Miguel Ángel Belloso analiza la sucias manos de Podemos en todos los charcos como instrumentalización política hacia el conflicto, hundir el sistema y el electoralismo como estrategia para hacerse con el poder.
Artículo de Expansión:
Ilustración: Raúl Arias
Queridos y grandes amigos: hace dos semanas comparecí como invitado en el programa Carretera y manta que emite la Sexta en televisión todos los miércoles. Carretera y manta es un programa gamberro solo pensado para luchar contra la economía de mercado, combatir a la derecha por todos los medios y dar alas a los más bajos instintos del llamado pueblo, es decir, para dar de comer a las fieras, a todos los rencorosos, los resentidos y, en fin, a los que les va mejor adoptando el papel de víctimas, que siempre da mucho rédito. Fui allí porque lo dirige Jesús Cintora, que insistió tanto que no me pude negar. Es verdad que cobré 200 euros brutos por el suceso, que da para un almuerzo razonable, pero fui sobre todo correspondiendo al cariño inmerecido que me dispensa el director. Cintora es un periodista de izquierdas curtido en mil batallas que necesita, de vez en cuando, a alguien como yo que sea radicalmente de derechas. Básicamente, su propósito al invitarme es que arme jaleo con mis opiniones sinceras sobre los asuntos de la vida pública y que me preste a que me den un número considerable de hostias, no me dejen hablar, y me insulten y desacrediten. Como ir o no a un programa es un acto voluntario, y sé con claridad el propósito para el que me convidaron, fui muy a gusto a recibir la reprimenda correspondiente con el único interés de que quizá alguien de la audiencia se percate de que hay opiniones distintas a las que profesa o de que lo que él pensaba hasta la fecha tiene algunos puntos débiles. El programa en el que estuve abordaba el asunto de las pensiones, del que estoy casi harto de escribir, siempre en contra, naturalmente, de las reivindicaciones de los jubilados que se manifiestan en muchas ciudades españolas y particularmente en Bilbao todos los lunes, desde donde muy oportunamente se emitía el programa, en el que yo participaba desde un hotel de Madrid. Allí hablé de los hechos evidentes. De que los pensionistas españoles han sido los más protegidos de la crisis, de que son los que más cobran de Europa en relación con el último salario percibido, y de que cualquier aumento de su retribución ligada al IPC, blindada en la Constitución o lo que sea, es un disparate que pondrá todavía más en peligro la sanidad de las cuentas públicas. El público del programa estaba compuesto en gran parte por una masa que protestaba ante mis afirmaciones, que no me dejaba explicarme y que tenía unas ideas perfectamente sólidas y robustas sobre cómo ha de resolverse el problema: masacrando a impuestos a los falsamente llamados ricos a fin de subir las pensiones. Pero con esto no descubro nada. Es una clase de razonamiento que a veces forma parte del egoísmo de la edad provecta. Me llamó más la atención el discurso de un señor que decía alegremente que la protesta semanal que ya se ha convertido en legendaria en Bilbao no es por ellos, por los jubilados, sino por sus hijos, para que encuentren un futuro justo y no pasen las penalidades de los pensionistas mejor pagados de España. Esto, naturalmente, me conmovió. Porque si todavía queda algún jubilado en el país con un poco de sentido común debería saber que de producirse un aumento de las pensiones, que abocaría directamente a una subida de los impuestos y de las cotizaciones sociales, que ya son absolutamente punitivas, los primeros perjudicados serían sus hijos, los jóvenes, que se verían expulsados del mercado de trabajo ante la imposibilidad de la Seguridad Social de asumir la carga extra. Como llegó un momento en que el ambiente estaba pesado, y yo desde Madrid con un pinganillo en la oreja no podía hacer frente decentemente a los espumarajos de parte del público; como éste, en su mayor parte, había perdido la paciencia con un señor radicalmente de derechas como yo, el señor Cintora decidió poner fin con gran criterio a la transmisión sin que pudiera decir algo que me parece lo más inquietante de la movilización de los pensionistas de Bilbao. Y es que está dirigida por los filoetarras de Bildu y los comunistas de Podemos. Estos, y ningún espíritu inocente, son los que mueven y convocan a los jubilados en la plaza del Ayuntamiento de Bilbao, los que los manipulan y engañan, los que los seducen con artimañas de porquero. Y también son los que han estado -en este caso vamos a dejar al margen a los etarras de Bildu, porque no entra en su jurisdicción- detrás de la huelga salvaje del taxi en Madrid, detrás del Peseto Loco, por citar a uno de los energúmenos más clarividentes de ese cierra patronal equivalente a la delincuencia más común, por el que unos señores han secuestrado las calles de la capital de España sin verse expuestos a la retirada de los coches y a las multas que habrían recaído sobre cualquier otro ciudadano que hubiera tenido la ocurrencia de aparcar su auto en mitad de la Castellana. Y digo que Podemos está detrás no a humo de pajas. Es evidente, no solo porque así se ha manifestado el partido totalitario en favor de estos privilegiados del taxi, sino porque, en su lucha inútil contra la modernidad, quieren ir también de la mano de los jubilados, como cuestión estratégica. Formar una gran marea antisistema. "Esta no es una lucha solo del taxi, es contra la precarización del trabajo y contra la privatización de otros sectores como la sanidad, la educación, la minería y los astilleros", ha declarado un desquiciado llamado José Miguel Fúnez, que es el responsable de Comunicación de la Federación Profesional del Taxi. Este es el patio que agitan los comunistas de Podemos, que está lleno de descerebrados que se merecen muchas más hostias que yo en la Sexta.
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