sábado, 19 de diciembre de 2020

¡Qué m... de centro!

Fortunata y Jacinta analiza en FORJA 039 al centro político, el quinto y último capítulo de los dedicados a analizar a las izquierdas, las derechas, la extrema izquierda, la extrema derecha y el centro.

En este vídeo analiza qué es el centro, qué es el centro político, el centro sociológico, el centro ético o moral, el mito del centro, los partidos que se han considerado de centro en España, la clasificación de los distintos partidos que se hace bajo el esquema político español, para extraer finalmente algunas conclusiones. 



¡Qué m… de centro!

Buenos días, sus Señorías, mi nombre es Fortunata y Jacinta, esto es “¡Qué m… de país!” y hoy cerraremos esta pentalogía con la m… del centro en sentido político que es una cosa que ni con latines ni sin latines se entiende.

¡Ay, sí, rapaza! A ver si vamos terminando la saga, que con tanta izquierda y derecha se me ha puesto la cabeza como un campanario.

Y, del mismo que en los capítulos de las extremas tuvimos que definir, en primer lugar, que era eso del extremo, hoy tendremos que hacer el esfuerzo de definir la cosa en sí del centro.

¿La cosa en sí? La cosa en si bemol, zaragata.

¡Orden, orden! Y el primero que meta ruido va a la cárcel.

Que sepamos, ni los ideólogos del Partido Radical de Alejandro Lerroux en la II República, ni la UCD de Adolfo Suárez ni Ciudadanos de Rivera se han molestado en precisar a qué tipo de centro se refieren cuando dicen que se sitúan en tal punto. Si a un centro singular, en el que la moderación se enfocase en una sola línea, sin importar las otras. Si a un centro universal en el que la moderación se procurase en todas las líneas (como la virtud universal que postularon los estoicos). O si se refieren a un centro particular en el que es suficiente ser moderado en las líneas más importantes. Y desde luego, como ya hemos visto, ni siquiera han entrado a valorar si la moderación es siempre virtud o si cabe hablar de exaltados moderados o de exaltados maricomplejines.

Así pues dedicaremos unos minutos, antes de nada, a hablar de la cosa en si bemol del centro, luego diremos unas palabras sobre los partidos de centro en España (el Partido Radical, la UCD y Ciudadanos) y cerraremos con un bloque de conclusiones y catapún chimpún.

El centro geométrico

A la hora de hablar del centro en sentido político es obligatorio empezar con una breve referencia al centro en sentido geométrico: el kentron de los griegos era el punto fijo del compás por el que se determinan dos puntos equidistantes respecto a tal centro a izquierda y derecha en relación a una recta que lo atraviesa. El centro es un punto entre dos puntos cuya característica vendría a ser la equidistancia entre tales puntos. Ahora bien, cuando se habla de «centro derecha» o «centro izquierda» la figura que mejor podría representar esto no sería el círculo sino la elipse.

A diferencia del espacio geométrico –que es liso, uniforme y homogéneo y en donde cada concepto queda perfectamente definido– el espacio político es irregular, enmarañado y sin lugar a dudas polémico y por tanto difícil de definir. En el espacio político la oscuridad y la confusión a menudo son la tónica dominante a causa, sobre todo, de las ideologías que brotan de los quehaceres técnicos de la vida política, social y cultural y también de la vida científica y religiosa. Por tanto, no es posible una geometría de la política: la política no es una ciencia exacta, positiva, alfa-operatoria, diríamos desde la teoría del cierre categorial del materialismo filosófico. Tampoco cabe una política de la geometría, porque geometría y política son dos categorías irreductibles.

El centro político

«Centro» es un término de una relación ternaria y, por tanto, centro político sólo cobra sentido en función de la derecha y de la izquierda política. El centro político se definiría por ser el punto en el que se separan los partidos políticos de izquierda y los partidos políticos de derecha: es la frontera, el límite de la izquierda y el límite de la derecha. Pero también ambas tienen otros límites: a la izquierda de la izquierda estaría la extrema izquierda y a la derecha de la derecha estaría la extrema derecha (confusamente denominada “ultraderecha” o, como dijo la ministra Dolores Delgado: la extrema extrema derecha). Aunque ya sabemos que la tal letrada no definió el concepto. Más vale temer a la extrema extrema derecha que saber definirla, que diría Thomas de Kempis.

La moderación del centro huye, como de la peste, de los extremos políticos: no ya de la derecha o de la izquierda (que hasta podrían pasar por posiciones moderadas), sino de la extrema derecha y de la extrema izquierda. Desde tal moderación, pulcra o puritana, ambas posiciones vendrían a significar los excesos y peligros, el vicio más pernicioso de la política.

El extremista es un buen ejemplo para el moderado de lo que en política no hay que ser ni hacer. El centrista necesita reafirmarse en su centrismo y por ello trata de refutar a diestro y siniestro; sobre todo al extremo diestro y al extremo siniestro, dada la exaltación de ambos.

Pero, ¿es siempre la exaltación un vicio y la moderación una virtud? ¿No será también políticamente prudente exaltarse, en determinadas circunstancias e imprudente moderarse? Pues la cuestión importante sería ante qué o contra quién se exalta o se modera uno. Es decir, sólo teniendo en cuenta el ante quién uno se exalta, el dónde, el cómo y el cuándo podría valorarse dicha exaltación como un vicio o como una virtud. Lo mismo cabría decir con los modos moderados.

En nuestra opinión, por ejemplo, no cabe moderación alguna ante las perniciosas ideologías que sustentan a los nacionalismos fraccionarios, habría que ser tajantes desde el principio, de igual forma que nosotras no entenderíamos que usted se quedara de brazos cruzados o reclamara diálogo si el señorito de su pueblo exigiera un día para sí la piscina municipal y la alameda del parque o si un pueblo de Zamora se declarara mañana un cantón ¿en serio se solidarizarían ustedes con los demandantes o tratarían de empatizar con el señorito de su pueblo, pobre hombre, que siente la piscina municipal muy suya de él solo?

En definitiva, hay que dar el parámetro: no se puede dar por buena la tesis del vicio de la exaltación frente a la virtud de la moderación así, sin más.

Pasa lo mismo con el término tolerancia, pues la tolerancia no tiene por qué ser virtud y la intolerancia un vicio. Si una manada de retorcidos repugnantes violan por turnos a una chica de 14 años, la virtud estaría, precisamente, en no tolerar eso. Y nada de eufemismos para pusilánimes. ¡Un acto como ese es, sencillamente, intolerable! Y esto es dogma: tan dogma como que a un niño de dos años no se le puede permitir tomar decisiones o que si no comes te mueres de hambre.

Asimismo, podríamos marear la perdiz y aventurarnos a comprobar si es posible una exaltación moderada o una moderación exaltada. Y si hay moderados moderados y exaltados exaltados.

¿Exaltados moderados? No, si siempre me caen a mí estos turrones…

¡No te quejes! ¡Peor la pasó Jesús que pidiendo agua le dieron hiel!

Quiera el cielo que acabes tu dichosa pentalogía a ver si descansa el género humano…

Mira que te estrello si das en hacer funciones de comedia, so chubasca, encalabrinada…

¡Moderación, hermana, moderación!

Centro sociológico

Así como se comprende una derecha sociológica y una izquierda sociológica, esto es, posiciones políticas que se definen según criterios parapolíticos (éticos, morales, estéticos, por la forma de hablar o por el tipo de cultura que se consume, &c.), también se comprende un centro sociológico, aunque nadie sabe muy bien definir qué es ni tampoco localizarlo.

De algún modo podríamos decir que se ha comprendido a la gran burguesía como aliada de la derecha sociológica, al proletariado como representado por la izquierda sociológica y a la pequeña burguesía como solidaria del centro. Pero esto no es más que una burda simplificación pues anda que no hay currantes que votan al PP o votantes de Podemos que ganan más de 60.000 € al año.

Centro ético o moral

También suele entenderse el centro político desde el punto de vista ético o moral, al presentarse como la moderación entre los extremos. Esto nos lleva a la teoría aristotélica del mesotes (el término medio). La virtud –decía Aristóteles– está en el término medio, entre el exceso y el defecto. La virtud política, según los centristas, está en el centro, porque este centro se interpreta como la misma salud política, como aquello que hace perseverar con fuerza la existencia misma del Estado.

Al ser las virtudes múltiples, los términos medios también serían múltiples. Si el valor es la virtud, el defecto sería la cobardía y el exceso la temeridad; si la liberalidad es la virtud, el defecto sería la avaricia y el exceso la prodigalidad; si la magnanimidad es la virtud, el defecto sería la bajeza y el exceso la vanidad.

También, en este sentido ético o moral del concepto de centro, se puede traer a colación la idea de «moral provisional» que Descartes postuló en la segunda regla del Discurso del método. Esta regla advierte que, en el terreno práctico, hay que elegir con firmeza y sin titubeos la línea media más probable para no equivocarse demasiado y evitar desviaciones y aventuras.

Por otro lado, ya hemos dejado claro en otras ocasiones que gobernar no se gobierna desde la ética o desde la moral, sin perjuicio de las intersecciones que puedan darse entre ética, moral y política. Pero es cierto que, en determinadas circunstancias, hay valores políticos que pueden oponerse a determinados valores éticos. El ejemplo más evidente es la guerra que puede considerarse como la continuación de la política por otros medios y que para otros es la conculcación de los valores éticos fundamentales. Sin embargo, lo que éticamente puede ser reprobable, políticamente puede ser prudente.

Un ejemplo claro de esto sería la política de inmigración. Las normas éticas prescriben atender, dar cobijo y alimento a todos los inmigrantes que crucen nuestras fronteras. Pero las normas morales y políticas obligan a limitar el número de inmigrantes, pues a partir de determinado número las economías nacionales podrían desplomarse. Lo más prudente es tener un control sobre la inmigración. Y esto no es racismo ni xenofobia, sino prudencia política, porque gobernar se gobierna desde la política y no desde la ética, sin que queramos decir con ello que haya que erradicar la ética, pues un funcionariado sin ética sería imposible.

Testimonio del Dalai Lama.

No, y todavía habrá algún lechuzo que se atreva a llamar a este señor xenófobo de la extrema derecha.

O que se quede mirándolo como quien ve volar un buey.

El mito del centro

El punto céntrico suele entenderse de modo mitológico, como mitológica es la escisión que separa a la derecha sustancializada respecto de una izquierda sustancializada, esto es, como el lugar donde se separan la izquierda y la derecha de toda la vida.

Pero bajo estos esquemas no estaríamos hablando de un centro positivo, sino de un centro metafísico, así como de una derecha metafísica y de una izquierda metafísica. Ideas que están sin embargo al cabo de la calle, aunque ninguno de sus predicadores haya leído un libro de metafísica en los días de su vida (lo que sería disculpable) y ni tienen pensado hacerlo (lo que ya no tiene disculpa).

Como advierte Gustavo Bueno, el centro político se complica de tal modo que pierde su condición de concepto. La confusión es tan enorme que nadie sabe de lo que se habla ni de contra quién se está hablando. Y, sin embargo, todos con el centro en la boca y dale que te pego a la sin hueso.

Los políticos que buscan el centro creen que lo han encontrado y consideran que han superado la batalla entre la izquierda y la derecha, comprendiéndola de un modo dualista maniqueo, el típico cuento de los buenos contra los malos. Y piensan que lo del mero centro es suficiente para alcanzar la paz social y política. Libraos de las vanas modulaciones de la derecha y de las vanas generaciones de la izquierda, buscad el camino del centro y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura.

Aquí nos viene al pelo la archiconocida jerga inventada por el famoso locutor de radio Federico Jiménez Losantos: para él, el derechista que aparenta ser centrista es «maricomplejines». Y, además, maricomplejines es tonta. Porque ese es el problema de España: que la izquierda no es excesivamente brillante y que la derecha es tonta.

La derecha maricomplejines es la derecha centrista, más conocida como centro derecha. Es derecha con sacarina. El PP vendría a ser el partido maricomplejines por antonomasia. Los de Vox la llaman «derechita cobarde». Últimamente Federico llama al partido Ciudadanos «maricomplejones» y es que nuestro Fede es todo un martillo de maricomplejines y también de meapilas, cuando arremete, y con razón, contra el clero separatista.

Los partidos de centro en España

Partido Radical

En la Segunda República el partido del centro era el Partido Radical liderado por Alejandro Lerroux y esta formación era explícitamente reconocido de centro tanto emic _desde sus coordenadas– como etic –desde nuestras coordenadas_. Y Lerroux era el masonazo de aquel régimen, además de ser el político con mayor historial republicano.

En todo caso, el Partido Radical, pese al pasado revolucionario y republicano de su líder, venía a ser un partido más bien de centro derecha, pues en 1934 formaría gobierno con la CEDA, la Confederación Autónoma de Derechas Autónomas liderada por José María Gil-Robles. Una curiosa alianza entre masones y católicos, pues la política siempre hizo extraños compañeros de cama.

Precisamente esta alianza movilizó a las fuerzas de izquierda a la insurrección de octubre de 1934 con la excusa de impedir un golpe «fascista» llevado a cabo, curiosamente, a través de métodos parlamentarios. Y recordemos que estas fuerzas de izquierdas habían establecido, a su vez, otra curiosa alianza entre socialdemócratas bolchevizados del PSOE, comunistas, anarquistas y también la Izquierda Republicana de Cataluña de Luis Companys. El gobierno de Lerroux supo desarticular y derrotar esta insurrección con el general Domingo Batet en Cataluña, el general Eduardo López de Ochoa en Asturias y el general Francisco Franco dirigiendo las operaciones militares desde Madrid. ¡Sí, eso es, Franco defendió la legalidad republicana! ¡Pero que no se entere la servidumbre! Ya veremos en próximos capítulos que Franco, en efecto, era un lobo, pero no porque estuviese conspirando para comerse a la abuelita, sino porque atacaba a los otros lobos que la estaban acechando.

¡Virgen del Rosario! Después de esto nos iremos las dos al desierto a hacer penitencia.

¡Ay, sí! Y se nos pondrá la cara como la del Padre Eterno, que los pintores ponen entre nubes esmaltadas de angelitos.

UCD

Otro partido de centro –y también autodenominado así– fue la Unión de Centro Democrático (la UCD) que lideraba Adolfo Suárez, una coalición de partidos que nacía en mayo de 1977 y que el 4 de agosto de ese mismo año se transformaba en partido.

Suárez entendía el centro como la moderación. Pero ya hemos visto que la moderación no siempre es virtud, y si Suárez fue moderado lo fue de modo imprudente, pese a toda la leyenda rosa que se ha creado en torno a su figura. El régimen partitocrático coronado tiene sus héroes, aunque en su día en el parlamento le dieron palos hasta en el cielo la boca y todo el mundo deseaba su dimisión. El centrista Suárez era odiado a diestro y siniestro. Pero eso los ideólogos del régimen tratan de ocultarlo y han creado una leyenda rosa en torno a su figura: un Suárez dorado, moderado, calculado, centrado.

Para Suárez, lo principal era la moderación. Y así lo manifestaba en su Manual para veinte millones de electores, publicado durante la campaña electoral de 1977. Esta moderación tenía ciertas resonancias aristotélico-tomistas (por la teoría del mesotes, esto es, el término medio). Es decir, la virtud está en el término medio y la virtud política, en este caso, es la moderación frente al exceso de la radicalidad o la exaltación y el defecto de la pusilanimidad o la inacción. Suárez interpretaba esta moderación como característica de las clases medias.

La UCD trataba de ser el partido que encabezase la superación del dualismo maniqueo entre la izquierda y la derecha. La UCD se presentaba como el partido del término medio entre los involucionistas del franquismo (el denominado «Búnker») y los rupturistas que querían volver a la república.

Ese centro se presentaba a sí mismo como aquella posición que podía acabar con el duelo de las dos Españas y el problema es que tomaba ese duelo como si fuese una realidad existente. Nosotros entendemos, sin embargo, que este duelo es maniqueo y metafísico; luego entonces ese centro también venía a ser una posición metafísica, pues seguía imbuida en el esquema de las dos Españas, presentándose como la tercera; pues si uno quiere negar semejante dualismo entonces sin darse cuenta está siendo preso de los esquemas del mismo, al querer abrir una tercera vía porque da las otras dos como existentes, como si España fuese una realidad dual o simple y autodeterminada y no una realidad plural y compleja y codeterminada. El dualismo maniqueo de las dos Españas es tan sólo una apariencia falaz.

Hija, ten cuidado que empiezas a parecerte a San Pedro Mártir, con el hacha clavada en la cabeza.

Al menos habré tenido el honor de decirle cuatro frescas a ciertos zurcidores de la moral.

Aunque si ahora mismo hay un supuesto centro que intenta abrirse paso, cierto es que estaríamos ante un esquema más pluralista (Tria faciunt collegia, decían los escolásticos). Y ahora la situación sería la izquierda contra la derecha, la izquierda contra el centro, la derecha contra la izquierda, la derecha contra el centro, y el centro contra la izquierda y el centro contra la derecha. Ya las posibilidades son más complejas y, pese al trialismo, se aproxima más a la pluralidad que nosotros le otorgamos a la materialidad. Pero en su génesis los ideólogos del centro han dado por buena la ideología o conciencia falsa del dualismo maniqueo de la izquierda y la derecha en su batalla eterna o dada in illo tempore.

Lo peor de todo es que tal apariencia se ha convertido en ideología dominante, retomando muchísima fuerza con la llegada de Zapatero a la Moncloa en 2004. Aunque tal resurrección del maniqueísmo ya venía gestándose desde unos años antes de la forma más simplona y recalcitrante. Y lo hacía, para más inri, con la colaboración del PP de José María Aznar, el cual sacaba a pasear a Azaña reivindicándolo como un gran demócrata y un gran liberal. De hecho, fue a José María Aznar, y no a Mariano Rajoy, al que Federico Jiménez Losantos empezó a llamar maricomplejines. Y es más, Aznar fue Aliado de George Bush II (Skull & Bones, la masonería estadounidense) y Tony Blair (Sociedad Fabiana, algo así como el socialismo del Imperio Británico). No, si Dios los cría y ellos en la cama se juntan.

Desde el pluralismo político que nosotros defendemos, hay que decir que la UCD no estaba respaldada exclusivamente por las clases medias, sino que formaba un entramado compuesto por diversos elementos interclasistas que se enfrentaba a los involucionistas bunkerizados y a los comunistas y socialdemócratas, y también contra los separatistas (que, por cierto, el nuevo régimen vino a resucitar). Si la UCD era un centro político lo era en el sentido de que era tanto un centro derecha como un centro izquierda.

Gustavo Bueno interpreta a la UCD como «una destilación casi pura de la sociedad que se había ido conformando durante el régimen franquista, y en este sentido eran liberales, pero sin saber mucho de doctrina liberal»{1}. Y nosotros añadimos que ni de tantas otras cosas, porque la administración del gobierno de Suárez fue en muchos aspectos tan poco eutáxica para España como la de González, Aznar, Zapatero, Rajoy y el Doctor sáncheZPedro.

Ciudadanos

Ciudadanos es un partido que pretende hacer un ilusorio viaje hacia el centro, pero es ilusorio por no dar los parámetros de ese centro. ¿Se trata de un centro izquierda o de un centro derecha? ¿Acaso consiste en ser un centro centro, esto es, un centro puro? Nadie sabe qué carajo quiere decir eso.

Ciudadanos se ha definido como un partido «social-liberal», es decir, como una mezcla de socialdemocracia y liberalismo. Y ya sabemos que la socialdemocracia es la cuarta generación de izquierda y el liberalismo vendría a ser una modulación de la derecha tradicional. Aunque últimamente el partido naranja se ha definido simplemente como «liberal», sin dar el parámetro, desde la indefinición más absoluta, pues –como ya hemos advertido otras veces– el liberalismo se dice de muchas maneras y, por ejemplo, también hay liberales progresistas como George Soros. Y liberal a secas dice poco o más bien no dice absolutamente nada y menos a estas alturas del siglo.

No obstante, el liberalismo de Ciudadanos no es desde luego el liberalismo español doceañista y, menos aún, cuando Ciudadanos es un partido abiertamente europeísta y también federalista.

Desde las posiciones del PSOE y Podemos (ellos muy orgullosos de ser de izquierda «de toda la vida») Ciudadanos vendría a ser un partido de centro derecha. Incluso los de Podemos los han colocado en la extrema derecha. Pero para los buenos podemitas extrema derecha es cualquier cosa que no sea tan estupenda como ellos, porque no ser podemita es algo oscuro que alberga horrores.

Desde las posiciones del PP y de Vox, Ciudadanos estaría posicionado en el centro izquierda. Muchos politólogos han afirmado que los partidos de centro son aquellos partidos veleta, que están a ver por donde sopla el viento. Desde esta perspectiva se les considera partidos oportunistas: este es exactamente el diagnóstico que hace Vox de Ciudadanos.

El esquema vulgar de la política española

Según muchos políticos, periodistas, «creadores de opinión» –esto es, los «intelectuales», esos «nuevos impostores»– el esquema político español quedaría clasificado del siguiente modo:

EXTREMA IZQUIERDA: Esto de la extrema izquierda se dice poco (bueno, Losantos, precisamente lo dice mucho) pero cuando se dice se refiere a Podemos e IU, aunque también a cosas como Bildu y la CUP. En esto ha quedado la extrema izquierda en la España del siglo XXI, una vergüenza. Peor para la extrema izquierda.

IZQUIERDA: PSOE; aunque también el partido del puño y la rosa ha sido señalado y autodenominado por sus propios dirigentes, en ocasiones, como centro izquierda. Sin embargo, el lema del partido no ha sido «Somos el centro izquierda», sino «Somos la izquierda»: un lema simplón pero muy efectivo, como se ha comprobado en las elecciones, lo cual tampoco dice nada a favor del electorado.

CENTRO: Ciudadanos. El centro de la cuestión de este programa. Ya los hemos despachado en su justa medida para las proporciones de este programa.

DERECHA: Partido Popular. Aunque los líderes del partido de la gaviota prefieren clasificarse como «centro derecha». Sólo por eso merecen con toda justicia el título del partido maricomplejines por antonomasia. Si el PSOE se enorgullece de llevar un lema como el de «Somos la izquierda», jamás veremos al PP (ni tampoco a Vox y menos aún a Ciudadanos) con un lema que rece «Somos la derecha». La batalla ideológica ha sido completamente ganada por la autoproclamada izquierda. Ser de izquierda es un orgullo y hay que llevarlo escrito no sólo en el corazón sino en la camiseta. Ser de derechas, sin embargo, es una vergüenza. Por eso la derecha es maricomplejines. Los únicos que se han atrevido ha sido la cadena Intereconomía, cuyo lema era «Orgullosos de ser de derechas». ¡Ahí, con un par! Ahora bien, jamás de los jamases veremos a nadie, ni siquiera a los de Intereconomía, ir gritando a los cuatro vientos «Orgullosos de ser de extrema derecha».

EXTREMA DERECHA: Vox. Pero la extrema derecha, como vimos en el programa correspondiente, es un mito oscurantista y confusionario. Y el diagnóstico de Vox como un partido de extrema derecha es completamente errado, de extrema necedad. Otra cosa es que ya esa etiqueta es vox populi y parece imborrable. Tampoco los de Vox, salvo Joaquín Robles, han hecho mucho por explicarlo y demostrar lo contrario. Vox, sin embargo, no sería una derecha maricomplejines, que es como denominan al PP cuando se refieren a la «derechita cobarde».

Visto todo esto a lo largo de los cinco programas podemos hablar ya de cinco mitos: el mito de la izquierda, el mito de la derecha, el mito de la extrema derecha, el mito de la extrema izquierda y el mito del centro (ya sería rizar el rizo hablar de «el mito del extremo centro»).

Y, con todo, la izquierda, la derecha, la extrema derecha, la extrema izquierda, el centro e incluso el extremo centro están en boca de ciudadanos, políticos, periodistas, académicos, escritores y analistas como si fuesen realidades efectivas. Pero son mitos que, sin embargo, tienen su funcionalidad en tanto de algún modo repercuten en la vida política y social. Estas etiquetas están más al servicio de la propaganda de ciertos partidos y determinados medios de comunicación que del interés de una taxonomía que venga a clasificar y a criticar la realidad política de nuestro presente en marcha.

Pero desde la artillería crítica del materialismo filosófico vemos que no nos encontramos ante mitos luminosos sino ante mitos tenebrosos. En su obra El ego trascendental Gustavo Bueno expresa lo siguiente: “La clasificación más profunda de los mitos es la que los separa en dos grandes grupos: el de los que denominaremos mitos luminosos (los que conducen a alguna verdad de interés) y el de los que denominaremos mitos tenebrosos u oscurantistas, los que nos conducen, o en la medida en que nos conducen, precisamente a errores o falsedades”.

Por tanto, no todos los mitos son oscurantistas en el sentido de que fuera necesario destruirlos en nombre del pensamiento racional. Mitos luminosos son, por ejemplo, los mitos platónicos, el mito de la Caverna, o el mito del demonio clasificador de Maxwell. Sin embargo, tal y como son tratadas hoy día las ideas de izquierda y derecha, extrema izquierda y extrema derecha y centro o extremo centro, funcionan como mitos oscurantistas y confusionarios, mitos tenebrosos que embrollan los asuntos y no traen luz a los mismos sino tinieblas e insoportable vulgaridad o cuando no pedantería y cháchara o cuentos de viejas.

En estos cinco programas, en esta pentalogía, hay que reconocerlo, más que a construir hemos venido a destruir. Porque, como decía Gustavo Bueno, el papel de la filosofía en el conjunto del hacer es el deshacer. Y en este caso deshacer mitos tenebrosos. Tal vez, tras la destrucción y el humus que sale de la misma, podamos edificar una teoría política lejos de vicios mitológicos y de simplificaciones. Una teoría política de sobria filosofía. Una teoría sin excesos ni defectos, sin exageraciones ni omisiones, sin consagrar a la moderación como si fuese la quintaesencia de la virtud y condenar a la exaltación como si ésta siempre fuese una imprudencia o un vicio, cuando ésta puede ser prudente e incluso grandiosa. Ya lo decía Hegel: «Nada grande se ha hecho sin pasión».

Nuestra recomendación es que, en la medida de lo posible, se aparten ustedes de la m… de las etiquetas que a día de hoy ya no funcionan como categorías políticas sino como carnaza propagandística: sobre todo han perdido contenido político y se han llenado de contenido moral (las etiquetas se usan más que nunca y, sin embargo, significan menos que nunca).

Y traten de valorar a los políticos por lo que dicen y por lo que hacen y no, únicamente, por lo que dicen, pero no hacen o, también, por lo que no dicen y luego hacen. Pocos políticos superarán la prueba de la firmeza, la honestidad, la honradez y la prudencia, pero más importante será que nosotros seamos capaces de plantar batalla a la falsa conciencia y sigamos tronando bien alto:

¡Esto ya no se lo creen ni los adoquines, bribones, más que lobos!

Si creerán que a nosotros nos comulgan con ruedas de molino…

Esos politicastros y periodistas mentirosos y lechuzos universitarios y claraboyas ilustradas que no enseñan más que peines y peinetas…

¡Moderación, prenda, moderación!

¡Apóstoles del error! ¡Acémilas, heliogábalos, camastrones, encubridores, tramposos, roñosos, bellacos, camanduleros!

¡A defender el Santo Garbanzo, leñe!

¡Y la Santa Dialéctica!

Y hasta aquí este capítulo de “¡Qué m… de país!”, nos vemos en el próximo capítulo y recuerda: “Si no conoces al enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla”.

Notas

{1} Gustavo Bueno, El mito de la derecha, Temas de hoy, Madrid 2008, pág. 186.

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