jueves, 20 de abril de 2017

La ruta al fracaso

Juan Manuel López-Zafra analiza el enésimo despropósito en materia educativa, en este caso, en referencia a la nueva contrarreforma propuesta por el PP para luchar contra el fracaso escolar. 

La ruta perfecta al fracaso como sociedad...


Artículo de El Confidencial:

Foto: Una profesora escribe en la pizarra en un colegio público de Madrid. (Reuters)Una profesora escribe en la pizarra en un colegio público de Madrid. (Reuters)

"Donde hay educación, no hay distinción de clases". Confucio
El martes supimos que el Gobierno del Partido Popular ha dado un golpe mortal al futuro de este país, al permitir la posibilidad de pasar a Bachillerato sin haber aprobado la Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO). Apenas a 45 días para el final de las clases, las razones aducidas por el Gobierno deberían sonrojar a todo aquel que sepa leer.
Para reducir el fracaso escolar, el Gobierno propone que los alumnos puedan pasar a Bachillerato con un máximo de dos asignaturas suspensas (siempre que no sean matemáticas y lengua castellana y literatura, simultáneamente), incluso con una nota media por debajo del cinco. El adverbio cobra una fuerza especial y pasa a ser prácticamente lo sustantivo, pues si lo interpretamos literalmente parece claro que un alumno pasará de curso suspendiendo dos asignaturas, mientras solo una de ellas sea una de las dos malditas. Es decir, en Bachillerato los profesores se van a encontrar con alumnos que no sepan lo que es un número real, que tampoco serán capaces de resolver la ecuación que les permitirá saber si el cambio en la tienda es el correcto o no y que posiblemente tampoco sepan calcular los metros cuadrados de su habitación.
Suspender lengua y literatura supone no ser capaz de identificar el núcleo verbal de una frase, ni el sujeto ni el predicado, por no hablar ya de las subordinadas, esenciales en cualquier contrato que vayan a firmar a lo largo de su vida. No distinguirán entre Manuel y Antonio Machado, de Valle Inclán sabrán si acaso que tiene alguna calle en su ciudad, y no hablemos ya de Victoria Kent, Clara Campoamor o Rosa Chacel. Al menos uno de los dos conocimientos más importantes para su vida adulta, las matemáticas y la lengua, estarán perdidos para siempre. Eso sí, habrán pasado de curso, estarán en Bachillerato y desde él podrán optar a un grado universitario, si aprovechan la oportunidad que el Gobierno les da.
El conocimiento crítico es la base de la libertad. Con esta contrarreforma, el Gobierno establece la primera generación de súbditos de la democracia, superando en el medio plazo el desastre educativo de la Logse. Un grupo de muchachos que se perderá en las oraciones que los más avezados construirán y en las fórmulas de los préstamos que los bancos, necesariamente, les mostrarán cuando pidan su primer préstamo, o cuando soliciten su primera tarjeta de crédito. Vendrán entonces las reclamaciones, los lamentos y los “debimos haberlo hecho de otra forma”, expresados por los estudiantes, nunca por unos políticos que estarán disfrutando de la jubilación pagada por estos nuevos trabajadores que no tendrán la preparación mínima para competir con quienes saben que solo el esfuerzo y el mérito los sacarán de la pobreza.
Corea es el ejemplo habitualmente citado. Mientras que en España el número mínimo de días lectivos es de 175, en la República de Corea son 220, con una jornada que se extiende desde las 7:30 hasta las 17:00. A pesar de eso, la tasa de abandono en educación Secundaria es inferior al 1%, lo que pone en entredicho el argumento del fracaso escolar esgrimido por el Gobierno. Como ya señalábamos hace más de tres años en estas mismas páginas, Corea ha abandonado el analfabetismo en menos de 60 años y desde 2013 está considerado el país con el mejor sistema educativo del mundo, por delante de la mítica Finlandia. No ha sido reduciendo la exigencia, como pretende nuestro Gobierno, sino aumentándolaEn diciembre pasado, señalaba la relación entre el tiempo dedicado al estudio en diversos países y la puntuación obtenido en el informe de PISA de 2012, donde de nuevo España volvía a colocarse en una posición sonrojante, en el extremo opuesto a Corea.
Otro ejemplo destacable es Vietnam, un país devastado por las guerras y el comunismo que entró por primera vez en el sistema de evaluación de PISA en 2012, con unos resultados sorprendentes: 17º en matemáticas (25º España, 36º EEUU), 8º en ciencias (21º España, 28º EEUU) y 19º en lectura (23º España y EEUU). Al acabar el quinto grado, con 11 años, los alumnos vietnamitas pasan su primera reválida de conocimientos de la escuela elemental. Entre sexto grado y noveno grado, llevan a cabo la escuela intermedia, realizando entonces la segunda reválida. Entre el décimo grado y el décimo segundo, realizan la educación Secundaria y el Bachillerato, realizando al acabar una tercera reválida, siendo obligatorio el examen de lengua extranjera (una clásica maría en España), matemáticas y lengua (casualmente, las dos que el ministerio de Méndez de Vigo y Rajoy permiten suspender “no simultáneamente”). Con ocho años, un niño vietnamita sabe emplear el sistema operativo Windows en inglés, a los nueve aprende a programar y, según Neil Fraser, ingeniero de sistemas de Google, “con 16 años, al acabar la escuela obligatoria, la mitad podrían superar las pruebas de acceso a Google”.
Cuando dentro de 10 años veamos las calificaciones en PISA, nadie pedirá cuentas a los miembros del actual Gobierno. En un mundo de servicios digitales, no parece que reducir el fracaso escolar mediante el aprobado general sea la solución. Más bien es la ruta perfecta al fracaso.

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