Carmelo Jordá analiza el suceso, la responsabilidad y la tormenta política alrededor del famoso atasco de la AP6.
Artículo de Libertad Digital:
Una vez más, las nevadas y los problemas que causan en las carreteras han provocado una tormenta política alrededor si ha habido deficiencias en la gestión. Yo creo que esta batalla sobre si el ministro Zoido o la ministra Álvarez son o no unos incompetentes se aleja del verdadero asunto que deberíamos discutir: hasta dónde alcanzan nuestras responsabilidades como ciudadanos, qué consecuencias tenemos que asumir por cada decisión que tomemos y hasta qué punto el Estado debe ejercer como salvaguardia ante nuestras equivocaciones.
Vaya por delante que me parece que, en general, la capacidad de gestión de este Gobierno es muy mejorable y que creo que la DGT es una estructura burocrática creada con el único fin de financiarse a base de multas en muchos casos injustas.
Pero, más allá de cómo sea el Gobierno y de qué sea la DGT, se puede afirmar sin ser injusto que la mayoría de los conductores que se vieron atrapados en el ya famoso atasco de la AP6 fueron imprudentes: aunque la información fuese incompleta –¿cómo podría haber sido completa?–, era más que suficiente para saber que las condiciones meteorológicas para salir a las carreteras del centro de España eran, como mínimo, peligrosas.
A partir del hecho innegable de que conducir ese sábado por la sierra de Madrid suponía un riesgo mayor del habitual, seguro que entre los que quedaron atrapados en la autopista había gente completamente desinformada e inconsciente y, en el otro extremo, viajeros a los que no les quedaba más remedio que arriesgarse, por la razón que fuese. En un caso u otro, la decisión la tomaron ellos, y lo cierto es que tampoco pasa nada por ser un pelín imprudentes o por retar a la suerte… siempre que seamos capaces de asumir las consecuencias. Consecuencias como, por ejemplo, pasarse una serie de horas atrapados en una carretera en la que no deberíamos haber estado.
Lo que no es lógico, y me temo que es lo que ocurre hoy en día en muchas ocasiones, es que tomemos las decisiones pero nos neguemos a asumir los riesgos dando por hecho que no existen o que, de presentarse, alguien enviado por papá Estado vendrá a sacarnos del lío en un ratito. Y lo que tampoco es propio de personas adultas o de una sociedad adulta es que califiquemos como"situación dramática" algo que dura menos de un día y que no deja secuelas, heridos ni mucho menos muertos. Mi idea de lo que es un drama es, no sé, más dramática.
Por supuesto, no estoy defendiendo que debamos abandonar a la gente tirada en la carretera o en la montaña, uno de los comportamientos que como sociedad mantenemos prácticamente desde que vivíamos en cuevas es ayudarnos unos a otros y eso está bien, es una parte importante de lo que nos hace humanos. Sin embargo, una cosa es que no abandonemos a los nuestros y otra muy distinta es que la política de infraestructuras y los dispositivos de emergencia deban estar diseñados y dotados económicamente para socorrer en cinco minutos. Y, sobre todo, una cosa es que, por supuesto, haya que ir a rescatarlos –invirtiendo mucho dinero e incluso arriesgando la vida de servidores públicos como los guardias civiles o los soldados de la UME, por cierto– y otra que la responsabilidad de lo que les ha ocurrido a los que han cometido una imprudencia no es de la gestión de algún político desalmado o del malvado e insolidario sistema, sino de los propios imprudentes.
Y del temporal, claro, porque, aunque ustedes no se lo crean, resulta que papá Estado, por ahora, es incapaz de controlar las borrascas.
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