Primera parte de la entrevista de Diego Sánchez de la Cruz a Johan Norberg, a raíz de su más que recomendable reciente publicación, "Progreso".
Artículo de Libre Mercado:
Johan Norberg en la Fundación Rafael del Pino
Johan Norberg es una de las voces más destacadas del liberalismo europeo. La publicación de su libro Progreso (Ediciones Deusto) le ha traído de visita a España, donde ha ofrecido varias presentaciones del ensayo. El pasado jueves 25 de enero, tuve la oportunidad de encontrarme con Norberg a escasas horas de su intervención en la Fundación Rafael del Pino. A continuación pueden leer la primera parte de nuestra conversación.
- Todos los días nos dicen que el mundo va a peor, pero Vd. tiene el mensaje contrario.
Hace dos siglos, Mozart murió por un dolor de garganta. Todo el dinero, la fama y el prestigio del mejor músico de su tiempo no fueron suficientes para evitar su fallecimiento. Hoy, incluso los más pobres sobreviven al dolor de garganta. De hecho, en el año 2014 se operó de un tumor cerebral ¡a un pequeño pez de colores! El mundo ha cambiado de forma extraordinaria.
Pensemos en el Palacio de Versalles. Es, sin duda, un auténtico canto al arte, al lujo, a la ostentación, con sus salones de espejo, sus cuadros, sus jardines… Pero aquel palacio no tenía agua corriente, no tenía calefacción, no tenía wifi… De modo que los monarcas más ricos no tenían a su alcance muchas de las comodidades que hoy forman parte del día a día de un porcentaje cada vez más generalizado de la población.
- Rara vez pensamos en nuestros problemas con nuestra mirada en el espejo retrovisor: lo normal es mirar hacia adelante y proyectar una solución.
Es que damos por hecho que el grado de progreso que disfrutamos hoy es algo normal, pero realmente es algo anómalo, que no tiene precedentes en toda la historia de la humanidad. Eso es lo que he intentado recordar con mi nuevo libro, Progreso, que no deja de ser un canto a los avances que hemos logrado.
- Los populistas nos dicen que la globalización y la libertad económica no son buenas. ¿Qué les contestaría?
Que están equivocados. El progreso de la civilización se apoya en la libertad. Necesitamos libertad para pensar, para investigar, para emprender, para producir, para comerciar… Pero, lamentablemente, esa libertad amplia está bajo ataque. Los populistas de izquierda y derecha van contra todo eso. Nos prometen un mundo más seguro, pero esos son los cantos de sirena con los que aspiran a restringir las libertades personales y económicas. El problema es que hemos avanzado gracias a esas libertades, por eso no debemos perderlas.
- ¿Es Vd. un optimista racional, como Matt Ridley?
Hemos creado lo que podríamos describir como la arquitectura del desarrollo. El mundo está ahora inmerso en un círculo virtuoso en el que cada vez contamos con más recursos para resolver los problemas que seguimos enfrentando. Cada vez hay más cerebros participando en el mercado y todo ese talento nos ayuda a desarrollar el progreso. Eso me lleva a ser optimista, aunque solo en la medida en que preservemos los ingredientes que han generado tanto bienestar.
- Los estatistas de todos los partidos creen que el gobierno, no el mercado, es lo que genera bienestar.
El gobierno no es la fuente del progreso. Puede ayudar a que se den las condiciones para que la sociedad y el mercado sean más libres, pero los avances tienen que venir del ámbito privado. Tendemos a pensar que lo mejor que puede hacer el gobierno es actuar más, intervenir más, gastar más… y no solemos evaluar las distorsiones que esto puede suponer.
- Pero, ¿hay que ponerle coto al rol del mercado en algunos campos? Porque en Europa sí aceptamos el capitalismo en la moda o la alimentación, pero no en la educación o la sanidad.
En Occidente seguimos hablando con prejuicios del rol que pueden jugar las empresas en el campo del bienestar. Esta mentalidad se diferencia de la que me encuentro en mis viajes por el mundo emergente. En India, por ejemplo, los más pobres no dudan en hacer un esfuerzo para ir a escuelas y hospitales privados. Lo mismo ocurre en muchas otras economías en vías de desarrollo. Si las empresas pueden ofrecer un servicio igual o mejor a un precio igual o mejor, ¿por qué no apoyarnos en ellas?
- Imposible hablar de estos temas sin pensar en su país, Suecia. Cada vez hay más noticias sobre la exclusión social que sufren los inmigrantes… y los problemas de orden público que esto genera. ¿Cuál es su opinión?
El Estado del Bienestar sueco está pensado y concebido para una economía muy homogénea en la que toda la fuerza laboral tiene competencias muy parecidas. Sin embargo, hemos acogido a un número récord de refugiados y eso es difícil de compaginar con un modelo tan estático como el de nuestro welfare state. El resultado es que muchas de las personas que llegan a Suecia acaban fuera del mercado laboral, con nefastas consecuencias sociales.
Hay que recordar que Suecia no tiene un salario mínimo regulado, pero sí deja un amplio margen de actuación a los sindicatos, de modo que la negociación colectiva crea salarios mínimos oficiosos que, en la práctica, hacen muy difícil entrar en una empresa si no es cobrando el 70-80% del salario medio. Para un inmigrante que no tiene experiencia, no habla el idioma, no tiene preparación… esta barrera es demasiado alta. De ahí viene la marginación y la exclusión.
Pero, dicho esto, también quiero dejar claro que no hay que creer todo lo que se lee en las redes sociales, porque la situación en Suecia es mejor de lo que parecería si solamente hacemos caso a las informaciones que circulan por internet. No estamos perfectos, pero sí estamos bien, gracias.
- El progreso es agotador. ¿Cómo afrontar a los 45 años un reciclaje profesional sin volverse un tanto hostil hacia el sistema?
Los cambios que trae el progreso no son siempre bienvenidos, pero realmente tenemos que ser conscientes de que, en general, los seres humanos solemos tener alergia a los cambios. Quizá de jóvenes queremos probar todo tipo de experiencias, pero a partir de los 30 años ya empezamos a ver con recelo cualquier novedad. Tenemos que ser conscientes de que la economía está cambiando y evolucionando mucho, de modo que el objetivo debería ser construir economías más flexibles y con mayor capacidad de ajuste al cambio.
- Su libro nada a contracorriente. ¿Por qué cunde tanto el discurso contrario?
Las malas noticias venden mucho más que las buenas noticias, eso lo puede certificar cualquier editor de periódico. Además, las redes sociales amplifican ese efecto, porque también en dicho espectro tienen mejor acogida las malas noticias que las buenas noticias. Por eso hay que poner en valor los avances que hemos logrado en los últimos siglos, porque de lo contrario cala la idea de que el mundo va a peor.
Durante buena parte de la historia, el pesimismo sí estaba medianamente justificado. La economía apenas crecía, la pobreza era la norma, el trabajo era muy duro, la tecnología era arcaica e insuficiente… Pero esa dinámica ya no se mantiene. Ahora sí podemos decir que el pesimismo no está justificado. Por tanto, hay que adentrarse en el progreso alcanzado en los últimos tiempos porque precisamente de esa forma podemos ser más optimistas.
- Imagino que hay cosas que le preocupan. ¿Cuáles son?
Las regulaciones, por ejemplo, porque son una barrera contra el emprendimiento, una obstrucción en el desarrollo del mercado que genera ineficiencias y distorsiones. En Europa lo estamos viendo con la acumulación de trabas o con las barreras a la economía colaborativa. En Estados Unidos está el caso de las licencias profesionales, que no han parado de multiplicarse y cada vez excluyen a más personales del mercado de trabajo.
Otro riesgo para Occidente es la política monetaria. Hemos inundado de liquidez la economía financiera y, aunque no se ha generado inflación en la economía real, sí que se han introducido grandes desenfoques en los mercados. La bolsa ha subido por encima de lo que muestran los fundamentales empresariales, la deuda pública ha caído hasta llegar a tipos negativos… Todo eso habrá que depurarlo en algún momento y cuanto antes lo hagamos mejor. Imprimir dinero no genera riqueza pero sí puede llevarnos a otra crisis.
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