuesta política. Ha fracasado su intento de mantener en el discurso la idea de la comunidad política. La comunidad, en este caso el pueblo alemán, es la némesis de la izquierda actual, que quiere romper los lazos sociales tradicionales para imponer otros.
Según el cumplido artículo de la revista Dissent en el que se recogen estos y otros datos sobre el fracaso de Aufstehen, una de las razones de este resultado es que no ha sabido definir muy bien contra qué estaba luchando. Pero creo que la causa principal es el abandono de la nación como referencia para una parte de la sociedad.
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