sábado, 10 de junio de 2017

El capitalismo es gay-friendly

Adolfo D. Lozano muestra como precisamente han sido el capitalismo y el liberalismo los que abanderaron los derechos de las minorías (incluyendo las sexuales) a nivel teórico y práctico con su consolidación, pese al intento del socialismo actual de secuestrar y tergiversar ciertos movimientos como el de la mujer o el homosexual. 
Puede que a no pocos sorprenda o choque el título. Por la sencilla razón de que la izquierda socialista ha sido hábil y poderosa en secuestrar -y tergiversar- para sí no pocos movimientos, como típicamente sucede con el que reivindica y defiende los derechos de la mujer o de los homosexuales. Pero esta apropiación, entendida como los justos derechos individuales iguales para todos sin discriminación por género u orientación sexual, es indebida. En el caso de los derechos de la mujer, leamos a María Blanco; así pues, consideremos rápidamente el otro caso, el del movimiento que se ha venido a llamar LGBTI.
No fueron pensadores socialistas sino liberales desde la época de la Ilustración e incluso antes como John Locke o Adam Smith los que abanderaron lo que en el siglo XX Friedrich Hayek expuso al afirmar en su Los fundamentos de la libertad que “las prácticas privadas entre adultos, aunque puedan resultar aberrantes para la mayoría, no son un sujeto de acción coactiva para un Estado cuyo objeto es minimizar la coacción”. El liberal moderado John Stuart Mill dijo en el siglo XIX que “sobre sí mismo, sobre su mente y cuerpo, sólo el individuo es soberano”.
Los derechos de las llamadas minorías siempre han estado mejor preservados en aquellos regímenes donde el Estado ha jugado un papel reducido en la vida de los ciudadanos, donde más se han cumplido pues los requisitos de un orden social liberal y por ende más alejados los ciudadanos han estado de variantes del socialismo.
El historiador John Boswell afirma por ejemplo en su libro Cristiandad, tolerancia social y homosexualidad que “los homosexuales estaban en realidad más seguros bajo la República Romana, antes de que el Estado (en el Imperio) tuviera autoridad para controlar aspectos de las vidas personales de los ciudadanos. Cualquier gobierno con el poder, deseo y medios de control sobre cuestiones personales o creencias religiosas podría también regular la sexualidad”.
Fue en el siglo XVIII con el incipiente capitalismo e inmediatamente posterior Revolución Industrial cuando, según John D’Emilio y Estelle Freedman, hubo en este caso en América “una general reducción en la regulación estatal de la moralidad y un giro en las preocupaciones sociales de los asuntos privados hacia los públicos”. El cambio fundamental no vino por el distinto modo de elegir al gobierno (democracia) sino por la limitación de éste para intervenir en asuntos privados (liberalismo y capitalismo).
Fue el advenimiento de la era capitalista lo que permitió a los individuos vivir de manera autónoma, hacer valer y reclamar su individualidad. El capitalismo nos liberó del feudalismo y el absolutismo. La industrialización que llevó a la urbanización y el anonimato de la urbe nos permitió a los ciudadanos construir independientemente nuestras vidas en la abierta sociedad del mercado pacífico con espacio y respeto a las vidas profesionales y personales. Nos dio libertad individual.
Eric Markus en su libro Making History asegura que fue la capacidad de abandonar el hogar parental y buscarnos una vida los que nos permitió elegir libremente nuestro estilo de vida. El académico australiano Dennis Altmas observaba esto a pesar de sus ideas socialistas en 1982 afirmando que “el desarrollo [del movimiento cultural y político por el que los homosexuales se definen como una nueva minoría] sólo ha sido posible bajo el moderno capitalismo de consumo, que ha creado condiciones para una mayor libertad y diversidad que ninguna otra sociedad haya nunca conocido. Para todos los que somos socialistas, esto presenta un importante dilema político”.
En el caso chino, Kate Zou comenta en Long March for Freedom que un paso crítico en la liberación homosexual fue la privatización de las viviendas, que permitió a parejas homosexuales comprar o alquilar apartamentos. La mayor libertad económica en el mercado de la vivienda condujo a la creación de locales orientados a público gay, algo que no habría sucedido bajo el mando de autoridades públicas de la vivienda.
Nadie tampoco puede negar hoy la fuerte correlación entre la libertad económica y libertades civiles. En realidad, para los liberales, la libertad individual es una y como tal ha de ser defendida sin excepciones o notas al margen. Y la libertad individual de las personas homosexuales no ha sido ninguna excepción. No lo ha sido teóricamente. Tampoco lo ha sido en la práctica.
Si el llamado orgullo gay ha de tener algún sentido racional debería ser, también, la celebración de la orgullosa defensa de la libertad. De la libertad individual que provee y garantiza el pacífico y fructífero orden social del capitalismo laissez-faire.

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