Juan R. Rallo analiza los altos costes de una guerra comercial a gran escala y el peligro que conlleva para el bienestar (de TODOS) la retórica antiglobalización y las dinámicas proteccionistas.
Artículo de El Confidencial:
El presidente de EEUU, Donald Trump. (Reuters)
Desde que Donald Trump accedió a la Casa Blanca, el arancel medio sobre las importaciones estadounidenses se ha más que duplicado, al pasar desde el 1,6% sobre el valor total de estas hasta el 3,3%. La razón que explica esta escalada proteccionista de la primera potencia mundial no es solo su conflicto con China, sino también los aranceles que, en general con independencia del origen, ha impuesto sobre los paneles solares (tarifa del 30%), sobre las lavadoras (del 20-50%), sobre el acero (del 25%) y sobre el aluminio (del 10%).
Los hay que consideran que todo este repliegue proteccionista apenas constituye una táctica negociadora de Trump para conseguir que China liberalice plenamente sus relaciones comerciales con EEUU. Sin embargo, nótese que este es solo uno de los posibles rumbos de los acontecimientos (rumbo que, aun cuando fuera cierto, podría fracasar por motivos ajenos a Trump). Otros, como Peter Navarro, asesor presidencial en asuntos comerciales, apuestan decididamente por librar una guerra comercial contra China, por cuanto creen que puede resultar netamente beneficiosa para EEUU. Y aun otros, como el magnate socialdemócrata George Soros, piden a Trump que utilice la guerra comercial como instrumento para arrinconar a Xi Jinping, incluso en el caso de que pueda ser crematísticamente perjudicial para EEUU.
Sea como fuere, el estallido de una guerra comercial a gran escala no le saldría gratis a la economía mundial. Recientemente, los economistas Antoine Berthou, Caroline Jardet, Daniele Siena y Urszula Szczerbowicz han estimado que un incremento de 10 puntos en los aranceles medios globales provocaría a medio plazo una reducción del PIB mundial del 3%. Teniendo en cuenta que actualmente el PIB mundial supera los 80 billones de dólares, estaríamos hablando de unas pérdidas superiores a 2,5 billones de dólares, esto es, aproximadamente dos veces el tamaño de la economía española.
Los canales por los que se transmitiría este empobrecimiento proteccionista son diversos. Primero, los aranceles incrementan el precio de las importaciones de bienes de consumo y de los costes de los bienes intermedios, lo que consecuentemente reduce la cantidad y variedad de mercancías a nuestro alcance. Segundo, una pérdida de productividad como consecuencia de una asignación ineficiente de los factores productivos: los aranceles protegen a las compañías menos competitivas de la rivalidad internacional e impiden el aprovechamiento pleno de economías de escala globales; por tanto, nos abocan a estructuras económicas subóptimas. Tercero, la disrupción de los patrones de intercambio mundiales incrementa el riesgo de las empresas expuestas directa o indirectamente a tales intercambios, lo que tiende a aumentar su coste de financiación. Y cuarto, la incertidumbre general provocada por todo lo anterior también conduce a los empresarios a frenar su pulsión inversora.
Además, y en contra de lo que suele sugerirse, muchos de los daños de este 'shock' económico negativo no recaerían exclusivamente sobre los denominados “ganadores de la globalización”, sino que bien podrían concentrarse sobre aquellos a quienes normalmente asociados con los “perdedores de la globalización”. Es decir, frente a quienes opinan, como Peter Navarro, que un rearme autárquico beneficiaría a Occidente, lo cierto es que nos perjudicaría de lleno. Por ejemplo, los economistas Raphael Auer, Barthélémy Bonadio y Andrei Levchenko acaban de estimar que, si llegara a derogarse el NAFTA (el acuerdo comercial entre México, Canadá y EEUU que fue objeto de tibia renegociación hace escasas semanas), los principales damnificados serían los trabajadores de aquellos estados que con mayor entusiasmo apoyaron electoralmente a Trump. De hecho, las reducciones salariales más profundas se experimentarían en el llamado 'cinturón del óxido': estados clave en la victoria de Trump supuestamente por su rechazo a la globalización.
Este último resultado es, además, coincidente con otro que ya tuvimos ocasión de comentar hace varios meses: de acuerdo con el Peterson Institute, una guerra comercial a gran escala de EEUU contra China y México perjudicaría mayoritariamente a la Costa Oeste y, de nuevo, al cinturón de óxido, pues serían esas regiones las que experimentarían una mayor pérdida de empleo.
De momento, todavía no nos encontramos en ese escenario de guerra comercial a gran escala. Es más, China y EEUU dicen estar ahora mismo negociando los términos de un cierto entendimiento comercial: pero todos debemos ser muy conscientes de los peligros que entrañan las dinámicas proteccionistas en las que el mundo ha entrado desde hace más de un año. La incendiaria retórica antiglobalización que está arraigando en nuestras sociedades puede terminar costándonos muy cara a todos.
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