Alberto Illán analiza el reciente informe de la ONU (panel político del IPCC) sobre alimentación, hábitos y cambio climático, y las horribles (por sus consecuencias) respuestas que plantea o sugiere.
Artículo del Instituto Juan de Mariana:
El pasado 8 de agosto, el IPCC hizo público un informe especial, “El cambio climático y la tierra”, en el que relaciona los usos agropecuarios y silvícolas del suelo y la dieta de los seres humanos con el calentamiento global e insta, entre otras medidas, a adecuar ambos para ayudar a evitar un calentamiento global superior a 2ºC, ya que el clima está afectando la disponibilidad, el acceso, la nutrición y la estabilidad de los alimentos.
En cuanto al uso del suelo, el IPCC destaca en su comunicado de prensa que:
el uso de la tierra para fines agrícolas, silvícolas y de otra índole supone el 23 % de las emisiones antropógenas de gases de efecto invernadero.
Avisa además de que:
la degradación de la tierra socava su productividad, limita los tipos de cultivos y merma la capacidad del suelo para absorber carbono. Ello exacerba el cambio climático y el cambio climático, a su vez, exacerba la degradación de la tierra de muchos modos distintos.
También llama la atención sobre el hecho de que:
en un futuro con precipitaciones más intensas, el riesgo de erosión del suelo de las tierras de cultivo aumenta, y la gestión sostenible de la tierra es un modo de proteger a las comunidades de los efectos nocivos de esa erosión del suelo y de los deslizamientos de tierra. Sin embargo, nuestro margen de maniobra es limitado, por lo que en algunos casos la degradación podría ser irreversible.
Y que:
los nuevos conocimientos evidencian un incremento de los riesgos de escasez de agua en las tierras áridas, daños por incendios, degradación del permafrost e inestabilidad del sistema alimentario, incluso en un escenario de calentamiento global de aproximadamente 1,5 °C.
La seguridad alimentaria también es un factor importante para el IPCC en su lucha contra el calentamiento global de origen antropogénico que traerá:
la reducción del rendimiento, en particular en los trópicos, el aumento de precios, la pérdida de calidad de los nutrientes y las alteraciones en la cadena de suministro.
Uno de los puntos más importantes para el informe se refiere a que:
se constata que aproximadamente una tercera parte de los alimentos producidos se echa a perder o se desperdicia. Las causas que llevan a esa pérdida o desperdicio presentan diferencias sustanciales entre países desarrollados y en desarrollo, así como también entre regiones. La reducción de la pérdida y desperdicio de alimentos supondría una disminución de las emisiones de gases de efecto invernadero y ayudaría a mejorar la seguridad alimentaria.
También se aconseja sobre qué hacer en este sentido:
las dietas equilibradas basadas en alimentos de origen vegetal (como cereales secundarios, legumbres, frutas y verduras) y alimentos de origen animal producidos de forma sostenible en sistemas que generan pocas emisiones de gases de efecto invernadero presentan mayores oportunidades de adaptación al cambio climático y de limitación de sus efectos.
En definitiva, para luchar contra el cambio climático y sus efectos, se insta a un cambio en la dieta y un cambio en el tipo de explotación agropecuaria o uso de la tierra, lo que inevitablemente conduciría, a la larga, a lo primero.
Dentro de la lógica del IPCC y de los científicos y políticos que lo arropan, no me parece que sea un informe especialmente desatinado. Incide en lo que lleva años interpretando como una emergencia climática, que no termina de llegar, al menos en sus expresiones más extremas. En todo caso, va en la línea de otros anteriores y presumiblemente, irá en la línea de otros que están por venir[1]. Los análisis, críticas y opiniones que se han hecho para otros son en su esencia válidos para éste, como las dudas sobre su carácter predictivo, el mayor peso de sesgos políticos e ideológicos frente a los datos científicos, horquillas demasiado amplias en cuanto a temperaturas o tendencia fijarse en los escenarios más catastróficos para realizar sus conclusiones. Incluso podemos decir que muchos de los problemas que se plantean son ya antiguos y se han estudiado con mayor o menor éxito a la hora de atajarlos o prevenirlos.
La desertificación y degradación del suelo es un problema al que nos hemos enfrentado desde los primeros asentamientos agrícolas, mucho antes de que el CO2 de origen antropogénico inundara la atmósfera. Es ahora, cuando existen suficientes conocimientos científicos y una tecnología adecuada, cuando se tiene más éxito en su prevención[2]. El desarrollo de la química, la bioquímica y la biología nos permiten obtener unos rendimientos por hectárea que no se conocían hasta ahora, evitando así una sobreexplotación del suelo. La lucha contra las plagas y un aporte extra y adecuado de nutrientes permiten una mayor eficiencia, al aprovechar mejor los suelos y evitar dañar los ecosistemas. La genética ha permitido especímenes mejor adaptados a terrenos menos adecuados o climas más extremos, lo que ha permitido que haya explotación agrícola y ganadera en terrenos en los que antes no se podía.
En definitiva, el avance científico y su derivada, la revolución tecnológica, consecuencia en buena parte del desarrollo capitalista, nos permiten una mejor agricultura a la vez que se protege el medioambiente. En lugares donde ha dominado hegemónicamente la economía planificada, como son los países de economía comunista, el desarrollo científico y tecnológico se ha visto privado de la libertad que suele ser consustancial al método, a la vez que la degradación del suelo y de los recursos hídricos se ha hecho muy evidente. Quizá habría que estudiar las circunstancias de dónde se produce esa degradación, que el informe cuantifica de entre 10 a 100 veces más rápida que la regeneración, y cuáles son las circunstancias de una y otra.
La debilidad del sistema alimentario es otro de los asuntos que intenta atajar, hasta el punto de que nos avisa de que el cambio climático hará que los sistemas actuales sean ineficientes y haya que implementar otros que impidan el desabastecimiento y la caída de la calidad nutricional. Es difícil prever algo si muchos de los factores que van a incidir en ello aún no se han desencadenado y tampoco se tiene constancia de que vaya a ocurrir. El alarmismo medioambiental tiene un serio problema: que nos anuncia con demasiada frecuencia catástrofes que luego no se cumplen[3].
El desabastecimiento alimentario, que es otro problema al que las sociedades humanas se han enfrentado desde que se formaron, o la reducción de la calidad de lo ingerido se deben más a cuestiones circunstanciales y coyunturales que a problemas ligados al medioambiente[4]. Conflictos bélicos o sociales, economías autárquicas, aranceles que impiden la comercialización internacional, ausencia de infraestructuras básicas que favorezcan o faciliten ese comercio y sistemas políticos totalitarios son algunas de las razones que explicarían antes que las exclusivamente medioambientales. Solucionar o paliar las variables medioambientales no solucionaría el problema si las otras se mantienen, mientras que si son las segundas las que se solucionan, ayudaría a mejorar el medioambiente al liberar y poder destinarle recursos.
Especial importancia tiene el hecho de que, según el informe, entre un 25% y un 30% de los alimentos que se producen se desperdician, lo que genera entre el 8% y el 10% de los gases de efecto invernadero. Parecería, tras la lectura de algunos medios de comunicación que se hacen eco de ello, que este desperdicio se produce por un exceso de consumismo, una tendencia a acaparar alimentos y luego dejar que se estropeen[5]. No descarto que haya una propensión por parte de algunos a acaparar (quizá por alguna razón evolutiva ligada a que nuestra especie ha estado durante millones de años en situaciones de desabastecimiento y carencia), pero no se puede desligar de temas regulatorios ligados a la seguridad alimentaria.
Las fechas de caducidad de muchos alimentos obligan a las empresas que los manipulan, acaparan y venden a deshacerse de ellos, so pena de incumplir la ley. Estas fechas tienen un margen de seguridad, de forma que consumirlos después no tiene porque ser especialmente peligroso (depende del producto), pero su comercialización sí que está prohibida, por lo que su destrucción es obligatoria. Quizá es este tipo de medida preventiva tenga mucho más que ver con este despilfarro que lo que los consumidores pueden comprar de más. Por otra parte, existen normas o modas que son contradictorias con este objetivo. Los envases individuales de plástico ayudan a preservar los alimentos durante más tiempo al no exponerlos al entorno, pero la reciente campaña a favor de la reducción de plásticos y las leyes que ha generado hace que estos sean rechazados y, en algunos países, hasta estén prohibidos, lo que impide la conservación adecuada de algunos alimentos.
Una mayor planificación, que es lo que aconseja el IPCC, no es respuesta perfecta ya que se desconoce la demanda real y no se puede calcular la oferta exacta. Décadas de economía planificada en los sistemas comunistas han supuesto un desperdicio de recursos mucho mayor que el que se pueda producir en un sistema capitalista. Podemos cambiar hábitos, aprender nosotros y enseñar a nuestros hijos sobre la necesidad de una mejor gestión de los recursos que adquirimos, pero mientras se perciban como derechos sin valor o sin costes asociados, muchas personas tenderán a este tipo de despilfarro. No podemos olvidar que durante años la ciencia y la tecnología nos han permitido almacenar y conservar alimentos en perfecto estado de consumo cada vez con plazos más largos.
El informe del IPCC tiene entre sus recomendaciones los cambios en hábitos dietéticos, apostando por las legumbres, frutas, verduras, frutos secos y una menor ingesta de carne que, no exige abandonar, pero sí cambiar la gestión y apostar por las explotaciones sostenibles. El objetivo de esta medida sería, según Debra Roberts, una de las científicas del panel, liberar millones de kilómetros cuadrados que se dedican a la ganadería intensiva y así evitar la emisión de una cantidad de CO2 que el informe cuantifica entre 0,7 y 8 gigatoneladas. El informe no insta a la prohibición del consumo de carne, pero invita implícitamente a los gobiernos a tomar medidas para que este consumo se vea reducido y una regulación de este tipo gusta a los políticos más que a un tonto un lápiz, ya que siempre se traduce en impuestos que nutren sus arcas.
Estas medidas se pueden articular de distintas maneras. Una primera sería la prohibición parcial del consumo de carne. Puede ser prohibiendo la carne de determinado origen (por ejemplo, la de caballo) o de un tipo de gestión de producción (como la gestión intensiva del ganado). Otra forma de limitar la oferta de carne sería la ligada a cambios en la regulación, como la que rige la seguridad alimentaria, obligando a ciertos estándares que haría muy difícil su producción. Una tercera sería la promoción, a través de ayudas y subvenciones, de las alternativas a la carne, lo que movería los modelos productivos hacia lo que la administración pública quiere. Una medida muy frecuente sería la creación de un impuesto especial sobre la carne o el incremento de los que ya existen, lo que impediría a las personas con menos recursos a buscar otros sustitutos dietéticos[6]. Los principales partidos alemanes, tanto de derechas como de izquierdas, han llegado a un acuerdo para que el IVA de la carne en este país se eleve del 7% al 19%. Un miembro del partido Verde defiende que no tiene sentido que la avena tenga un IVA del 19% y la carne solo del 7%. En ningún momento se le ha ocurrido bajar el de la avena y otros alimentos. Además, aseguran estos políticos que el coste para el sector, que pasaría de 3.000 a 5.000 millones de euros es asumible. Qué bien se gestiona el dinero de otros desde la comodidad del poder[7].
La moda vegetariana y vegana podría ayudar a que esta limitación en la ingesta de la carne no tenga demasiado rechazo público, pero en este punto he de decir que el ser humano es un animal omnívoro que necesita, al menos en algunas etapas de su vida, alimento de origen animal ya que algunos aminoácidos esenciales, ácidos grasos esenciales y ciertas vitaminas hay que ingerirlos a través de este tipo de alimentos, pues no están presentes en los vegetales. Es cierto que se pueden ingerir en forma de suplementos y así mantener una dieta estrictamente vegetal, pero eso no hace al ser humano vegetariano estricto, sino que la ciencia y la tecnología que tenemos nos permite crear estos suplementos que, en caso de desaparecer, deberían ser suplidos con… ¿carne? Por otra parte, estos suplementos deben ser fabricados mediante procesos industriales que no suelen ser tan eficientes como lo hace el ganado y cuyo coste en emisiones e impacto medioambiental no se ha estudiado como en otros casos.
Un último punto en el que no profundiza el informe, pero que sí que se ha destacado algunos medios de comunicación es la necesidad de consumir la producción autóctona. Algunas entidades sociales han reclamado a la ONU una dieta de alimentos de proximidad, es decir de aquellos alimentos que se pueden obtener en el país o región y no de los que se producen en lugares lejanos, reduciendo así el transporte de la comida y evitando el CO2 que se produce en este. Es muy interesante esta “vuelta al pasado” y la tendencia a ignorar lo que nos ha traído al punto en el que estamos. Creo que detrás de estas peticiones suele haber, además de mucha ignorancia, un prejuicio que nos lleva a pensar en una pequeña, pero autosuficiente, explotación en forma de pequeña granja que permite la supervivencia de una familia tipo, y que se contrapone al explotador capitalismo sujeto a la comercialización de productos.
Una gran ciudad como cualquier capital de provincia española, no digamos ya ciudades como Madrid, Barcelona o Valencia, no pueden vivir de las explotaciones de sus alrededores, de hecho, necesitan la llegada de alimentos de muchos puntos del mundo para abastecer las necesidades diarias. Volver a consumir lo que nos suministra la proximidad es abocar a la hambruna a la población o a la dispersión de la misma, que buscará otros lugares para evitarla, además de a un conflicto social y a la violencia. La autarquía que proponen estas organizaciones supondría un golpe brutal para la sociedad. En un sentido más comercial, supondría una bajada de la oferta tanto en calidad como en cantidad y un golpe muy fuerte a la economía de países en vías de desarrollo[8] que no podrían vender sus productos (mayoritariamente del sector primario) en los mercados de un primer mundo, que se encaminaría a perder ese estatus. Recuperar la economía de nuestros abuelos, que no la comida, es buscar en el pasado soluciones que se dieron para circunstancias del pasado, no para las actuales.
En definitiva, este informe del IPCC, como otros anteriores, plantea preguntas interesantes, pero da o sugiere respuestas horribles. Es la forma en que la ONU aborda los problemas mundiales, generando alarma y pasando la patata caliente a otros.
[1] En septiembre se espera uno sobre los océanos y su explotación.
[2] Estamos en un momento en el que la superficie de bosque en el mundo se está incrementando en términos globales. Hay zonas que han dejado de ser desérticas y, aunque el desierto es un ecosistema en sí mismo con especies vivas adaptadas a sus condiciones, se persigue su reducción quizá sin pensar en la supervivencia de esas especies.
[3] Esto ha llevado a los que manejan la comunicación de estas instituciones a encadenar un presunto desastre con otro de forma que no salgamos del susto, aunque raramente se hayan cumplido, al menos en los peores augurios. Recordemos cuando el agua iba a ser el gran problema en España, con una infografía del Ebro seco a su paso por Zaragoza.
[4] Aunque en un informe sobre el medioambiente no es habitual que se analicen otras causas.
[6] Resulta bastante paradójico que muchas de estas medidas parecen que suelen venir de la izquierda más extrema en no pocas cosas, apenas perjudican a personas con más recursos, que suelen ser centro de sus iras. Es muy evidente que las personas ricas les importa poco si el IVA de la carne sube de rango, ya que tienen renta suficiente para permitírselo, mientras que las personas de clase media o baja y en general con bajos ingresos sí que les supone un esfuerzo.
[8] Este disparate es incoherente con las preocupaciones de estos colectivos que también se fijan en lo mal que lo están pasando los países pobres. Salvo, claro, que en última instancia lo que quieran es que sean simples sociedades dependientes de la “solidaridad” de los que dicen ayudarles.
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