martes, 20 de junio de 2017

Igualdad de oportunidades, otro mito que debemos desenmascarar

Maria Marty expone otro mito a desenmascarar, el de la igualdad de oportunidades. 
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Fuente: PanAm Post
Confieso haber sido una de las tantísimas personas que nunca cuestionó la naturaleza del término “Igualdad de Oportunidades”. Hasta el día que, por casualidad, comenté:  “estoy de acuerdo con la igualdad de oportunidades”, y un socialista de pura cepa dijo: “¡coincido!”
Oh oh. Si alguien, cuyos ideales son opuestos a los míos, me da la razón, así nada más, más vale confirmar si estamos hablando de lo mismo. Como era de esperarse, resultó que no.
En mi columna anterior me referí a la igualdad de resultados, la idea por la cual todos tienen derecho a recibir un pedazo igual de la torta, no importa quién la haya cocinado.  Nunca dudé de la perversidad de esta noción.
Sin embargo, mi cabeza conservaba la idea tradicional de que la igualdad de oportunidades significaba un Gobierno que protegiera la vida, propiedad y libertad de todos los individuos por igual, con el fin de ofrecerles la misma oportunidad de elegir, actuar y producir lo que libremente les diera la gana, y tanto como quisieran, o como pudieran.  En resumen, para mí era lo mismo que igualdad ante la ley. Para mí.
Como ocurre con todo término poco definido y defendido, fue tomado por los populistas de izquierda y de derecha, y convertido en otro de sus baluartes, al igual que la igualdad, el bien común y la justicia social.
Actualmente, igualdad de oportunidades significa que todos deberían comenzar en la misma línea. Y si la línea no es la misma, entonces significa que hay que igualarla de alguna manera.
¿Suena bien, no? ¿Acaso es justo que algunos arranquen la “carrera de la vida” 10, 20 o 30 metros detrás que otros? Pero la vida no es una carrera de 100 metros planos. La vida se asemeja más a un viaje en tren con diferentes estaciones de partida y de llegada. Intentar modificar este viaje por la fuerza, lleva, indefectiblemente a todos, al mismo destino: la pobreza.
Pedro nació con un Steinway & Sons al lado de su cuna. Su madre es una reconocida pianista que gana mucho dinero con sus conciertos. La casa está repleta de partituras y la música lo acompaña desde que se levanta hasta que se acuesta. Pedro heredó oído y habilidad, y además cuenta con todo lo necesario para desarrollar su talento.
Al año se trepa al instrumento. A los cinco lee partituras complejas gracias a la instrucción “ad honorem” de su madre. A los 10, sus pequeños dedos se deslizan por el teclado como un gato en el tejado.
Ana es su vecina y tiene su misma edad. Los sonidos del piano de Pedro despiertan en ella un único sueño: ser pianista profesional. Cada vez que se topa con un piano demuestra su enorme habilidad y potencial. Pero Ana no tiene piano en su casa y sus padres no se encuentran en condiciones de comprar uno. Tampoco tiene una madre concertista ni los medios para pagar una tutora de tal calibre.  Su “estación de partida” no es la misma que la de Pedro y su camino hacia la meta será más largo y complicado.  ¿Cierto? Sí. ¿Injusto? No.
Un contexto puede ser desfavorable, pero no por eso es injusto. La injusticia sólo puede darse en una relación entre personas, donde una pisotea los derechos de otra.
En este caso ¿Pedro hizo algo que perjudicara a Ana? No. ¿Le quitó algo que le perteneciera? No. ¿La limitó en sus posibilidades? No. No hay injusticia de Pedro hacia Ana, ni tampoco hay deuda alguna.
Ahora supongamos que pretendemos igualar las oportunidades de ambos. ¿Cuáles son las alternativas si no se cuenta con la voluntariedad de Pedro, su familia o de la comunidad?
  1. Prohibir a Pedro tocar el piano, y a su madre ser su tutora hasta que Ana pueda obtener un piano y una tutora de igual jerarquía.
  2. Obligar a Pedro y a su madre a compartir su piano y sus clases con Ana.
  3. Obligar a los padres de Pedro a pagar un piano y clases para Ana.
  4. Obligar a todos los ciudadanos a pagar un piano y clases para Ana.
Todos los caminos llevan a la coacción.
Posiblemente al leer las alternativas, nadie en su sano juicio aceptaría las tres primeras. Sin embargo, una gran mayoría acepta la cuarta, sin dudarlo. Pero el hecho de que el costo de igualar la oportunidad de Ana con la de su vecino sea asumido por toda la población, y no únicamente por los padres de Pedro, no cambia la naturaleza coactiva del método. Sólo cambia el número de víctimas.
Ahora, pensemos lo siguiente. El caso de Ana es el caso de los 7.000 millones de habitantes del planeta. Cada uno de nosotros desea alcanzar algo en lo cual hay alguien que cuenta con una mejor oportunidad de lograrlo. ¿Qué hacemos entonces? ¿Cómo igualamos la oportunidad de todos a alcanzar cada aspiración?  La única respuesta es: transformando a la humanidad en un gran animal de sacrificio en pos de la misma humanidad. Una contradicción digna de la peor pesadilla.
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Si lo que honestamente pretendemos es que las personas tengan posibilidades de alcanzar sus objetivos, hay una alternativa que no es igualar oportunidades. Es maximizar oportunidades.
Maximizar oportunidades significa ofrecer la mayor cantidad de opciones para alcanzar un objetivo, sin coartar las posibilidades ajenas.
¿Significa que Ana tendrá las mismas chances que Pedro? No. Significa que, si lo merece, conseguirá una beca para estudiar en un buen conservatorio. Significa que sus padres tendrán, gracias a su trabajo, la posibilidad de obtener un crédito para comprar un piano.  Significa que los pianos, debido a la competencia y al libre mercado,  bajarán sus precios a un nivel que le permitirán tener uno propio. Significa que tendrá más posibilidades de transformarse en una pianista profesional.
Por supuesto que mi ejemplo está simplificado, pero no es una utopía. Maximizar oportunidades es posible. Los sistemas basados en el respeto por los derechos individuales y la igualdad ante la ley son los que han demostrado tener mayor movilidad social a lo largo de la historia.
Por el contrario, los sistemas populistas basados en la igualdad de oportunidades y la igualdad de resultados, han ido matando cada sueño de sus víctimas al compás de palabras pegadizas.
Es hora de comenzar a definir “palabrotas” y dejar de repetir frases hechas que terminan siendo muletillas para quienes pretenden guiar a las ovejas directamente al matadero.

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