Sergio Candanedo (UTBH) analiza el sentimiento de impunidad con el que actúan las feministas y su insultante hipocresía y doble vara de medir, a raíz de su última exigencia de impunidad y censura.
Artículo de Voz Pópuli:
Cuando creíamos que la cultura de la victimización había alcanzado su cenit, de repente aparece un comunicado pidiendo que los insultos y el acoso en redes se consideren una forma de tortura siempre que las insultadas y acosadas sean mujeres feministas. Y es que después de una supuesta agresión lesbófoba a Irantzu Varela, a partir de un conflicto que parece sacado de un capítulo de 'La que se avecina', cientos de mujeres feministas se han plantado y han dicho ¡Basta ya! Exigiendo no solo que los improperios y ataques que rezuman las redes sociales hacia sus distinguidas personalidades sean considerados una forma de tortura, sino que además nuestros gobernantes articulen políticas para eliminar estos reprobables actos y conviertan de una vez a las feministas en una especie protegida, que no en peligro de extinción.
Esto no es algo nuevo, hace apenas un año Compromís ya preguntaba si el Ejecutivo había contemplado la posibilidad de declarar el estado de excepción por terrorismo machista -ríase usted del coronavirus-. Y entre podemitas y socialistas llevan años amenazando con la idea de perseguir el llamado “negacionismo de la violencia de género”, que es como catalogan a todos aquellos que prefieran atenerse a lo que nos dicen todos los estudios académicos arbitrados sobre la violencia en el ámbito de la pareja y no a su reduccionista relato ideológico. Una manera miserable de conseguir a través de la ley lo que no se puede lograr por las vías de la ciencia y la razón.
Entre las firmantes nos encontramos a personajes como la ilustrísima Adriana Lastra, “portavoza” del Grupo Parlamentario que dirige el Gobierno de España, lo que lleva a preguntarnos a qué autoridad se dirige semejante misiva cuando esta misma ya estaría firmada por representantes del poder ejecutivo y legislativo de nuestro país, que es como si Pablo Iglesias firmase una petición exigiendo transparencia en las cuentas al grupo parlamentario de Unidas Podemos.
Este comunicado sería el último llamamiento hacia la persecución del disidente amparándose en el molesto ruido que desprende Twitter y sus derivados. Y entiendo que ser una persona pública con presencia en redes sociales puede llegar a ser desagradable. Yo he recibido ataques, insultos y amenazas de muerte y no es algo bonito. Tristemente, a día de hoy, este es el precio a pagar por compartir tus opiniones sobre temas sensibles en los que la sociedad está altamente polarizada, sobre todo en un ecosistema que permite parapetarse en el anonimato, como es el de nuestras redes sociales, caldo de cultivo perfecto para trols y personalidades mezquinas. La deshumanización del adversario tiende a la norma y no a la excepción. Sin embargo, hay que tener mucha caradura para señalar a las feministas como el principal colectivo afectado por el odio twittero cuando su discurso hegemónico no trabaja por el apaciguamiento de los conflictos sociales, sino todo lo contrario. De hecho, sería la mismísima Irantzu Varela la que terminaba un vídeo katana al hombro, prendiendo un cóctel Molotov, mirando a cámara y comunicando a la audiencia que las mujeres estaban librando no sé qué guerra.
El colectivo responsable de abrir hilos a diestro y siniestro y fomentar linchamientos y escraches a nombres propios de toda índole no puede ser el mismo que ahora exige que la administración pública les otorgue un status de especial vulnerabilidad en redes y se señale como torturador a todo aquel que llame “charo” a Beatriz Gimeno. Las que inventaron términos como “señoro”, “machirulo” o gritaban en las manifas cánticos del tipo “macho muerto, abono pa mi huerto” no pueden ser las que ahora lloran porque hay gente cruel en la internet. Puño de hierro, mandíbula de cristal.
Hemos normalizado que el feminismo pueda hacer y deshacer a su antojo con la complicidad de nuestras administraciones públicas y algunos medios de comunicación, hasta tal punto que ahora algunas feministas se sienten acosadas cuando alguien les destapa la jugada. El sentimiento de impunidad de los que perpetran campañas como la última de la Federación de Mujeres Jóvenes contra las agresiones sexuales es mayúsculo. Y me parece insultante que las feministas pretendan atragantarnos las navidades con campañas en las que señalan a todo varón como un potencial agresor sexual con el que habría que tener cuidado, y encima pretendan etiquetar la crítica a semejantes discursos como una forma de tortura.
Nos dicen que las agresiones a mujeres feministas se han multiplicado en los últimos años, lo que viene a ser una exageración tremendista producto de la impotencia que produce la realidad de que lo que antes no se contestaba, ahora se contesta, y de que una parte importante de nuestra sociedad ha decidido plantarle cara a aquellos que trabajan de forma diligente en la miserable tarea de aterrorizar a las mujeres y criminalizar a los hombres y así perpetuar el atávico y lucrativo conflicto que es la guerra de sexos. Tortura y crímenes de lesa humanidad.
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