martes, 5 de marzo de 2019

Salario mínimo, paro máximo

Juan Manuel López-Zafra analiza los perniciosos efectos de la subida del salario mínimo por parte del PSOE y Podemos, apoyándose además en la literatura académica y múltiples casos, así como en otros resultados de bienintencionadas políticas socialistas, qué curiosamente, nunca cumplen la promesa llevada a cabo con tales medidas y siempre perjudican especialmente a los colectivos más vulnerables de los que dicen preocuparse. 


Artículo de El Confidencial: 

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“A minimum wage law is, in reality, a law that makes it illegal for an employer to hire a person with limited skills”. Milton Friedman.
Con fecha 1 de enero, entró en vigor el nuevo SMI de 900 euros. Nadie puede negar que se trata de una medida establecida con la mejor de las intenciones, como lo son prácticamente todas las impulsadas por el socialismo: limitación de precios para lograr que todos puedan satisfacer sus necesidades, subidas de impuestos a los más pudientes para poder llevar a cabo una mejor redistribución de la riqueza, establecimiento de precios máximos de los alquileres para que todos puedan acceder a una vivienda o condiciones adicionales para que nadie pueda ser desahuciado. En el mundo del socialismo, todos somos felices porque todos accedemos a satisfacer nuestras necesidades. Lástima que ese mejor de los mundos posible panglossiano se apoye en el bastón del 'ceteris paribus' y choque de bruces con la realidad.
Más allá de la necedad de establecer un salario mínimo común en todo el territorio nacional (a nadie se le escapa que el coste de la vida es muy diferente en Madrid y en Badajoz), es sencillo hacer las cuentas para darnos cuenta del terrible efecto que supone la subida del SMI en aquellos directamente afectados por la medida, que son precisamente a los que se pretende proteger.
Es falso que el SMI se haya llevado a 900 euros mensuales. Teniendo en cuenta que se exigen 14 pagas y la cotización a la Seguridad Social, el coste real mensual de la medida es de unos 1.350 euros. Un trabajador casado de 40 años con dos hijos, uno menor de tres años, que cobre un sueldo de 25.000 euros anuales, recibe un importe neto, mensualizado también, de unos 1.700 euros. Es decir que, de su salario, debe dedicar ocho de cada 10 euros a pagar a la persona que trabaje en su casa cuidando a sus hijos. Tengamos en cuenta que a este trabajador privilegiado no se le ha subido el sueldo en absoluto. Si no puede soportar la subida, habrá dos cotizaciones menos a la Seguridad Social: la de la persona que trabajaba en casa, que habrá sido despedida, y la del trabajador que pasa a hacer las tareas que llevaba a cabo la anterior.
Las muestras de lo pernicioso de esta medida son múltiples en la literatura académica. Beaudry, Green y Sand publicaron en septiembre pasado en la 'American Economic Review' un estudio en el que prueban la reducción del empleo en el largo plazo ante incrementos del SMI. Algo que muchos economistas no acaban de entender es que el trabajo no se reparte como las tartas, y que, por tanto, más personas trabajando pueden suponer un incremento de la tasa de empleo. No es muy complicado entender que, ante situaciones de pleno empleo, más personas consumirán más, demandando más trabajadores para producir más bienes, y más personas que no estaban dispuestas a entrar en el mercado laboral lo estarán ahora ante salarios mayores, derivados de la carestía de trabajadores. En cambio, y como comprueban los citados autores, incrementos del 1% en el SMI suponen disminuciones de entre el 0,3% y el 1% en el empleo. Y esas caídas en el empleo se deben más al cierre de empresas que a despidos de trabajadores.
En ese sentido, el trabajo de Luca y Luca sobre el efecto del alza del SMI en la hostelería (con casos notorios y conocidos en Seattle, San Francisco y Los Ángeles) observa cómo los restaurantes con valoraciones alrededor de la mediana de Yelp (3,5 estrellas en una escala de 5) tienen una probabilidad de cierre que se incrementa en un 14% ante una subida del SMI de un único dólar por hora. Ese efecto no se da en los restaurantes mejor valorados, que suelen ser más caros y donde los empleados suelen estar mejor pagados. De nuevo, el SMI se muestra como el peor enemigo del trabajador menos cualificado.
Otro artículo de la 'International Economic Review' alcanza conclusiones similares, siendo el empleo a largo plazo el más afectado por la medida. Y la Fundación para la Educación Económica publicaba hace pocos días un informe en el que señalaba cómo la instauración del SMI de 15 dólares por hora en la hostelería de Nueva York venía acompañada de subidas de precios en los menús y caídas tanto en el empleo como en las horas de trabajo de quienes mantenían su empleo. “La mayor caída en el empleo de hostelería desde el 9-S”, titula el autor.
Una familia con hijos no puede soportar el incremento del SMI de las empleadas del hogar, como tampoco puede hacerlo una empresa pequeña. Es una medida recesiva que expulsa del mercado laboral a los más vulnerables, a los menos preparados, a quienes menos valor añadido pueden aportar. Las limitaciones de precios han provocado, históricamente, carestía de bienes y servicios; el caso actual de Venezuela es un desgraciado ejemplo.
Las subidas de impuestos reducen la recaudación, pues limitan la actividad económica. Los alquileres limitados por ley provocarán la retirada de viviendas de ese mercado, que es la forma en que este ajusta la oferta ante restricciones en los precios. Y las leyes contra los desahucios suponen una violación flagrante del derecho de propiedad, lo que limita de nuevo el parque de viviendas. Así pues, y aunque aún es pronto para comprobar sus efectos, podemos estar seguros de que la popular y bienintencionada subida del SMI del Gobierno de Sánchez, tan exigida como aplaudida por Podemos, provocará lo que, en general, han provocado casi todas las medidas de los gobiernos socialistas: más paro entre los más vulnerables.

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