Gerardo Garibay analiza las lecciones del 2020 y consecuencias de las décadas que venimos viviendo...
Artículo de El American:
¿Aburridos y peligrosos? Sí, y mientras cerramos el 2020, regresando la mirada a este año tan extraño, donde un virus nos hizo daño, un fraude nos pareció engaño y la prensa industrializada siguió apostando al cizaño, llegó el momento del desentraño.
Más allá de la rima, el 2020 nos deja la lección de lo peligroso que puede ser el aburrimiento, sobre todo cuando éste se convierte en herramienta política. Después de colar los slogans y los pretextos, la verdadera fortaleza de la izquierda radical, particularmente en los Estados Unidos, consiste en aprovechar la enorme potencia del aburrimiento social y político de un país que lleva casi 50 años con crecientes niveles de comodidad (que se han convertido en algo ordinario) en paz y sin servicio militar obligatorio. Por lo menos las dos últimas generaciones han nacido y crecido sin el temor a la guerra y a las dificultades que marcaron el rumbo y definieron el carácter de las generaciones anteriores.
Seguros, y aburridos
Durante toda la historia humana, las guerras y las pandemias eran constantes, que por lo menos, una vez cada generación diezmaban a las familias e incluso destruían comunidades enteras. En contraparte, estas luchas ofrecían, al menos según lo que nos venden la historia, la oportunidad de la trascendencia. Cuando leemos sobre la Edad Media, todos nos ponemos en la piel del caballero (y casi nadie en la del siervo), cerramos el libro o apagamos la película contrastando la gloria de sus batallas con la intrascendencia de nuestra partida en el nivel 713 de “Candy Crush”.
Por lo menos a partir de los años setenta, tras la guerra de Vietnam, la sociedad norteamericana ha vivido libre del temor y el dolor de los antiguos conflictos y pesares. Sí, los Estados Unidos se han involucrado en guerras de alto perfil, como las de Irak y Afganistán, pero en ellas han participado exclusivamente soldados profesionales. La conscripción obligatoria en el Ejército, que era una realidad hasta 1973, hoy no sólo sería impopular, sino inimaginable.
Para acabar pronto, el actual estándar de vida del estudiante promedio resultaría algo de ciencia ficción para sus abuelos. Incluso quienes han tenido problemas con sus préstamos universitarios o con su carrera profesional, y acabaron de regreso a los sótanos de sus padres, tienen mucho más confort y tiempo libre del que habría tenido cualquier otro joven hace apenas unas décadas.
El resultado es que están aburridos. Y ese aburrimiento es grave, porque no sólo proviene de la gran disponibilidad de tiempo libre o los elevados niveles de comodidad, sino también de la predictibilidad de que dichas condiciones se mantendrán en el largo plazo y las pocas perspectivas que tienen de destacarse en un mundo donde se les entregó todo y no se les exige casi nada.
Esos millones de personas, en Estados Unidos y en el resto de Occidente, se sienten aburridos, humana y políticamente; están dispuestos a arriesgar e incluso destruir lo que sea con tal de romper la monotonía y vivir su sueño de ser “justicieros”.
Y la izquierda lo aprovecha
Este caldo de cultivo se activa por medio de los activistas disfrazados de profesores universitarios, quienes a su vez viven soñando con los tiempos de la lucha contra el nazismo, el sexismo, el racismo o la guerra de Vietnam. Trágicamente para ellos, nacieron 30 o 40 años demasiado tarde: Los odiosos racistas del sur están muertos y enterrados, al igual que el Hitler al que odian y el Stalin al que aman. Incluso la conscripción fue abolida desde antes que ellos pudieran siquiera alzar la voz, para formar parte del “triunfo”.
¿Alguna vez te ha pasado que llegas con ánimo de parranda a una fiesta, pero cuando entras ya todo se acabó? Así se sienten ellos.
Esto es lo que Kenneth Minogue define como el “síndrome de San Jorge en reposo”: cuando ya no hay dragones que derribar, el aburrimiento lleva a inventarse otros dragones con tal de mantenerse activos y de preservar un sentido de identidad como “luchadores”.
Para ellos, el no tener algo contra que rebelarse es en sí mismo el peor acto de opresión. En respuesta, estos guerreros hippies, disfrazados de académicos en las universidades, de ejecutivos en las empresas y de candidatos en la política, comparten con millones de personas el lastre del aburrimiento y la necesidad de una lucha que les brinde gloria y trascendencia, aunque ello implique destruir el mundo.
Piénsenlo. Busquen en su memoria o en YouTube los vídeos de los disturbios que causaron 2 mil millones de dólares en daños con el pretexto de la muerte de George Floyd; recuerden y revisiten las acciones de “Antifa” o cualquier otra de los marcas de la izquierda corporativa; observen, más allá de la ideología, a las personas, y notarán que (debajo del enojo) están aburridos, y transmiten una mezcla de aburrimiento, de rebelión contra la estabilidad y de deseos de trascendencia a través de la destrucción.
En The Matrix, el agente Smith explicaba que la primera matrix fue diseñada como un “mundo humano perfecto” donde nadie sufría y todos serían felices, pero fue un desastre, porque las personas no aceptaban el programa, ya que los humanos definen su realidad a través del sufrimiento y la miseria.
Los Wachowski tienen algo de razón. En el fondo, para muchas personas, las emociones que acompañan a la destrucción y el sufrimiento son preferibles a la paz y la estabilidad en la cual se aburren sin oportunidades de gloria.
Aunque nuestro mundo actual dista mucho de ser perfecto ciertamente es más pacífico, tranquilo y predecible que cualquier otra época de la humanidad. Pareciera que eso resulta intolerable para muchas personas, especialmente en la izquierda, que anhelan el regreso del conflicto – y con él, la posibilidad del heroísmo, la gloria o la venganza.
No se gana sólo con resultados, se necesita emoción
Sería un error limitar esta reflexión a una crítica respecto a la izquierda. La derecha también tiene un grave problema. En Estados Unidos y en el resto del primer mundo, la derecha ha fracasado en la lucha cultural, y lo ha hecho por aburrida.
Si en serio queremos evitar la caída de Occidente y de las maravillas que tantos siglos nos han costado, debemos entender que, para mover almas, encender corazones y ganar elecciones no basta con dar buenos resultados. Es necesario recuperar un sentido de aventura y de una lucha por la que valga la pena pelear. La izquierda lleva la emoción hacia la destrucción. Nosotros debemos orientarla hacia la construcción, en lugar de enterrarla en la rutina.
Sí, el sueño americano y la excepcional vocación de los Estados Unidos sólo se salvarán si vuelven a ser emocionantes.
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