Francisco JavGzo analiza la doctrina del derroche que supone el "progresismo".
Artículo de Letras Libertarias:
El progresismo, esa extraña visión del mundo en la cual hay un concepto de lo bueno al que todos los individuos deberían, sí o sí, quiéranlo o no, aspirar, so pena de ser perseguidos por las instituciones formales e informales de la sociedad —a veces, se manifiesta a través de una sencilla denuncia por redes sociales—, castigados y finalmente enajenados (esto parece ser una exageración y una contradicción a las normas que se supone aspiran a una sociedad inclusiva, tolerante, pluralista y abierta al debate, pero la realidad habla por sí sola, y los defensores de la libertad —o lo que ellos entienden como tal— han decantado por la estrategia en que la mejor defensa es el ataque, metamorfoseándose desde una posición defensiva a una claramente ofensiva. Sin sentir remordimientos, y casi por una obligación moral superior, crucificarían a su madre sólo por pensar distinto. Por lo anterior, no es de extrañar, entonces, por qué muchos de estos defensores de lo “correcto” se apresuren a demostrar su admiración por líderes totalitarios —quienes, en teoría, deberían ser denunciados y atacados por ellos— ya que, con distintos grados de arbitrariedad y uso de fuerza en su forma, actúan con un despotismo semejante en su fondo), es una doctrina de derroches absurdos e irracionales.
Sin ir más lejos, la obsesión progresista con los artículos y las cuestiones de género han hecho que dicha visión del mundo sea ridiculizada constantemente por la población promedio, y aún así continúa en su afán de modificar el discurso y, si es que es posible, el léxico y hasta el idioma. Cuando en un hospital una enfermera pasó desde un saludo clásico de “buenos días a todos los enfermos” para transformarlo en “buenos días a todas y todos las enfermas y los enfermos”, el Progresismo estableció una victoria absurda de derroche de tiempo, de saliva, de neuronas y de adenosintrifosfato (de algún lado hay que sacar energía para hablar), pero victoria al fin y al cabo. El y la abogado se transformaron en el abogado y la abogada, como si la locución latina advocatus tuviera algo que ver con el sexo del individuo que ejerce la profesión. De esta manera, el Progresismo se toma atribuciones tales como alterar el idioma, sin importar que etimológicamente sus aspiraciones carezcan de sentido. En algún momento, alguna mujer envalentonada y “empoderada” irá a entregar su currículo para aspirar a un puesto de trabajo, y hablará de él como su “currícula”, pues es el historial de una mujer. No obstante, y si alguien dedica tan sólo un par de minutos a investigar, notará que currícula es el plural de currículo, cosa que será desestimado por el relativismo lingüístico propio del Progresismo, capaz de borrar indiscretamente en enlace idiomático con el pasado con tal de concretar su ideal de Progreso.
El Progresismo exhibe un proceso inverso a lo que vemos en un diccionario. A lo que tardamos siglos en identificar con algún concepto o término, el Progresismo ha borrado todo ese camino y sólo se ha quedado con la definición. Dando un ejemplo que raya en lo absurdo:
Antes, y luego de siglos forjando términos para identificar una idea:
Persona cuyo ingreso es insuficiente para cubrir su alimentación, vestimenta u hogar –> Indigente
Hoy, y luego de que el Progresismo hiciera “progresar” al idioma:
Persona cuyo ingreso es insuficiente para cubrir su alimentación, vestimenta u hogar –> Persona cuyo ingreso es insuficiente para cubrir su alimentación, vestimenta u hogar.
Como podemos ver, el término ha desaparecido y, probablemente, la forma de referirse a lo mismo se volverá más larga y más compleja e interminable a medida que pasan los años, al igual que los argumentos progresistas para justificar todo esto. Quien haya leído un libro, ensayo o artículo de algún autor progre, de preferencia sociólogo, comprenderá el tedio al cual se hace referencia. Derroche de energía, y derroche cultural que termina en la basura. Y no sólo eso: derroche de recursos, pues no importa que se gaste más tinta y más papel (y el impacto que eso tiene en el medio ambiente) en la consecución de sus metas.
Pudiendo parecer casi tonto por decirlo, hay que reconocer que con la mentalidad y su desenvolvimiento ante “pequeñas” cosas como sus batallas con los géneros de las palabras, el Progresismo es hasta dañino para el medio ambiente y economía. Su intencionalidad, su manera irracional de proceder ante la realidad (pese a que, paradójicamente, enarbole la bandera de lo racional) empuja a las sociedades a abrazar economías que solamente pueden funcionar en sus mentes, ya que su ejecución ha demostrado —con datos concretos, medibles y verificables— ser insostenible y finalmente un fracaso. Esta conducta derrochadora progresista, que no escatima recursos en la realización de su Cruzada, es expansionista, imperialista y entrópica (exportándose a sí misma al resto de los países del mundo, valiéndose de los recursos del país huésped), y como tal, la sociedad que adopte dicha forma de ver el mundo no puede aspirar a mantenerse por mucho tiempo. Es responsabilidad nuestra permitir que avancen o no las ideas que hoy secuestraron al término progreso, dándole una definición considerablemente menos valorable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario