Luís I. Gómez analiza las crecientes propuestas de que el Estado "nos dicte el menú diario", en un nuevo ataque a las libertades de la persona y al sometimiento de ésta a la decisión arbitraria de un superior.
Artículo de Disidentia:
Si hacemos caso de las recomendaciones de la federación de asociaciones de diabéticos alemanas, la política y no nuestro sentido de la responsabilidad debe ser la que dicte qué podemos comer y qué no podemos comer. Hace unos días me llegaba un correo electrónico de la asociación de diabéticos a la que pertenezco en el que me presentaban los resultados de un “estudio” -obviamente financiado con nuestras cuotas de socio – con el rimbombante título “Consecuencias de una política fiscal sobre los alimentos en las costumbres alimentarias, el peso corporal y los costes sanitarios en Alemania”.
Cuando decidí entrar a formar parte de “mi” asociación, lo hice confiado en poder encontrar en ella la mejor información específica posible, aquella que en aquel momento necesitaba ante mi nueva situación vital: me habían diagnosticado una Diabetes de Tipo 2. La asociación, en realidad todas estas asociaciones, se presenta con una metas claras y bien definidas: sensibilizar a la población sobre los peligros de la enfermedad, dar información seria y científica sobre la misma para conseguir un buen nivel de prevención entre los no diabéticos y facilitar al diabético el acceso a todo aquél contenido médico-científico que le pueda ayudar a minimizar en su vida cotidiana las consecuencias de su enfermedad y los medicamentos que debe suministrarse. La información sobre la Adipositas, su prevención y tratamiento es también un objetivo principal de toda asociación de diabéticos alemana.
El “estudio” del que les hablo más arriba no es otra cosa que el reconocimiento público del fracaso de todas las asociaciones de diabéticos del país a la hora de alcanzar sus objetivos. En él podemos leer de manera prominente cómo el número de adiposos crónicos y diabéticos no ha dejado de aumentar en las últimas décadas. Parecería que cuantas más asociaciones de diabéticos, más millones invertidos en labores de divulgación y prevención, mayor es el número de obesos y diabéticos. Obviamente esta no es una relación de causalidad, pero no deja de ser llamativo. Lo que estas asociaciones proponen ahora es que el Estado influya de manera eficiente en nuestras dietas alimenticias mediante el diseño de nuevas políticas fiscales.
Semáforos y tipos de IVA diferentes para cada alimento
Proponen lo que ellos llaman el “Sistema Semáforo Plus”. Los alimentos deberán llevar unos botoncitos rojos, amarillo o verdes, la fruta y la verdura deberán estar libres de IVA, éste será del 7% para los alimentos “normales” y del 19% para los precocinados, los dulces y las patatillas. Si usted desea tomarse un refresco azucarado, deberá pagar el 29% de IVA. El objetivo es devolver al pueblo alemán a su estado “natural”: gente sana, delgada, asceta, … El paternalismo, combinado con un par de ideas superficiales, ofrece este tipo de “soluciones” mágicas y maravillosas.
Los Clubs de Diabéticos han aprendido muchísimo, eso parece, de las ONG’s: el éxito a la hora de propagar las propias ideas no se basa en la bondad de las mismas o el trabajo constructivo sino, y sobre todo, en la explotación propagandística de cualquier tema escandalizable. Nada nos mueve más deprisa que un escándalo bien presentado en medios, aunque lego resulte que no era tal. Y si el escándalo puede ser aderezado con una buena dosis de alarmismo –“si no haces lo que yo digo, vas a morir”-, el éxito está asegurado.
Esta estrategia supone el reconocimiento del fracaso del propio discurso, es decir, supone abandonar los objetivos y mensajes que se entienden de manera positiva. Y ahora, que parece que las instituciones que se fundaron con la intención de educar para la lucha contra la diabetes mellitus han fracasado en su trabajo, la única solución que queda es la de la tutela estatal. Y para motivar a papá estado, nada mejor que un “estudio” científico sobre el tema.
Las simplezas convencen a los funcionarios de la diabetología
Resulta que el “estudio” en sí mismo no está libre de falsas correlaciones, omisiones flagrantes y muchas suposiciones no corroboradas por la ciencia actual. La diabetes mellitus, coloquialmente llamada “enfermedad del azúcar”, no proviene del azucarero, sino de numerosos problemas asociados al estilo de vida actual. La inactividad física [1], el estrés [2] o el trabajo por turnos [3]. Pero también y los factores genéticos [4] -cada vez más relevantes- o el sistema inmunitario [5] juegan un papel fundamental en el desarrollo de la obesidad y la diabetes mellitus.
Pero tales relaciones complejas no parecen ser de fácil comprensión para los funcionarios de la diabetología. Como si, una vez conscientes de su fracaso en el sencillo trabajo de información y concienciación para el que fueron creadas sus asociaciones, pretendiesen ocultar la profusa diversidad fáctica de la ciencia actual sobre el tema bajo la alfombra de los viejos paradigmas. ¡Y es que es tan fácil quedarse con la simplista fórmula “el azúcar produce diabetes”!
También nos encontramos con afirmaciones contundentemente mágicas: “Un cambio en el IVA para los alimentos […] logrará reducciones significativas en la prevalencia de la obesidad y los costos de la atención médica”. El futuro será maravilloso si seguimos los consejos de los ideólogos de la nutrición. El índice de masa corporal (IMC) de los humanos disminuirá, la proporción de personas obesas se reducirá y los costes sanitarios se reducirán anualmente entre 4.5 y 7.1 mil millones de euros.
El credo paternalista sobre la alimentación saludable
El credo paternalista se resume en una declaración: “Los precios así alterados llevan a un cambio en el comportamiento de la demanda y, por lo tanto, al consumo de otros alimentos idealmente más saludables como frutas y verduras o productos procesados con poca grasa y sal o contenido de azúcar. Esto a su vez conduce a una mejor salud y menores costos de atención médica”. Además, el estudio afirma que un aumento en el precio inducido por los impuestos también tiene un impacto directo en la cantidad de alimentos consumidos.
Leemos más adelante que estas medidas paternalistas se deben aplicar especialmente sobre las capas sociales más bajas. Este segmento social, como se enfatiza repetidamente en el estudio, consume más calorías, tiene un comportamiento nutricional incorrecto y un IMC más alto. Aparentemente, las asociaciones de diabéticos siguen impulsadas por el lema “Eres pobre, luego eres estúpido, gordo y diabético”. Sencillamente lamentable.
Esta reclamación de los clubes de diabéticos al estado para introducir un “IVA saludable” en paralelo con un sistema de semáforo en los alimentos es simplemente escandalosa. Hoy encontramos en los estantes de nuestros supermercados una amplia gama de alimentos que incluyen alimentos bajos en grasas o ricos en ellas, con gluten o sin gluten, con azúcar y sin azúcar, así como cualquier otra opción que permite el diseño de una nutrición altamente individualizada y apta para todas las carteras. Si el chocolate noble se vuelve demasiado caro tras la aplicación de impuestos punitivos, el precio se eleva y el comprador adquirirá un producto más barato, tal vez de menor calidad. Pero ello no le impedirá seguir comiendo chocolate.
La experiencia en otros países enseña que los impuestos punitivos a los alimentos no generan los efectos deseados. Tras la introducción de un impuesto a las grasas, Dinamarca tuvo que reconocer que afectaba principalmente a personas con bajos ingresos y al mismo tiempo provocaba que los consumidores cambiaban a productos más baratos. El impuesto fue abolido, porque el consumo de grasa permaneció idéntico al existente antes de aplicar la medida y no mostró efectos positivos en la salud.
La dieta como una parte de la cultura
Comer es algo más que el suministro de alimentos para abastecer el metabolismo. La forma en que comemos y los alimentos que tomamos son parte central de la cultura de las comunidades humanas. Recordemos que, no sin razón, existe el término “cultura culinaria”, que significa algo más que el manejo sin accidentes de cuchillos y tenedores.
Es irresponsable atribuir estas enfermedades crónicas única y exclusivamente a la dieta o incluso a ciertos alimentos individuales. Una política que priva cada vez más a los ciudadanos de las decisiones y al mismo tiempo reduce sus libertades, incapacita a las personas. Los ideólogos del nutricionismo estatalizado denigran la satisfacción de los gustos personales como si de un vicio se tratase, especialmente cuando hablamos de comida sabrosa. La vida según ellos debe ser agria y ascética, en el mejor de los casos amarga o al menos insípida.
Cuidado a la hora de hacer recomendaciones sobre nutrición
No necesitamos una sociedad que eleve la abstinencia a la categoría de verdadero disfrute. Presentar esta noción a los ciudadanos bajo el pretexto de limitar los supuestos costes de salud y hacerlo desde los órganos de poder estatales destruye uno de los pocos espacios libres de la vida individual: la mesa del comedor diseñada de acuerdo con las propias preferencias. ¿Y si el sistema de semáforo y la grabación con un IVA especial fuesen insuficientes? ¿No debería el estado quizás ser más contundente? Sabemos que las personas somos de voluntad endeble y algo manirrotos. Una pequeña descarga eléctrica al extender la mano hacia la bolsa de caramelos, ¿no sería más efectiva? ¿O imprimir imágenes de niños gordos con el rostro pixelado en todas las cajas de cereales para el desayuno?
Los resultados de los últimos metaestudios realizados sobre nutrición ilustran el dilema de la investigación nutricional: podemos realizar 1000, 100.000 o un millón de estudios de observación, el nivel de incertidumbre seguirá siendo el mismo: nadie podrá decir lo que es una alimentación sana. Los políticos deben tener la máxima precaución en sus recomendaciones nutricionales, ya que se basan principalmente en estudios observacionales que no han sido confirmados por estudios clínicos. Y si deben ser cuidadosos a la hora de hacer recomendaciones, no es necesario explicar por qué en ningún caso deben dedicarse a desarrollar leyes fiscales basándose en una ciencia incierta.
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